Capítulo 47

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Alessandra se recostó de nuevo, intentando esta vez dormir. Tenía que hacerlo, lo sabía. Cansada no serviría de nada. Pero no podía dormir. Solo podía pensar en André y, por primera vez, se permitió recordar lo que había sucedido. Inspiró hondo. Él tenía razón. Había sido sublime. No había otra palabra posible.

Y, se sintió confundida. No, totalmente aterrada. Sí, eso era. No quería volver a sentir, no se suponía que sería así. No de nuevo, no con esa intensidad. No con él.

André había sido parte de su pasado. Lo había superado. Eran historia. Sin embargo, también era cierto que habían sido jóvenes e impulsivos. Los dos pasaban de los treinta años ahora y no quedaba rastro de su inmadurez, en ninguno de ellos, al menos la mayor parte del tiempo.

Él, bueno, de cierta manera seguía siendo él. Con esa sonrisa burlona, su encanto natural y sus ojos grises juguetones, no parecía haber cambiado ni un ápice. Solo que, ella lo había visto. Había cambiado. Más, había crecido... madurado. Era un hombre ahora y, claro, ella se sentía... atraída. No era algo recomendable.

Y, aun cuando había deseado alejarse (y se lo había prometido a sí misma firmemente), no lo lograba. Cada vez que lo intentaba, que un pensamiento así se filtraba en su mente... lo veía o lo escuchaba... o tan solo lo sentía. Era él.

Cerró los ojos con fuerza, intentando no pensar más. Quería que todo desapareciera. Que él desapareciera... que ella desapareciera... si tan solo...

Si tan solo lo quisiera realmente fuera de su vida, todo sería fácil.


***

–Me gustan las fotografías –habló Alessandra y André elevó sus ojos grises hacia ella, que se encontraba sentada en un sofá, cerca de la amplia ventana de su apartamento– ¿no te parecen increíbles?

–¿Las fotografías? –inquirió André desorientado. Había estado concentrado en las cifras que tenía frente a sí, después de que Alessandra viniera con comida para los dos y lo sorprendiera en su departamento.

–Sí –sonrió levemente– ¿estás trabajando de nuevo? ¡Es fin de semana!

–Tú también trabajas los fines de semana –contestó divertido.

–Es diferente –elevó su mano en gesto petulante y él rió– tu trabajo puede esperar.

–Y el tuyo... –André suspiró y la miró– ¿qué decías de las fotografías?

Alessandra rió y se levantó, dirigiéndose a la cocina. André se levantó y la siguió.

–Es increíble como captan aquellos instantes que la memoria tan frágil a veces olvida, pero con una fotografía... –Alessandra sonrió y suspiró– es capturado.

–Y se conserva –concordó André mirando como Alessandra tomaba el vaso de agua por el que había ido– ¿tienes muchas fotografías?

–De todo –confirmó y suspiró– alguna vez te invitaré a verlas.

–Me encantaría –contestó André, aunque no estaba tan seguro de sus palabras.

–¿Y tú? ¿Tienes fotografías? –Alessandra elevó sus ojos azules hasta él.

–De los momentos importantes –se encogió de hombros.

–¿Me puedes mostrar a qué te refieres? –preguntó con curiosidad.

–No –André sonrió y ella hizo un mohín– no están aquí.

–¿No? ¿Dónde las tienes?

–En donde siempre han estado –cuando Alessandra continuó mirándolo fijamente, él se rindió– en mi habitación, en la casa donde crecí.

Al decir aquello, André no se imaginó que tras diez minutos estarían dirigiéndose a la Mansión Ferraz, a ver unas fotografías que él no estaba seguro de querer compartir, ni siquiera con Alessandra. Sí, eran momentos importantes. No obstante, aún más, eran personas... las más importantes y queridas para él las que conservaba en los retratos guardados bajo llave en aquel cajón.

La estancia se encontraba en silencio después de que el ama de llaves se retirara. Alessandra admiró el hogar de André sin aliento. Era imponente. Él clavó sus ojos grises en ella, le tomó la mano y la dirigió escaleras arriba, hacia su habitación. Nadie más parecía estar en la Mansión.

–¿Qué habrías dicho si alguien nos encontraba? –preguntó divertida Alessandra y él se encogió de hombros– ¿acaso es común que vengas a tu habitación con una mujer?

–No creo que nadie hubiera preguntado –André evitó contestarle que, en realidad, nadie habría podido hablar de lo estupefactos que cualquiera de su familia se habría sentido al verlo a él en la Mansión con una mujer y dirigiéndose a su habitación. Él jamás había invitado a nadie ahí, ni siquiera estaba seguro de que alguien de su familia hubiera entrado alguna vez.

–Mmm –Alessandra se soltó de su mano y él cerró la puerta tras de sí.

–¿Qué sucede? –inquirió André mirándola intensamente.

–¿Es común que traigas mujeres aquí? –cruzó sus brazos. André sintió como su boca se deslizaba en un gesto de muda sorpresa–. ¡Contesta, André!

–Alessandra... –pronunció con dificultad, sin saber bien qué decir– a veces, tengo la sensación de qué...

–¿Qué? –exclamó ella haciendo un mohín.

–Bueno... –negó levemente– nada, en realidad. Pero –añadió, pues veía venir su protesta– no, nunca ha pasado antes –ella lo miró confusa– las mujeres, en mi habitación –aclaró, incómodo– ¿vemos las fotografías?

Alessandra asintió en silencio, finalmente sintiendo el peso de su reacción ilógica. ¿Celos nuevamente? ¡Esto empezaba a ser absurdo! Sobre todo porque ella sabía que era él, André, el hombre que seguramente había conquistado a todas las mujeres hermosas de los alrededores. ¿Qué rayos le pasaba a ella? ¿Por qué le importaba eso ahora? ¡Eran tan solo amigos y eso era decir mucho!

No obstante, él no había traído a nadie ahí. Y, cuando lo vio extraer una llave y abrir un cajón, estuvo segura de que, de alguna manera, ella era diferente. Así como él era diferente para ella... Diferente, no era malo. Solo... diferente.

–¿Alessandra? –llamó André su atención y ella enfocó su mirada– ven aquí –pidió.

Alessandra intentó no mirar demasiado a su alrededor. Lo cierto era que sentía una intensa curiosidad por aquella habitación que había pertenecido a André mientras crecía, los cambios que ahí se iban evidenciando, desde el niño que alguna vez había sido hasta el adolescente rebelde que seguramente fue. ¿A qué edad se habría mudado? Ella recordaba que muchas de las veces, cuando habían estado juntos, él había dicho que se quedaba en la Mansión... así que, cuando lo había conocido también, una parte de ese André estaba ahí.

Pasó las fotografías una por una, con cuidado, casi con reverencia. Eran increíbles y notó que más que eventos, eran personas. Tenía un retrato de toda su familia, otra con otras familias que sabía eran muy allegadas a los Ferraz, una más con los miembros jóvenes de aquellas familias. Miró al pequeño André cargando a su hermana cuando había sido un bebé. Elevó sus ojos azules hacia él, con ternura.

–No me mires así –rogó él avergonzado. Alessandra asintió, reprimiendo una sonrisa. En ese instante, André se veía encantador.

Fueron sucediéndose unas cuantas más y Alessandra suspiró. Era increíble. Se las entregó y lo siguió hasta donde las guardaba. Notó que no había tomado todas las fotografías.

–¿Y esas? –interrogó esquivando el cuerpo de André, pues se había interpuesto entre ella y el lugar donde se encontraban– ¿André?

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now