Capítulo 3: Y nada más

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7 de Julio del segundo año.


Los días le parecían más lentos desde que las cosas habían terminado con Lynette. Verla todos los días le hacía las cosas más difíciles, y sabía que él solo se lo había buscado. Fue él quien decidió que las cosas debían acabar.

Empezaba a sentirse solo. A veces se preguntaba si sus silencios albergaban odio o solo su agobio, su resignación. Él creía que ya le había dado suficiente tiempo al tiempo, pero todo le hacía pensar en ella. Tenía recuerdos de Lynette por todas partes de su mente, su aliento, sus besos y era entonces cuando se daba cuenta que le hacía falta más tiempo.


Había sido demasiado bruto, demasiado brusco. Y no entendía por qué lo había hecho. ''¿Por qué se repetía constantemente?''. No era culpa de Lynette que las cosas hubieran acabado así para Josephine. Pero él lo había hecho, la había señalado con el dedo. La había cargado con toda la responsabilidad y muy tarde se había dado cuenta que era injusto.


Había vuelto a usar el puente desde Lynette. Hoy la había visto otra vez. Era su cumpleaños pero nadie se había acordado a excepción de él, pero ni siquiera se le había acercado.

Se había convertido en un desconocido. Era el único que la evitaba. En más de una ocasión Lynette lo había saludado sonriente, como queriéndole decir que las cosas habían ya pasado pero él sabía sus verdaderas intenciones. Al menos por una vez, lo sabía. Porque ella no necesitaba usar sus palabras como armas, un simple pestañeo podía ser tan mortal como una daga sumergida en ponzoña.


Él le había dado el poder de hacer aquello, de lastimarlo. Había sido un idiota al entregárselo fácilmente pero no se arrepentía de ello. Había dejado de ser un muchacho por una marioneta sin vida cuya historia era controlada por ella. La quería. Quería a aquella maldita.

Hubiera querido liberarse de sus bien tejidas redes pero era tarde. Ya lo había cambiado. Había sido su pequeño conejillo y vaya que empezaba a dar frutos. Todas sus manías ahora las había vuelto propias como si fuese una parte de él que siempre estuvo ahí.


«¿Y por qué no?» se dijo a sí mismo. Abrochó su chaqueta y empezó su carrera.


Luego sus palabras llegaban otra vez, como los condenados cuervos mensajeros de las parcas.


-No estaré aquí mucho tiempo -dice respirando la brisa como tantas otras veces-, lo sé.

-Deja de decir eso, ¿bien? -dice León con una sonrisa cansada-, a veces no sé de donde te sale tanto drama.


León toma sus manos de la arena, las limpia y recoge cada granito con sus dedos, sin dañar su piel de marfil. La mira y como tantas otras veces no logra sacarla del fango que atrapa sus pensamientos más profundos; deseando estar en alguno de ellos al menos por una vez.


Cayó en la acera, se golpeó la cabeza y se hizo un rasmillón. Pero ella estaba para él una vez más. Lo había salvado, eso creía.

Escuchó las notas rotas de un piano y vio sus ojos pardos quietos, inmóviles, petrificados. Se había cumplido.


Era demasiado burdo. Era una despedida demasiada burda para ella. Y no podía entrar en su cabeza. Lynette, la misteriosa y extraña Adela Lynette. No podía explicarse que una chica como ella se fuera de esa forma.

Al borde del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora