11. Beso de chocolate

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—¿Me puede dar un fracapuchino de caramelo, un café americano y un postre de chocolate?

—¿Desea que le agregue crema batida a alguno de sus pedidos?

—No, gracias.

—Serían entonces doscientos treinta pesos.

Tomé el billete que un chico me había entregado. Metí la cifra en la caja registradora y entonces tomé las monedas que le sobraban, entregándolas casi al instante.

—Espere unos minutos en la siguiente barra.

—Gracias.

—No hay de qué.

Suspiré y miré mi uniforme con una sonrisa.

Ya llevaba tres meses en este empleo.

Nunca olvidaría ese día en donde Ángel me había animado a tomar inesperadamente ese trabajo. La chica que me había atendido ese día, era ahora con la que mejor me llevaba.

Ana, con su mejor nombre, llegó a con Walter sin saber que yo ya conocía a su gerente, que me había acostado con el y que además, me había salvado dos noches antes de ser atropellada por un centanar de autos de ser aplastada en una avenida.

Suspiré. ¡Al menos el gerente no había abierto su gran bocota! Por qué disfrutó bastante esa entrevista de trabajo.

Me revolví al recordar como tuve que aceptar las preguntas que me hacía para, según esto, contratarme. 

Ahora no solo sabia que vivía sola, sino que tenía ya entre su celular, el número de mi departamento, mi fecha de mi nacimiento, que era lo que había estudiado, una razón errónea de la cual renuncia a mi empleo anterior y que literalmente, había estado soltera toda mi vida. Esto último, como pregunta final y según el, como decisión a que si entraba o no.

Vaya entrometido.

—¿Te diviertes? —preguntó Walter a mis espaldas-

—Deja de molestarme —Le dije con una sonrisa hipócrita mientras preparaba el pedido.

—Seguro solterona —soltó divertido.

Le analicé con la mirada antes de dirigirme a por los hielos y el caramelo para hacer la bebida que anteriormente me habían pedido.

—¡Cállate viejo altanero y pervertido!

—¿Así le hablabas a tu jefe anterior?

—El no abusó de mí mientras estaba ebria —dije, intentando remarcarle la terrible pero clara diferencia.

Carcajeó ante mi respuesta.

—Pero la que se aprovecho de mi fuiste tú —soltó sensual y provocador.

La bebida que preparaba se resbaló por entre las manos. Le fulminé con la mirada, echándole la culpa en silencio. Bufé molesta, antes de pedirle a Ana que si por favor me ayudaba a deshacerme de aquel hombre y a su vez con la bebida, mientras yo iba por el trapeador a limpiar lo que el idiota había provocado.

Llegué a lo más oscuro de la tienda. Extrañamente, las escobas y todo con lo que se podía limpiar, estaba alojado en la esquina de la parte más silenciosa de todo el lugar, en donde casi nadie entraba, exclusive cuando se terminaban las botellas o utensilios como el caramelo, la crema o el chocolate. 

Tomé el trapeador entre mis manos y lo escurrí para quitarle el exceso de agua. No me pareció asqueroso y entonces, cuando me giré para dirigirme hacia donde se suponía que todos esperaban mi llegada, estaba la silueta de ese chico pretencioso y que de cierta forma, llegaba a sacarme venas verdes o risas contagiosas y alegres.

Casi grito por el espanto que este me dio.

—¡Maldición! —pegué un chillido con una de mis manos en mi corazón—. ¿Qué te pasa? ¡Me asustaste!

—¿Qué crees que me pasa? —Dejó a relucir una de esas sonrisas que a casi todas las empleadas o algunas chicas que venían, deseaban.

Parpadeé sin entender su comportamiento.

En ese último mes se había comportado muy extraño, casi como si siempre planeara cuando y cómo acercarse a mí, para platicar a cada momento, cada instante que tuviera alcance.

—¿Qué quieres Walter? Tengo que limpiar lo que me hiciste tirar.

—Félix puede limpiar.

—¿Que? ¡No! ¡Pobre! Esta en su tiempo de comida y yo tiré el batido.

—No te dejaré ir —soltó con una sonrisa de niño.

—¿A no? —Le reté divertida—. Mírame.

Tomé el trapeador como escudo y traté de pasar por un lado. Este me tomó por la cintura y me alzó en el aire. El sonido de madera fue lo que se escuchó entonces. Se me había caído mi protección y este me tomaba, empezando a hacerme cosquillas en donde más débil era.

Reí con fuerza, pataleando como a una niña, pidiéndose que se detuviera.

—Pararé cuando digas que si.

—¿Si qué? —dije entre risas.

—Que si quieres ser mi novia...

El cotilleo y sus acciones callaron a terminar de decir aquello. Yo misma también había dejado de moverme.

Me dejó en el suelo para ahora voltear a verme. Lo hice. Pasé saliva sin entender aún lo que acababa de decirme. Su rostro sonrojado me confirmaba que lo que había escuchado era verdad, que no alucinaba.

Nos miramos fijamente y entonces mi rostro se sonrojó por completo.

¿Desde cuando me había hecho ese nudo de mariposas que parecía revolotear en mi interior? ¿Cuándo que no lo había sentido?

Entreabrí mis labios para susurrarle, pero su beso ya me había silenciado con cariño. Él me había besado y yo no lo había rechazado.

La vida no es solo suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora