Capítulo 20

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 Después de dar vueltas por la cama toda la noche, Julieta se dio cuenta de que sería imposible conciliar el sueño, con todas las emociones que había vivido ese día, abrumándola. Sergio... Sergio..., ¿buscar pruebas?, ¿investigar sobre el misterioso Leonel y sus visitas al pueblo? La cara y la expresión de Carmen también rondaban en su cabeza, esos ojos llenos de angustia, y Ariel, como un fantasma, que se desquitaba de todo aquello arrojando la flauta traversa bien lejos, gritándole que se fuera, que se aleje de él para siempre, atormentado de desazón, llorando y gritando su nombre...

—¡Te quedaste dormida, Julieta! —la sacudió su madre, volviéndola a la realidad, cuando apenas amanecía—. Estate lista en cinco minutos que te alcanzo con el auto. Será de Dios... —protestó saliendo de la habitación. Como hija de profesores, Julieta no se podía permitir llegar tarde al colegio jamás. Era como si les faltara el respeto por su trabajo.

Le dolía la cabeza, no había podido dormir en paz, y los sentimientos le oprimían el pecho de una forma aplastante. Al mirarse en el espejo del baño, se descubrió los ojos hinchados y rojos, y unas marcas negras e indisimulables le surcaban los párpados inferiores. No tenía ni ganas de ir a la escuela. Se sentía mal.

Parecido a estar enferma pero del alma, que era peor.

Su madre volvió para asomarse por la puerta, con expresión de fastidio y Julieta se apresuró a terminar de vestirse, tomar su mochila —intacta, todavía no la había desarmado del día anterior—, y corrió escaleras abajo, jadeando, tragó un té con leche más frío que tibio y se tumbó dentro del auto, que estaba ya en marcha.

Era 21 de junio. Comenzaba el invierno. Las temperaturas alcanzaban hasta varios grados bajo cero. Ir al colegio de madrugada era un martirio gélido.

Y los uniformes de las chicas eran la peor parte, por más que las medias de lana gruesa azul estaban permitidas para que no se les congelasen las piernas.

—Hoy hace más frío que nunca, parece a propósito para comenzar el invierno —comentó Faustina tiritando—. ¿Alguien va al lago?

—¿Al lago, estás loca? ¡Hace un frío polar! Hoy no, vamos a lo de Lourdes, a mirar pelis, venite —contestó otra de las chicas.

Julieta llegó temblando. La clase todavía estaba desparramada por el aula, hablando en grupos, sentados sobre los bancos,

sabiendo que de esa forma estaba prohibido, por la indecencia que conllevaba tal actitud de despreocupación.

—¿Vos querés venir, Ju?

—¿Eh...? —preguntó adormilada ni bien entró al salón—. ¿A dónde?

—A mirar pelis de Lourdes. Después del colegio. ¡Consiguió unos estrenos que todavía están en el cine! —le dijo Faustina con una sonrisa.

—No puedo chicas, tengo algo que hacer después —contestó a la evasiva.

—¿Estás loca? ¿Con este frío, qué tendrías que hacer mejor que esto? —le respondió su compañera.

Las chicas se dieron cuenta de que últimamente estaba un poco rara, sobre todo ese día, con unas ojeras negras que le surcaban los ojos por debajo.

Parecía un mapache.

Y el semblante estaba abatido. O no había dormido bien, o tenía un problema.

Juzgaban que después de todo, la muerte de Sergio realmente la había afectado para mal.

Dio un par de pasos más hasta encontrarse con Caro, sentada en el banco que ambas compartían, con los auriculares puestos, desconectada absolutamente del mundo. La tocó para pasar por detrás de ella y sentarse. Caro parecía estar en otra. No se percató del estado de su amiga.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora