Capítulo X: Tres hermanas

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Tenía todo lo que siempre había soñado, la isla le pertenecía, más no era feliz. A la muerte de Rogart Darwell, su hija mayor descubrió con amargura que las tierras y la posición que le había heredado no valían nada. Más aun descubrió que no tenía a nadie y la culpa no era más que suya. No era que sintiera culpa de haber asesinado a su propio padre, el viejo taimado bien lo merecía, no le tembló el pulso cuando hubo de administrarle el veneno en su vino. Pero ahora no tenía ni siquiera a sus hermanas para demostrarles que había vencido.

Con el poder que ahora ostentaba, podía someter a cualquier hombre en aquella isla a que la desposara. Pero, ¿de qué le serviría? Tener al hombre que ella deseara atado a su lecho esperando que se diera la vuelta para serle infiel, o que muriera para olvidarse de ella como si nunca hubiera existido, no era lo que ansiaba para su vida. Esas cosas estaban reservadas para mujeres débiles, como su madre; y, aunque las detestara profundamente, debía reconocer que sus hermanas tampoco habían heredado aquella debilidad.

Tantos días habían pasado desde que su padre partiera hacia la oscuridad sin nadie con quien mantener una conversación coherente que le había dado el tiempo suficiente como para caer en la cuenta que su soledad era producto de sus actos. Desde pequeña se había vuelto lo bastante odiosa como para que la única persona que la tolerara fuera su padre. Menuda ironía la de Rogart que ofreció todo a la única persona que de verdad lo traicionó.

De su madre solo recordaba su debilidad y su locura y poco y nada había llorado su muerte. No le importaba, no había significado nada en su vida hasta donde su memoria llegaba y la había abandonado a su suerte cuando nació Maelle, hasta sumirse en la completa oscuridad luego del nacimiento de Ellienne. Cuando tenía raptos de coherencia, sólo tenía ojos para las dos pequeñas que la colmaban del amor que acumulaban en los largos episodios de demencia de su madre. Pero Allontië no tenía nada que ofrecer, porque no sentía amor por nadie.

Luego de la muerte de su madre puso sus ojos en las tierras de su padre y allí centró sus objetivos. No había un día en el que no calculara fríamente sus pasos y palabras con el fin de lograr sus cometidos. Endulzaba los oídos de Rogart de tal modo que él terminara haciendo lo que ella quería. Pero aquel hombre ocultaba demasiado y su hija mayor no era ninguna excepción, para ella también había secretos que solo fueron develados a su muerte. Secretos de lascivia y todo tipo de excesos y placeres culposos que, junto a muy malas decisiones políticas y económicas, habían devenido en la ruina de su pequeño imperio.

Allontië recibió, de este modo, astilleros quebrados y muelles en ruinas que ella nunca había tenido la decencia de visitar, pero aun así quería gobernarlo todo. El respeto ante la casa Darwell había caído tan bajo que ya nadie se dignaba a pagar los debidos impuestos por el uso de las aguas que rodeaban la isla.

Su idea de reinstaurar el poder de los Darwell en Sigrén y el esplendor y riqueza de la isla pronto se volvió una monarquía sangrienta. Dispuso grandes cantidades de soldados a lo largo de los atracaderos, con el fin de recobrar los impuestos marítimos bajo pena de muerte por alta traición. Todo aldeano debía pagar tributos a su señora por alta traición. Los indigentes debían enlistarse en sus filas bajo pena de muerte por alta traición.

Así, los isleños pasaron de la total desidia del viejo Darwell a la dictadura infrahumana de su hija. La sangre corrió incluso más rápido que el agua del mar. Allontië convirtió la isla en una prisión abierta porque, claro, huir se castigaba con pena de muerte por alta traición.

***

Maelle llevaba una semana y media en el campamento: magullada, cansada y asustada había sobrevivido los primeros días, sobre todo cuando la vieron totalmente recuperada y la invitaron a abandonar la tienda de Frosier. Y aunque el capitán trataba él mismo o a través de Rowen Guxley de cuidar que Maelle no fuera violada, momentos de peligro la acechaban todo el tiempo, ya que ninguno de los dos podía vivir pegado a ella.

Hasta el final de nuestras vidasWhere stories live. Discover now