Capítulo 4: Tal vez nadie

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No sabía cuanto tiempo había estado mirando el techo de su cuarto. Se enredaba entre las blancas sábanas sin saber qué hacer en concreto. Y luego su vista se volvía a posar en las cornejas que habían adoptado las paredes como suyas.

Se lanzó de espaldas a su cama otra vez y desanudó la corbata azul que llevaba. No se atrevió a vestir de negro ese día porque sabía que ella le hubiese lanzado lo que estuviese a su alcance en la cabeza.

Aún recordaba su largo cabello reposando sobre cojines blancos como su vestido. No podía imaginársela dormida, no podía. Ni un suspiro salía de los bellos labios rosas que tantas veces besó.


Y se volvió a levantar. En un rincón junto a sus cosas, un cuaderno que siempre quiso ver, lo llamaba a rescatarlo de esa extraña soledad. Se desenredó como pudo y a trompicones llegó al pequeño rincón como un pequeño niño en busca de su juguete favorito. Era de pasta blanca con decenas de fotografías encima y un montón de sus frases favoritas en letras azules de todos los matices junto un pequeño ruiseñor que aletargaba aún más ese fascinante estado de suspensión en el que se había sumergido.

Era como un relicario, lo acariciaba y pasaba sus dedos por las esquinas sin atreverse a abrirlo y revisar sus páginas. Adela siempre lo llevaba con ella a todas partes, no importaba si era la playa, el laboratorio de anatomía o mientras se preparaba a saltar del acantilado. Él siempre había tenido curiosidad de ver aquellos pedazos de árboles que escondían una pequeña parte de su peculiar mente.

Después de tanto divagar, abrió la tapa y empezó a curiosear pero no había nada. Pasó a la segunda, a la tercera hoja y nada de nada. ¿Cómo era posible? León siempre había visto como Adela sujetaba aquel cuaderno, como si la vida le fuere en ello pero estaba vacío.

Lo lanzó para arrepentirse de inmediato. Allí estaba una de las últimas cosas que le quedaban de ella y como adicto por sus anfetaminas corrió tras las hojas de la chica de los labios rosas.

Y simplemente se apareció frente a él como si ese fuese el maldito momento correcto, frente a él la terrible caligrafía de Adela Lynette se desplazaba por las páginas como sucios arañazos desesperados. Había empezado a escribir en el dichoso cuaderno desde el final hacia adelante como queriendo dejar atrás su pasado y tener siempre al frente su futuro, otra de sus peculiares ideas.

Estaban sus poemas, estaban sus confesiones e ideas cualquieras, algunas lenguas muertas y pociones exquisitas.


''Y aquella antigua, ajena resignación

Es más cercana cada día

Va llenando los agujeritos

De ésta añeja y resquebrajada alma

Que se sostiene de espejismos y engañosos recuerdos

Cada vez más dispersos, más disueltos''.


Cerró rapidamente el cuaderno y se arrepintió de haberlo leído. ¿Quién era él para irrumpir de esa forma la mente de aquella chica? Se volvió a lanzar sobre su cama lanzando maldiciones que alimentaban a las cornejas de su cuarto. Se levantó de un tirón por tercera vez esa madrugada y sediento a punto de asfixiarse, tomó el cuaderno con las uñas, permitiéndole por un instante calmar esa sed que le desgarraba la garganta.


''15 de Junio - Pérgola

Sé que probablemente escribirlo aquí sea irresponsable, soy consciente de ello pero las circunstancias han hecho que empiece a temer verdaderamente por primera vez. Sé que aún hay mucho más por escarbar, creo que estoy cerca pero no sé si continúe con esto, no sé si pueda, si se me permita por esto he reunido el valor suficiente para escribir en estas páginas. Si es que has encontrado esto, sabes lo suficiente como para terminar esto. Probablemente arranque esta hoja en unos días, tal vez nadie vea esta nota como nadie vuelva a ver a esta autora pero si es que la encuentras libre por alguna parte, debes saber que todo ha salido de maravilla, razón por la cual puedes ignorar este mensaje.

Al borde del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora