Quizás ella sea alguna de nosotras.

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La chica estaba ahí, sentada en el banco del parque hojeando la revista que había comprado en un puesto próximo. Su novio estaba sentado un poco más allá con unos cuantos amigos de ellos comentando sobre cualquier tontería, pero ella no tenía ánimos de unirse a la charla despreocupada.

   Estaba en uno de sus malos momentos, ni siquiera estaba segura de  porque había accedido a salir con ellos.

   Mientras pasaba la página escuchó como el chico parloteo sobre los demás:

   -¿Vieron a Kaya en las nuevas fotos? Es hermosa, me casaré con ella.

   Ella solo trató de ignorar el pinchazo de algo que se abría paso en su pecho.

   La chica siguió mirando las fotos de habían en la revista. Las chicas eran preciosas, tenían un cuerpo escultural y una sonrisa radiante que las hacía parecer felices, aunque no podía estar segura de aquello último.

   Cuando terminó de ver la revista su ya maltrecho autoestima estaba a nivel de subsuelo. Se imaginó a sí misma, pero sabía bien que no era bonita, ni mona, ni hermosa. Si, la gente como sus padres, antes que las cosas no eran tan malas como en aquel momento, y su novio solían decirle que era preciosa, pero no podía sentirse así y sabía que se lo decían para hacerla sentir mejor.

   El chico seguía hablando tranquilamente sobre chicas modelos que imaginaba como las chicas que escribía en sus historias, todas eran hermosas muy lejos de lo que era ella.

   Ella se levantó del banco y se fue sin que nadie se enterara, caminó en dirección a casa, tirando de las mangas de su jersey que escondían algunas de sus cicatrices. Eso, las cicatrices; estaba cubierta por ellas.

   Estaba rota por todos lados, su familia era como escorpiones luchando entre sí, sus amigos apenas la percibían, su novio prefería hablar de las chicas hermosas antes que hacerla sentir mejor a ella.

   Y luego estaba la depresión, mal de males, que se metía entre sus huesos en el momento menos imaginado y la arrastraba hasta el fondo de un pozo sin dejarle ver nada más que oscuridad.

   ¿Pero siendo sinceros a quién le importaba? Era una decepción tal y como su familia solía repetírselo sin cesar, pero ya estaba cansada de serlo. Estaba cansada de levantarse y no tener idea de cómo poder obtener algo que no fuera una mirada de desaprobación.

   Piso la casa y escucho los gritos de sus padres así que pasó de largo por la sala de estar y subió a su pieza. “De todas maneras no quería hablar con nadie”, se dijo, pero la verdad es que si quería; quería que alguien la escuchara y consolara; que le dijera que todo iba a estar bien aunque fuera mentira. Que le impidiera hacer lo que iba a hacer.

   Con un ligero temblor en las manos y una infinita tristeza en el corazón abrió el primer frasco de pastillas para dormir que había pillado a escondidas del cuarto de sus padres y se metió con tranquilidad una tras una las píldoras en la boca, para cuando había abierto el tercer frasco ya se sentía mareada, pero quería estar segura de que nadie la despertara nunca más.

   Con la cabeza pesada pensó en escribir una nota de despedida, pero no era como si alguien la fuera a echar de menos. Nadie echaba de menos a las chicas como ellas que nunca habían vivido en realidad, que solo habían existido por un momento.

    ¿Pero quién era ella? Era esa chica que estaba sentada siempre en primera fila del salón, prestando perfecta atención a los maestros, esa chica que nunca se sintió conforme con ella misma porque nadie nunca la había hecho sentir así, la chica que cuando se miraba al espejo siempre veía un sobrepeso y que con el tiempo había dejado de comer por ello, esa chica que tenía mil y un motivos para estar hundida pero que siempre fingía ser una guerrera. Ella era esa chica que se parece a muchas de nosotras.

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