7. Parque de la muerte

1.7K 169 4
                                    

"Diario, ¿por qué soy tan torpe? Seguramente odias ser dueño de una asesina, ¡Yo lo entiendo! Pero eres el único que tengo ahora a mi lado para deshogarme.

Con la partida de mi querido Tobías ahora siento que la vida no tiene razón para que yo exista. ¡No merezco un trabajo tan bien pagado! Seguramente habrá otra persona necesitada de dinero… así que mañana renunciare. No me importa lo que digan los demás, no tiene caso. Me siento vacía e inútil. Todo fue culpa mía, así que el pasar hambre será mi condena.

Pobre Toby, seguramente nunca pensó que su madre lo mataría de esa forma… seguro que me odia."

                                                                * * *

Lloré con fuerza, mojando la hoja al releerla de nuevo. Ciertamente, no había dormido esa noche, no podía cerrar los ojos de tanto que lloraba.

Con tan solo recordar que aquel animalito había perecido por mi ignorancia, simplemente hacía que me invadiese una gran tristeza. ¿Para qué trabajaría? Ahora aquel departamento gigante yacía solo para su única acompañante.

Aventé mi diario con fuerza y furia hacia a un lado de mi cuerpo, sin importarme si se arrugaba o se rompía la hoja que acababa de escribir con mucho sentimiento.

¿Por qué me ponía de esa forma tan exagerada? ¿Qué yacía en mí para lamentarme tanto una perdida canina? No lo sé, pero me dolía el corazón… mas que el perder a mis padres en aquel accidente. Esta vez, yo había sido la causante de una muerte ¡La culpable de todo era yo!

Caminé lenta y descalza hacia la cocina. Miré hacia el reloj colgado al entrar a aquella habitación. Las dos de la tarde. ¡Si, hoy no iría a trabajar! Ni hoy, ni nunca.

Tomé el teléfono en silencio y con mis dedos, marqué aquel número de emergencias con lentitud.

—¿Bueno? —Contestó una voz familiar.

—Brenda, ¿podrías pasarme a Erick?

—¿Roselyn? ¿Por qué no viniste? ¡El hospital es un caos!

—Pásame a Erick, por favor —Hice caso omiso a sus palabras.

Mi voz parecía como la de un chica que acababa de perder a lo más preciado en su vida. La chica en el teléfono lo notó y preguntó por mi salud física. No contesté a aquella pregunta.

—Pásame al gerente —Pedí con frialdad y ausencia.

La chica chistó y solicito a Nancy que llamara a Erick, el supervisor.

No tardó mucho para que él mismo contestara enojado ante mi falta de presencia.

—¿Por qué no estás aquí? —Sonó altanero y necesitado a la respuesta—. Sabes que en sábados es imposible que faltes, ¡se te descontara de tu paga!

Parpadeé con lentitud varias veces. ¿Descontarmelo de mi paga?

—Renuncio…

—¿¡Qué!? —gritó sorprendido—. ¿A qué te refieres?

—Mándame mis cosas con Nancy, ¿vale? Un gusto.

Corté la llamada ante mis palabras. Dejé el teléfono caer y entonces, se escuchó como este se estrellaba en el suelo. Seguramente la tapa y las pilas habían salido volando a lugares desconocidos.

No me importó.

Me vestí en silencio y llegué de nuevo a mi habitación, echándome a llorar de nuevo y a meter mi cabeza entre mis rodillas.

No tardó mucho para que dentro de dos horas, Ángel llegara a mi hogar intranquilo y desquiciado. No me importaron sus gritos y preguntas ante las supuestas explicaciones que quería escuchar.

—¿Por qué me llamaron del hospital diciendo que habías renunciado? —preguntó alterado—. ¿Por qué renunciaste?

Le miré con la cabeza vacía. No le respondería, ni siquiera sabía por qué lo había hecho, pero no me importaba. Quería estar en paz y sola.

—¡Que hayas matado a tu perro, no significa que te tengas que castigar de esta manera!

—No me importa lo que pienses Ángel, no te metas en mi vida —Soné fría, ausente y como hace dos años, cerrada y sin sentimientos.

—Te lo digo porque me importas.

—Vete con la puta de tu novia y déjame en paz.

Me miró furioso, dolido.

—¡Bien! —soltó realmente furioso—. ¡Mátate si quieres! No estaré aquí para salvarte de nuevo.

Me quedé ida mirando el piso mientras escuchaba entonces el azote de la puerta de la entrada. Se había ido, me había dejado sola.

Sonreí cínicamente. ¿Por fin sola? ¡Si, por fin sola! Reí con ganas antes de ir hacia el baño y mirarme en el espejo. ¡Que ganas me daba el golpear mi rostro hasta dejarme irreconocible! Agarré con furia mi cabello, intentando lastimarme a mi misma.

No, con esto no me bastaba. Necesitaba más, hacerme más.

Tomé un suéter largo y salí de casa decidida, con una sonrisa en mi rostro. Pronto estaría con mis padres y con Tobías, todos juntos en el cielo.

Corrí con descontrol hacia el parque en donde la noche anterior habíamos enterrado a mi perro. Sonreí antes de mirar la colina y bajo esta, una avenida de carros.

—Tu mami irá a verte bebe, orque te quiere...

Lloré incontrolablemente antes de tirarme hacia abajo, cerrando los ojos, intentando el disipar aquella tortura que mi propia mente persuadía e intentaba liberarse.

Sentí varios raspones al recorrer de bajada y sin control, la loma llena de vidrios y rocas que se incrustaron en mis piernas y brazos.

Esbocé una grata sonrisa al ver que, en camara lenta, varios coches se frenaban. Sentí un golpe y varios claxons que se apagaban en la oscuridad de tal vez, mi ultimo desmayo.

¿Al fin iba a morirme?  

La vida no es solo suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora