Capítulo 32

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—¡Se mojan todas las facturas, corré más rápido, Julieta! —gritó Camila de forma aguda, riendo bajo la densa lluvia. Había empezado de repente, mientras las dos estaban haciendo cola en la panadería del centro, al volver Julieta de la Reserva. Nada mejor que unos mates en familia en la sala. Realmente estaba feliz en esos momentos, Ariel había estado de excelente humor, y Camila en Carillanca era lo más alucinante que pudiera pasarle a su estado de ánimo. Nada podría arruinarle esas vacaciones de invierno.

De Caro no sabía más nada. Se había borrado desde lo del tren como nunca. Ni un llamado, ni un mensaje, y ni hablar de pasar por la casa. Especuló que tal vez su madre hubiera cumplido con su amenaza de hablar con los padres de ella. Aunque sabía que aquellos no le prestarían demasiada atención, porque Caro siempre había hecho lo que le vino en gana en su momento, era indomable. Tal vez se sintiera culpable. Pero en ese momento le importaba poco, porque se estaba dando cuenta de la clase de amiga que tal vez fuera. Ella fue la errada, y no Julieta la que había estado mal.

Al cruzar la calle casi no habían visto el auto negro que frenó ante el semáforo para darles paso mientras apuraban el trayecto a casa. Ellas siguieron risueñas y dueñas de la calle, bajo la lluvia. Ojalá Camila pudiera quedarse siempre con ella. No había una hermana mejor en todo Carillanca. En todo el mundo, decidió enseguida, satisfecha de su propio pensamiento.

Julieta no entendía cómo es que su hermana podía andar de tacos altos aun bajo esa lluvia torrencial. Estaban empapadas. Y mientras corrían presurosas chocaron con dos personas que venían ocupando toda la vereda con sus grandes paraguas negros, cubriéndoles el rostro. Al disculparse, se encontraron cara a cara con Raquel y Carmen. Julieta no había visto a la mamá de Sergio desde que la encontró en la calle junto con Fernando. La sorpresa le había desacomodado los pensamientos momentáneamente. Parecía que todo el mundo había deseado salir a esa hora de sus casas a dar vueltas por el pueblo, a pesar del día.

—¿Cómo están? —preguntó educadamente Juli a su antiguas suegra y cuñada.

—Hola, Julieta, pues aquí nos ves, estamos yendo a la comisaría a declarar y firmar unas autorizaciones. Parece que exhumaremos el cuerpo de mi hijo.

Camila se volvió rápidamente para ver el rostro de su hermana menor, de repente se había puesto pálido, y el labio inferior le temblaba ligeramente, se mordió los suyos con rabia. Estas mujeres podrían ser un poco más ubicadas. ¿No se daban cuenta de lo mal que le hacían poniéndola al tanto de cosas así?

—Además, un grafólogo determinó que la letra de la nota que encontraron no es de mi hijo.

Julieta soltó un jadeo desesperado. Sus sospechas se confirmaban, sus temores también.

—Julieta, ¿estás bien? Vamos a casa —ordenó Camila imperante.

—Sí, sí, estoy bien —esforzó una sonrisa, para parecer normal, pero los temblores que experimentó hacían que la bolsa de nylon resonara como un instrumento de percusión acompañando la caída de la lluvia.

—Gracias por lo de la otra vez, hija. Sergio estaría orgulloso de vos —reconoció Raquel entonces, haciendo alusión a la embriaguez, sin sobresaltarse. Su mirada estaba vacía de sentimientos, igual que la monotonía en el tono de su voz, mucho más que la de Julieta. Esta asintió, sin tener nada qué replicar.

—A medida que las investigaciones avancen, te pondré al tanto —dijo Carmen. Camila estaba estupefacta, ¡seguían añadiendo leña al fuego!

—Creo que no es necesario —manifestó Camila llena de impotencia—. Mi hermana la está pasando bastante mal con la muerte de Sergio. ¿Podrían evitarle noticias así?

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora