13. Entregada al dolor

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Lo único que recuerdo que pasó fue que al dar las once y de limpiar a repisa, salí enfurecida por la puerta. Walter pareció llamarme desde atrás, pero le ignoré por completo.

La chica que lo había abrazado y tocado le había evitado el seguirme y eso mismo fue lo que más me encolerizó. ¿Qué no se suponía que él y yo teníamos una relación? ¿Tan poca cosa era? Tragué saliva mientras tomaba el último transporte que me llevaría a casa.

El trayecto fue largo, silencioso y lleno de una presión en mis ojos que comenzaba a nublar mi vista. ¡Sí! Por alguna razón, me sentía traicionada, usada y terriblemente triste... en plena agonía. No solo porque Walter no había intentado hablar conmigo, si no porque no me había dirigido la palabra en todo el rato que estuvo con ella. Era como si no existiese, como si no importase. ¿Creía que no me iba a enojar?

Una gota se resbaló por mi mejilla. Traté de calmarme; de no sollozar en público, pero el quebranto de mi alma me venció a ratos y al bajar del automóvil, ya mi rostro estaba cubierto de una fina capa salada.

Mi celular no sonó en esos veinte minutos de recorrido, así que lo apagué con amargura. Decepcionada.

Lloré a mares cuando me aventuré en el elevador vacío y gustoso de verme gimotear por primera vez en casi medio mes.

Lo sabía. ¡La vida perfecta para mí nunca existiría! Ahora ¿Qué me quedaba? Mis padres se habían marchado de mi lado, a mi perro lo había asesinado y mi novio me engañaba. Ya tenía veinticuatro años de vida. Estaba sola y así me quedaría. Parecía que mi futuro se escribiría así. ¿¡Genial!?

No prendí las luces cuando me di paso entre el recibidor. Cerré la puerta en silencio. Apoyándome en ella de nuevo en una faceta desquiciada y ambulante.

No lo pensé más. Me dirigí al baño con urgencia.

Me miré en el espejo. Mis lamentos habían hecho que mi maquillaje se corriera, así que me veía espantosa. ¡Así seria desde entonces! Nunca más me volvería a abrir a alguien. Nunca más… eso no volvería a pasar, no lo iba a permitir.

Mi rostro tomó una posición neutra, sin sentimientos ni alegría. Completamente gris, llena de un trance.

¿Por qué es que me daba tantas ganas de volver a lastimarme? El sentir de la aguja rasgarme las venas, del clavo enterrarse en mis huesos y ver chorros de mi propia sangre desbardarse de mi cuerpo.

Ya no desborde quejidos, solo me dirigí a mi cuarto... buscando a por la salida más fácil.

Fue entonces cuando ese boletín a mi vida se dio paso en mis ojos. El diario, ese que había vivido todos mis sentimientos de amor y desconsuelo, me llamó con éxtasis.

Lo tomé con ira entre mis manos y leyendo cada memoria entre gritos, lo rompía y desgarraba, tratando de cortarme con las mismas hojas delgadas o de morderlas con mis dientes hasta que llegaba a un punto extremo que me dolía la dentadura de tanto intento a cerrar el hocico.

El libro que tanto había cuidado terminó rajado, fracturado. Desbaratado en toda mi cama. Las hojas ya no existían, me las había tragado. Todas, una por una, mientras me ahogaba prácticamente con el tinte y el papiro.

Pronto sentí la necesidad de ahogarme. Dejé que el papel hiciera el trabajo.

Mis pupilas se llenaron una última vez de agua. Dejé de parpadear entonces, intentando sentir el último respiro. El mirar todos los recuerdos de mi vida frente a mis ojos.

Pero el azote de una puerta llegó a mis oídos. Walter había llegado. Su rostro reflejaba sorpresa al encontrarme en mi habitación casi moribunda. Corrió a mi cuerpo con rapidez, antes de zarandearme varias veces.

Supuso que me ahogaba, y sin pensarlo mucho, me picó con uno de sus dedos mi garganta.

Tuve un ataque y entonces una arqueada.

Vomité el impreso lleno de baba, comida y rastros de sangre.

Traté de mirarle, encarar su rostro enfurecido pero justo cuando nuestros ojos se toparon, recibí de el una abofetada que me volvió de nuevo al piso, con violencia. No me había dolido, es más, quería que siguiera, que me matara a apuñaladas. Parpadeé varias veces, ida y sonriente. Mirandole entonces para mirarle fríamente. 

¿Lloraba?

—¿Eres una estúpida?

Parpadeé frente a su cuerpo sin intención a responderle.

—¡Eres una idiota! Scarlet es mi hermana. —gritó aun impresionado de que casi me suicidaba por la idea errónea que me había hecho.

Aquellas palabras entraron como rayo en mi mente.

“Scarlet es mi hermana”

* * *

Cuando por fin comprendí lo mal que había hecho, ya Walter había partido de mi lado, azotando la puerta sin despedirse.

Recuerdo que esa noche me quedé reintentando leer las páginas de mi diario, el que había intentado desaparecer en mi estomago y que casi tomaba mi vida en vano.

¿Cuánto tiempo pasó desde entonces? No lo recuerdo pero lo cierto fue que ni siquiera sentí caer la noche pues lloré por mucho tiempo. Cuando reaccioné ya la luz del día se había puesto sobre la ventana, pero eso no evitó que siguiera con mi cabeza entre mis piernas... mientras me arrepentía  de lo que le había intentado llegar a hacerme y que casi lograba.

Ahora, si que no quería morirme. 

La vida no es solo suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora