Capítulo 36

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Julieta se alejó con paso lento por el portón del colegio hacia la calle, retomando el camino a su casa. Y divisó a Ariel encaminándose hacia el cordón continuo, hacia un auto negro, y brillante. Quitó la alarma y abrió la puerta, donde rápidamente arrojó la carpeta negra dentro del asiento en actitud irritante, y con la mano libre se desajustó bruscamente el nudo de la corbata que lo había molestado durante toda la mañana, por poco casi arrancó los botones de la camisa blanca.

Ella lo observó de soslayo, tímidamente e indecisa, mientras se acomodaba la mochila por sobre el hombro por enésima vez. ¿Y si se acercaba a saludarlo ahora que nadie los veía? Era emocionante mantener un secreto juntos, le daba adrenalina a su vida aburrida.

Echó una mirada rápida al resto de la calle. Y se decidió a cruzar. Cuando su entusiasmo estaba a punto de delatarla, las piernas de Carolina avanzaron más rápido que ella hacia él.

Julieta paró en seco, con la boca abierta ante el descaro, y los ojos desencajados, efectivamente, su amiga, o ex-amiga, estaba cumpliendo con lo que dijo. Incluso, pudo oír lo que de sus labios salieron.

Con su andar provocativo, la falda más corta de lo que exigía el reglamento, y sus rizos dorados famosos en el pueblo, Caro se acercó completamente entusiasmada por «conocer» a Lestelle Piacenzi. El «terremoto» estaba a punto de causar estragos. Por algo necesitaba aproximarse a él, era una de sus presas, el tigre en guardia estaba a punto de cometer un ataque.

—El sábado salimos a bailar, ¿querés? Como bienvenida. Te invito, soy Carito —le dijo mientras sacaba un cigarrillo y lo encendía. Sin mediar otro tipo de charla, sumamente directa, como solía serlo solamente ella—. Estamos en la misma clase, aunque creo que no lo notaste.

Ariel la miró fríamente, con esos ojos grises austeros que marcaban la distancia entre quien conocía y a quién no. Y Julieta momentáneamente contuvo el aliento, porque él era diferente con ella, y con todas. Lo sabía dentro de sí. No sería para Caro una pelea fácil, Julieta llevaba alguna ventaja, no por su cuerpo, si se comparaba, pero sí por otras cosas, más valuables.

—Vamos a conocernos más, Ariel. ¿Por qué no somos amigos? —sonrió levantando las cejas incitándolo a que comprendiera «algo más» implícitamente oculto tras sus palabras.

—No tengo intenciones de venir al colegio a conocer gente —espetó secamente, se metió con rapidez en su coche, de forma elegante, sin girar la vista hacia Julieta que era una silenciosa espectadora desde la vereda de enfrente. Caro se dio vuelta y la miró sonriendo, la guerra había comenzado, ya estaban peleando. Y una de las dos ganaría. Derrochaba seguridad en sí misma.

El auto arrancó y allí, Ariel saludó con la cabeza a Julieta, desde la tenue oscuridad del vidrio polarizado. Con el semblante serio. Pero a ella le bastó para sonreír a la pasada, con una sensación de esperanza que le daba una convicción insospechada para comenzar a luchar.

Un ruido estruendoso las advirtió a ambas mientras se sostenían la mirada. Leonel, llegaba para retirarla del colegio. Le gritó su nombre con brusquedad, y la asió del brazo sobre su espalda dando marcha estrepitosamente con su motocicleta, que levantó polvo de la calle y desaparecieron de la vista de Juli. Dos segundos después, estaba caminando hacia su casa. Meditando. Estaba feliz. Feliz de que él compartiera el aula y el colegio con ella. Como una compañía. Sergio comenzaba a alejarse de su lado. Era Julieta quien lo retenía para sí.
Y estaba siendo ella quien le daba salida a sus recuerdos.

No lo quería olvidar, pero no podía evitar sentir aquello nuevo con Ariel. Y a pesar de que había otras situaciones que le alteraban el sistema nervioso, de pronto sentía que al estar él lo demás pasaba a un segundo plano. No podía evitar una sonrisa. Definitivamente, no podía.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora