Capítulo 8: Bestias

12.7K 1K 55
                                    

Lo único en lo que puedo pensar es: el auto no está. Se ha ido. No sé por qué, pero al estar sólo una hora dentro de la cabaña el único medio que teníamos Vin y yo para movernos se ha esfumado.

            Vin, oh dios, ¿cómo podrá caminar herido todo el camino que falta? Seguro lo ayudaré, pero, ni siquiera estoy segura de poder con mi misma.

            —Mmm…me parece que ya valimos mierda—dice Vin a mi lado, aún recargado sobre mí y con una mirada de cinismo en su rostro.

                —¿Queda mucho para llegar?

                —Ni siquiera preguntes, solo piensa que somos mierda de ahora en adelante.

                Pero no me resigno. Ignorando su tono cínico, sujeto más fuerte mi bolsa en mi hombro y aprieto a Vin más contra mí. Luego, con paso lento, camino a lo que supongo que es el norte en la carretera. Vin me sonríe.

                —Peso el doble que tú. —Camina conmigo, sin importarle que yo ni siquiera le mire—. Y si vamos a este paso, lo más probable es que lleguemos a La Guarida con una pierna, con la mitad de nuestro cráneo calvo y excremento de canguro en los ojos.

                —¿Cómo el excremento de canguro llegará a mis ojos? —pregunto burlona.

            —No lo sé. Seguro te las apañas tu sola para lograrlo.

                —Probablemente tengas razón.

        Después de una hora de extenso caminar a la luz de la luna, diversos árboles nos rodean dando un aspecto más oscuro. Intento dejar pasar el dolor que me recorre las piernas. Cargar con el peso de ambos cuerpos es demasiado para unas piernas de diez centímetros de ancho. Supongo que no es momento de quejarse después de fingir ser valiente.

        Quizá es mejor fingirlo que no ocultar la extrema cobardes como  Vin. Lo único coherente que ha dicho durante los últimos veinte minutos ha sido “quiero dormir”, pero incluso eso no es de extrema utilidad. Tampoco ha hecho caso de mis constantes reprimendas a su ansia de tamales. Yo también estoy hambrienta, o lo estaba hasta que unos mensajes satánicos aparecieron en las paredes de la cabaña acabando con todo el apetito que tenía.

        Tal vez el olor a piel quemada que desprendía las manos de Vin ayudó con eso. En serio, ¿cómo puede pensar en comer tamales cuando sus manos fueron asadas y mallugadas hace tan solo unas horas? Eso sin contar el ataque epiléptico que le dio luego de caer rendido. A pesar de que yo no sufrí daños físicos, mi mente sí sufrió daños.

        ¿Cómo puedes vivir normal después de observar tales desastres? En un solo día habían pasado demasiadas cosas, mayormente malas y aún me sorprende estar cuerda después de todo.

        ¿Es la esperanza la que me sostiene? Tal vez. Si llego a vivir después de lo que viene, lo primero que haré es disculparme con mi papá por romper su licuadora. Todavía recuerdo su rostro cuando se dio cuenta de que la cosa que más preciaba en el mundo—después de mí, claro—estaba hecha pedazos en el suelo de la cocina. Triste, de verdad.

        —Vin, ¿podrías por favor dejar de removerte contra mí? Es muy incómodo.

        —Quiero…

        —Sí, ya sé que quieres comer, pero realmente agradecería que dejaras de incomodarme.

        Vin me mira con el ceño fruncido, aún cerca de mí. 

Princesa de las Tinieblas (Herederos del Infierno #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora