Capítulo VII: Sobrevivir un día más

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Aunque sintió que la muerte la estaba abrazando, un dolor punzante en su rostro la trajo a la realidad otra vez. Cuando llevó su mano hacia donde el dolor la estaba embargando sintió las vendas que le protegían las heridas. Estaban húmedas y podía percibir la hinchazón. Solo podía ver con su ojo izquierdo, el derecho estaba tapado por las vendas. Notaba penumbras, un fuego a la izquierda del lecho en el que yacía y un hedor a alcohol impregnado en todo el ambiente.

Lo último que recordaba era su vida debatiéndose entre las manos de Artrey, un último suspiro doloroso y una oscuridad intensa. Podía sentir su garganta desgarrada, producto de los gritos y la asfixia.

Una vela se derretía emitiendo apenas una tenue luz en una mesa donde había un jarro con agua y un vaso. Sintió terror, la imagen del vidrio volvió a ella, atacándola como un fantasma.

Intentó moverse, pero miles de punzadas atravesaron su cuerpo. El dolor que sentía era tan intenso que no pudo más que dejarse estar y los recuerdos vinieron a ella con intensidad. Sabía con detalle lo que había sucedido en aquel camarote, sus muñecas aún le dolían por la presión que su marido había ejercido en ellas. Lo mismo sucedía con su abdomen. Aunque no podía ver en aquella oscuridad, estaba segura que su cuerpo estaba repleto de cardenales.

En una fracción de tiempo temió haber sido violada en el momento en que cayó inconsciente, pero luego lo descartó, al notar que su entrepierna era el único lugar de su cuerpo libre de dolor, no había sangrado, no sentía ninguna molestia. Pero la duda persistía levemente. No soportaría llevar dentro suyo la semilla de un monstruo.

No tardó demasiado en darse cuenta que el alcohol no era la completa razón de aquella agresión. Ellienne lo había agraviado ante todos los presentes en la ceremonia de matrimonio, y ese había sido el castigo. Y su vida solo tendería a empeorar. Necesitaba sentir el sol en su piel, el viento frío acariciándola. Necesitaba libertad, como un ave que acaba de ser enjaulada y no se resigna a su cautiverio. Debía escapar o morir sin demora o su vida sería un infierno.

Había comenzado a preguntarse cuál de las dos opciones sería la más viable en sus actuales condiciones cuando oyó un ruido y un haz de luz se materializó a unos metros de su cama. Una puerta que se abría y luz natural filtrándose por ella. No era la silueta de Artrey, por la postura encorvada y el paso cansado, Ellienne supuso que se trataba de algún criado. Se acercó silenciosamente, con algunas cosas en las manos.

¿Dónde estoy? —La persona pareció sorprenderse al oír la voz de Ellienne.

—Pequeña niña, has despertado. Llevas inconsciente desde que llegaste a Numarek, hace casi dos días —La voz de una mujer entrada en años.

¿Dónde estoy? Volvió a repetir Ellienne, con cierto grado de impaciencia en su voz.

Pues en el castillo de Lord Artrey, ¿dónde más? Vamos a limpiar esa herida en tu cara. Ha sido un lamentable accidente...

 ¿Accidente? ¿Así es como llaman acá a las mutilaciones?

No sé de qué hablas, pequeña. Seguramente tu mente aún esté confusa por el exceso de alcohol en tu viaje nupcial. Esa fue la causa de tus heridas: caíste inconsciente sobre un jarro con agua.

¿Qué mente tan obtusa podría creer semejante mentira?

La mujer dejó las cosas que traía en la mano y se acercó nerviosamente a Ellienne, para susurrarle al oído.

—Una que valora su vida. Pequeña, aquí no se habla en voz alta sobre los accidentes de las esposas del señor.

¿Esposas? —Ellienne también bajó su voz para sacar más información a la anciana.

Hasta el final de nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora