Capítulo 5: Quizás, si

130 7 6
                                    

13 de Abril del primer año.


—¿Segura que no quieres que te ayude?

—Lo harás, si haces lo que te he dicho.

—Sí, pero... Sabes que puedo llegar allí en unos minutos...

—Noel, me tengo que ir ya. Hablamos luego.

Adela colgó el teléfono de casa de forma inesperada emitiendo un estruendo sin haberlo querido. Si su vista hubiera estado en buenas condiciones, el temblor de sus delgados dedos hubiera sido perceptible. Tomó un respiro y se colocó la cazadora apresurada.

Había transcurrido un mes desde que su padre se había llevado a su hermano a casa de su tía. Desde hace treinta días, el encaje de una bata blanca se arrastraba en las noches subiendo una larga escalera, para llegar al pie del teléfono sobre una mesa de madera; buscando una respuesta que sabían, se mantendría fugitiva. Después de setecientas veinte horas, otra fantasiosa ilusión de Adela Lynette se resquebrajaba violentamente, liberando algunos pedazos que se incrustaban sobre sus palmas para desvanecer, habiendo dejado su letal pócima.

Cada vez se le hacía más complicado, pero lo lograría. Tenía que ser lo suficientemente arriesgada para adelantarse un par de pasos a su padre. Aunque la calma no era una de sus virtudes, descubrió que algunos sentimientos encubiertos empezaban a filtrarse por todas partes, sentimientos que la mantuvieron quieta hasta ahora.

Caminó unas diez cuadras desde el paradero del bus para llegar a la zona residencial. La imponente casa blanca la hacían sentirse incompleta, más pequeña. Se acomodó el morral a un lado, y se tronó el cuello antes de llamar al intercomunicador.

—Residencia de la familia Benavides, ¿en qué puedo ayudarle?

—Buenos días. Soy Adela, Eloísa. ¿Podrías decirle a mi tía que estoy aquí?

—Buenos días, señorita. De inmediato...

Adela no se molestó en terminar de escucharla, traspasó la enorme puerta de cristal ni bien oyó el sonido de acceso de la máquina. Sacudió su cabeza de forma brusca y siguió adelante; su mente se perdía en el rocío artificial del inmenso jardín, intentando imaginar recuerdos llenos de felicidad en ellos. A pesar que cada vez acudía con mayor frecuencia a esa casa,  cada vez su memoria parecía recordarlo menos.

—Adela, querida. Qué sorpresa tenerte aquí... Por tercera vez en esta semana —dijo una mujer sin tratar de ocultar su fastidio mientras golpeaba sus tacones al bajar las escaleras.

—Querida tía, es inevitable las ansias de ver a mi hermano y... A ti, por supuesto —respondió Adela con una sonrisa, mordiéndose la lengua.

—Sabes bien que Octavio tiene prácticas en las mañanas, no debiste molestarte —la muchacha se alzó de hombros mientras se regodeaba al molestar a aquella esbelta mujer. Podía ver en sus oscuros ojos como iba calculando su siguiente paso, todo le indicaba que la próxima vez la atacaría.

 —He decidido saltarme algunas cosas, lo esperaré en su habitación —ni bien hubiera terminado sus líneas, la no tan menuda jovencita salió disparada hacia la segunda planta sin si quiera haber pedido permiso alguno.

Ahora solo debía esperar a que Octavio volviera. No había sido el plan más brillante pero era el menos evidente. Su padre creía que ella no se atrevería a desafiarlo de nuevo, al menos no de esa forma después de haberse lanzado con los brazos abiertos al infinito barranco lleno de brea oscura y espesa que empezaba a manchar su esencia.

El tiempo continuaba su curso, pero no había señales de Octavio ni de su quejumbrosa tía. Despacio, abrió la puerta y se escabulló hasta el final del corredor, de ese por el que tantas veces había sido reprendida en su infancia. Su pasado empezaba a colarse sobre sus ojos como fotografías desgastadas con las puntas arrugadas en cada rincón del imponente lugar.

Al borde del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora