3. Llamada telefónica

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Recuerdo que eso fue lo último que dije antes de que todo se pusiera negro. No recuerdo que pasó esa noche o como fue el trayecto al cuarto de baño. No evocó siquiera el deshacerme de mis necesidades, mucho menos el regreso a casa… tan solo sé que cuando abrí mis ojos con claridad estaba en mi cuarto, tapada en las sábanas sobre mi cama y con una terrible sensación sobre la cabeza y cuerpo.

Mi perro ladraba con ganas y los rayos del Sol me arrebataron el poco sueño que aun me quedaba. ¿La jaqueca? ¡Ni la mencionen! Parecía que pronto un volcán estallaría dentro de mi sistema nervioso, como un ciclismo amenazando con hacerse más fuerte.

—Ya voy Tobías, ya voy —solté quejumbrosa, aun con los ojos cerrados.

Me levanté aún adormecida a los cinco minutos de decir aquello. El aire fresco recorrió mi cuerpo. Me importó poco y tan solo parpadeé con cierta pereza, algo confundida por lo que había pasado anoche.

Divagué entre la inexactitud y con el dolor de cabeza hacia la puerta de entrada, justo hasta que el espejo, cual había visto mi reflejo de perfil, me hiciera retornarme para luego abrir mis ojos con sorpresa.

                                             ¡¿Estaba desnuda?!

Palpé mi cuerpo intentando cubrirme, algo avergonzada por cómo me había levantado, pues aunque algunas veces había dormido sin ropa, no era costumbre mía el dormir como Dios me había traído al mundo, menos despertarme en esas fachas y andar por el departamento como si me valiera comino el mundo y la desnudez.

Menos mal que vivía solamente con el perro y que las ventanas estaban cubiertas por aquellas telas oscuras que evitaban el contacto con terceras personas.

—Nunca mas volveré a tomar de esa manera —Decidí en susurro, antes de dirigirme a los cajones del ropero y tomar cualquier bata que me ayudase a cubrirme.

Tobías pareció molestarse por mi tardía e ignorancia, volviendo a rascar la puerta y ladrar para que le diera algo de atención ya necesaria. Así que, con tan solo terminar de amarrarme la bata entre la cintura, le deje entrar. El canino se acercó y lamió mis manos, indicándome que necesitaba de mi cariño y que moría de hambre.

—¡Pobresito, mi bebe! No ceno anoche y me esperó hasta que su mami viniera de andar borracha —Le agarré con ternura de su hocico—. ¿Quién lo quiere, quien lo quiere?

Pregunté inútil ante una respuesta, más Toby movió su cola inquieto y lamió mi cara con pasión y ternura.

—¡Anda ya! —Me separé rápidamente—. Vamos a darte de comer.

El perro hasta pareció entenderme tras mis palabras. Justo al decir aquello, este salió corriendo a la cocina, mientras que por otro lado, yo salí a paso lento y atontado, tomándome de la cabeza con cierto dolor, pensando en lo que tal vez había pasado anoche.

Seguramente había vomitado en el baño, me había tambaleado y golpeado en la sien o en el peor de los casos, buscado pelea y haber recibido un maltrecho, razón suficiente del por qué sentía un pequeño bulto en la cabeza. Reí inconscientemente, si ese fuese el caso, seguramente Ángel  bromearía con eso por el siguiente mes y yo no estaría a salvo de sus comentarios sarcásticos y de acciones comunes para un amigo que era algo guasón a mi parecer.

Más seguramente había terminado llorando, con vomito encima y diciendo mil y un tonterías a mi confidente, que seguramente reía a montones y se caía sin derramar ni una sola gota de su tarro de cerveza.

                                      Igual y tal vez él se acordaría

Le resté importancia al asunto y, aún teniendo mi resaca, llegué a la cocina. Mi perro me esperaba con su plato especial sobre su boca, moviendo la cola por haberme encontrado ya por fin en el fogón. Le sonreí cómplice. Por lo menos era educado y ya no ladraba. Suspiré. Abrí el último estante y entonces saqué las croquetas que tanto le gustaban. Tobías movió su rabo y se acercó con gracia.

