2. Noche alcohólica

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A tan solo abrir la puerta de su coche y colocarme en el asiento del copiloto, pude apreciar el sarcasmo y risa de mi mejor amigo durante todo el recorrido. Ángel, era un conocido mío con cerca de diez años de antigüedad. Sus ojos azules y pelo rizado me habían hecho creer, desde el primer momento que lo había visto, que los chicos buenos y excelentes personas morales aún existían en este mundo.

—¡Por Dios! ¿Qué te pusiste... mierda de cerdo?

Vaya amigo…

—¡Cállate! —solté malhumorada—. ¡Es tu culpa! ¿Por qué no me avisaste una hora antes? No me diste siquiera oportunidad de bañarme.

Me crucé de brazos de nuevo y Ángel volvió a reír, parándose en el semáforo y mirándome ahora sí del todo, criticándome y comiéndome con la mirada.

—Lo sé pero… ¿Por qué te pusiste eso? Es decir, ¡El cabello esta perfecto! Pero tu ropa   —Hizo un gesto desaprobatorio—. Huele raro.

—¿Eres gay o que? ¡Deja de mirarme tanto! —solté enojada—. Y para tu infromación, se le llama perfume, idiota.

Volvió a soltar una carcajada.

—Le pusiste demasiado —Dedicó a decir, antes de que lo golpeara y este se secará una de las lagrimitas que le había salido de tanto reírse.

Bufé dentro de poco, cruzándome de brazos en el asiento, haciendo uno de mis berrinches casuales, que solo con él, aceptaba a que salieran a flote.

Ángel me miró sonriente y yo solo pude sacarle la lengua por capricho. El rió ante mi comportamiento y, para no causar problemas mayores, tan solo alargó su mano hacia el estéreo y, con una de sus canciones favoritas en la radio, subió el volumen de la música al máximo volumen.

Los dos movimos nuestras cabezas al ritmo de la melodía, que para fortuna nuestra, era del tipo metálico ligero y que a mí me encantaba, así que el cantarla no fue problema.

Así nos vimos entonces, yo tomando posición de cantante y el de baterista cuando parábamos junto a los semáforos, imaginando que estábamos en el escenario más codiciado del país, pasando de tal forma más a prisa.

—¡Thanks New York! —Ángel gritó con su mano como micrófono, imaginando a la población americana como espectadora.

—¿Qué dicen? ¿Qué nos darán el micrófono dorado? —apoyé el juego, llevándolo a otro nivel.

—¡¿Say what?! —Ángel exageró la oración, deteniéndose en el estacionamiento del ya entrado bar, continuo la fantasía— ¿Qué le agregaran un huevo de oro A Rolyn por su nueva y recién creada esencia tan aromática?

—Ya vas a empezar —Reí al instante, mientras observaba como hacía ademán para que me bajara del auto y pudiera asegurar el coche.

No me hice mucho del rogar y, cerrando el juego tras su auto pitando por el cerrojo, tragué saliva al ver tan pequeño pero acogedor lugar al que Ángel acostumbraba venir cuatro o cinco veces al mes. Lo había visitado antes, pero como yo no era mucho de salir, era como si fuera la primera vez en pisarlo.

—Trata de apestarte en alcohol —comentó Ángel, antes de abrir la puerta del pub.

—Ja, ja, ja —Imité una risa fingida—. Muy gracioso.

Traspasé la puerta y dentro, el humo del cigarro fue como la bienvenida que quiso comenzar a intoxicarme. Ángel estaba acostumbrado ya, por lo que tan solo volteó hacia atrás y rió ante mi mueca de cierto asco ante el olor tan prominente al que pronto me adaptaría. Me tomó de manos para no perderme de entre la oscuridad y música que hacía vibrar las ventanas del salón y con decisión, atravesamos las mesas hacia el lugar más oscuro y lleno de alcohol y borrachos.

La vida no es solo suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora