Dos mundos.

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Christopher no estaba seguro de la hora que era cuando se retiró de su laboratorio, ocupado con uno de sus experimentos como había estado se había distraído lo suficiente como para no escuchar el llamado a la cena y perder completamente la noción del tiempo. De hecho no se había dado cuenta de nada de aquello hasta que salió de su ensimismamiento dándose cuenta de la señorita Pesada Blackthorn, como solía llamar secretamente a Grace, no había llegado a molestarlo aquella noche.

Aquel pensamiento le hizo fruncir el entrecejo sin darse cuenta. Grace bajaba todas las noches a su laboratorio y se quedaba ahí durante un rato aunque él le dijera que no quería ser molestado. Si había algo que debía dejarle a la Blackthorn es que era casi tan testaruda como bonita. No estaba seguro aún se si aquello era algo bueno, pero lo cierto es que en algún momento se había acostumbrado a tenerla alrededor aunque fuese en contra de su voluntad. El momento en el que se dio cuenta de la falta de la presencia de la rubia fue casi como enterarse de que su pinza preferida había desaparecido.

Grace Blackthorn podía ser un dolor en el trasero y estaba seguro de que ella pensaba lo mismo de él aunque sentara casi religiosamente cada tarde en una silla alta en el extremo más alejado de la mesa dónde mantenía los tubos de ensayo, lo bastante cerca para que pudiera ver lo que hacía, pero suficientemente lejos como para que no se volviera a herir con su contenido como la primera vez en la que le había permitido entrar. Desde que se había dado cuenta de que era casi imposible mantener lejos de aquella estancia a la curiosa rubia, Chris había establecido una sola regla para poder trabajar tranquilo: ella no podría tocar absolutamente a menos de que él se lo permitiera.

Sabía de sobra que ella no era atraída al laboratorio por él, sino por lo que el chico hacía allí dentro, le fascinaban los resultados de sus experimentos y reía por lo bajo cuando alguno salía completamente mal con aquella tintineante risita suya que le hacía rodar los ojos a él. No, Christopher nunca en su vida esperaría que una chica como ella se interesara en él. Las chicas como Grace Blackthorn estaban interesadas en vestidos bonitos y chicos como su primo James.

Cuando James estaba alrededor de Grace era una completamente diferente, llena de miradas tímidas y risas tontas, tanto que a veces se preguntaba si todo eso no era más bien una actuación. ¿Pero para qué actuaría ella de aquella manera? Grace podría tener lo que quisiera de cualquiera con solo agitar las pestañas lo suficiente, de cualquiera menos de él. Chris disfrutaba de ponerla de nervios y hacerla enfadar tanto que sus mejillas se teñían de rojo mientras despotricaba, aunque para decírselo uno de los dos se tendría que encontrar en su lecho de muerte. Él nunca había puesto a aquella chica en el altar en el que obviamente estaba acostumbrada a estar, y aún después de semanas podía ver un brillo de semanas de conocerlo podía ver cómo un brillo de confusión cruzaba su mirada cuando le negaba algo.

¿Pero dónde se había metido aquella noche? El pensamiento le molestó hasta que tuvo que ir a comprobar dónde estaba. El primer lugar que revisó fue la biblioteca.

Christopher se había dado cuenta hace mucho tiempo que la chica no era ni la mitad de tonta de lo que a veces aparentaba o quizás fingía ser y que de hecho solía entretenerse tanto con los libros que no se enteraba de lo que estaba ocurriendo a su alrededor hasta que alguien llamaba por su atención. Así que a veces cuando iba a la biblioteca a buscar algún libro para ayudarse con su experimento del día, la veía sentada en una esquina de la biblioteca, con un libro en el regazo, tan ensimismada que prefería no molestarla.

Aquel despeinado joven que aspiraba a parecerse a su padrino y que de chicas poco sabía se sorprendía a veces de lo mucho que sabía de aquella en especial, tanto que cuando primo la miraba con ojos de cordero degollado le entraban unas ganas increíbles de estrellarle la cabeza contra la pared. Aunque por supuesto que no lo hacía, ya que luego no faltaría quién dijera que estaba celoso de James.

Todo el instituto estaba en paz a aquellas horas. Quienes no dormían se encontraban fuera en alguna misión y no volverían hasta el amanecer, o al menos tratarían de hacerlo. Aquella era la vida de todos ellos, siempre en la incertidumbre de su volverían a ver a las personas importantes de sus vidas. Quizás era por eso que él se había refugiado a sí mismo en el laboratorio, bajo la excusa de sus experimentos; de aquella manera no tendría que conocer y querer a más gente de la que le había sido dada por nacimiento.

Y sin embargo se encontraba preocupado por aquel incordio rubio andante que sabía que podía cuidarse perfectamente sola. Finalmente tras no encontrarla siquiera en la cocina y sabiendo que no era usual que a ella la mandaran a misiones fue a la habitación que le habían asignado y que solía evitar a toda costa.

La puerta se encontraba entrecerrada y al abrirla pudo ver una figura en la cama cubierta hasta la barbilla con una manta. En la oscuridad lo que con más claridad se veía era su cabello rubio platinado, algunos de cuyos mechones caían hacia delante sobre su rostro. Por algún motivo ajeno a él se acercó a la cama.

Ni siquiera dormida parecía completamente en paz consigo misma y tuvo que preguntarse cuáles eran los demonios que no la dejaban tranquila nunca. El ceño de Grace casi siempre que creía que nadie la estaba mirando estaba fruncido de la manera más ligera e imperceptible posible, de una forma en que nadie más se enteraba; después de verla relajada y divertida en varias ocasiones había aprendido a distinguir aquello también.

Inconscientemente pasó uno su índice por la mejilla de la chica en la más delicada caricia sin saber bien qué era lo que estaba haciendo; dejó vagar su mano hasta uno de los mechones del cabello de la chica y lo acomodó detrás de su oreja.

Sin embargo antes de retirar su mano de pronto fue consciente de que algo hacía falta en aquel cuadro. Grace que siempre parecía estar alerta de todo lo que ocurría a su alrededor no se había despertado ante aquel roce y entonces también se dio cuenta de que no había estado respirando en todo el tiempo en que él había estado en esa habitación y que al tocarla se encontraba más fría de lo que era normal. Su corazón se detuvo de pronto en su pecho durante un instante y tuvo el sentimiento que se tenía antes de caer.

Fue en ese mismo momento en el que Christopher se despertó de golpe sobre la mesa en la que había estado trabajando antes de quedarse dormido y casi cayó hacia atrás tras erguirse repentinamente en la silla.

Su sueño seguía tan vivo en su mente que echó a correr de inmediato hacia la pieza de Grace. Era de noche, al igual que lo había sido en su pesadilla, pero esta vez no había tanta calma como la que había sentido mientras estaba dormido. Quizás había sido un sueño, no obstante necesitaba ver con sus propios ojos que la chica estaba bien, después de todo lo demás era igual a lo que había soñado.

Christopher nunca había recorrido el Instituto de punta a punta tan de prisa como lo hizo en aquella ocasión, al llegar tuvo que recordarse a sí mismo que estaba entrando en pánico por un sueño y que Grace probablemente sólo se había quedado dormida durante su lectura antes de abrir la puerta.

La habitación se encontraba vacía. ¿Habría ido a alguna misión aquella noche? ¿Estaría en la biblioteca? Su mente daba vueltas a todas las posibles opciones, pero ninguna le tranquilizaba del todo.

-¿Sabes, Lightwood?, considero que visitar mi pieza a mitad de la noche es un poco extremo- escuchó detrás de él aquella voz que en las últimas semanas se había tornado familiar.

Al girar pudo ver a la rubia detrás de él, sosteniendo un libro con una mano y la otra en la cintura. Aquella misma chica que en otro momento le había tenido al borde del pánico por la preocupación ahora se encontraba campante delante de él con la barbilla ligeramente alzada con el mismo orgullo que de costumbre, un gesto del que él no creía que ella estuviera enterada la mayor parte del tiempo.

-¿Sabes, Blackthorn?, a veces creo que eres tan insoportable completamente a propósito- replicó a la rubia antes de pasar a su lado mientras se marchaba, seguramente dejándola con la duda de porqué había ido a su habitación en primer lugar aunque ella seguramente nunca confesaría aquello en voz alta, de la misma manera en que él no diría tantas otras cosas en voz alta.

Al final del día ambos, se dio cuenta Christopher, no eran tan diferentes como otros creerían.

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