—Tranquilo muchachote, todo esto es tuyo —solté, abrazando la bolsa e intentando hacer una broma.

Mal que no me entendiera y que solo era un animal que, de cierta manera, me ayudaba a no sentirme sola y desentendida.

—Bien, no te rías tanto —Solté mientras le servía, esperando llenar rapido su plato para irme a bañar. Me sentía apestosa.

Pero justo cuando casi terminaba y me relamía los labios por un buen baño, llamaron al teléfono. Dejé de tomar la bolsa y la coloqué en la mesa. Tobías pareció disgustarse con ello, a lo que empezó un ladrido exigente.

Llegué al teléfono con problemas y entonces le piqué a aquel botón para contestar.

—Si, diga —hablé primero, teniendo al aullido de mi perro como música de fondo.

¿Es Roselyn?

Alcé una ceja extrañada. ¿Por qué una voz que nunca en mi vida había escuchado, sabía mi nombre?

—¿Si?  

¡Bien! Solo quería decirte que la noche de ayer fue extraña… pero me gustaría repetirlo hoy.

Tobías bramó con más fuerza.

—¿Qué? —grité—. Perdona, no te escuché.

Dije que...

Separé el teléfono de mi oreja, solo para voltear a ver molesta a mi cachorro exigente. Grité para que parara y volví mi concentración al teléfono, tomando la bolsa de su alimento para que Toby guardara silencio. 

Me gustaría repetirlo esta noche…

No pareció haberse dado cuenta que no le había puesto atención en todo su relato. Pero justo cuando escuché estas últimas cosas, mis ojos se abrieron con sorpresa y, ahora ignorando a Tobías, repasé sus palabras en mi mente.

—¿Qué? ¿Cómo que la noche de ayer? —solté molesta, mientras servía las supuestas croquetas sin ver.

Si, ya sabes, nos conocimos en la fiesta ¿Recuerdas? ¿¡Walter!?

—¿Es una broma, cierto? —solté con una sonrisa—. Seguro que eres uno de los amigos de Ángel que quiere molestarme…

¿Ángel? —Sonó confundido—. ¿Quién es Ángel?

Bufé molesta, antes de soltar la bolsa y volver a colocarla en la mesa. Tobías volvió a ladrar furioso.

—¿Qué? ¿No... no lo conoces? —dije, al tiempo en que, de nuevo sin prestar atención, tomaba la bolsa y seguía sirviendo mientras alzaba la voz malhumorada.

No, no sé quién es ese.

—¡Ay por favor! No te hagas el idiota ¡Todos conocen a Ángel!

Pues yo no.

—¡El de pelo rizado y ojos azules! —Me exalté casi de inmediato, ya me estaba cansando este juego tonto.

No me suena.

—Mira —Solté un profundo suspiro enojado—. No necesito que me hagas esta broma. No ando en mis mejores condiciones esta mañana.

Si, eso lo note por la noche, muy sexy que andabas por cierto.

¿¡En serio me acababa de decir, como pensaba que había hecho!?

—¿Perdona? —pregunté cabreada—. ¿Qué tratas de decir con eso?

¿Quieres que nos veamos, si o no? —sonó despreocupado ante mis gritos, con cierta burla en su tono de voz.

Dejé la bolsa que tenía en manos sobre la mesa y por fin Tobías pareció entender mi enojo. Esta vez ya no ladró y se dedicó a comer lo poco que le había servido. Si bien, tenía una jaqueca de los mil demonios, esta vez se estaba intensificando como nunca antes. Jamás había tenido una situación igual o parecida. De ninguna manera iba a permitir que un idiota me llamara ramera, menos cuando siquiera recordaba lo que había hecho ayer.

—¡Sabes que! —grité desesperada—. No tengo tiempo para estar aquí platicando contigo, ¡Tengo que ir a trabajar!...

Te llamo más tarde.

—¡Púdrete!

La vida no es solo suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora