Capítulo 11

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–Nadie baila... no creo que... –Alessandra sentía que una leve ofuscación se apoderaba de ella–. ¡André, detente!

Él no parecía escucharla, o al menos la ignoraba con bastante facilidad. Le hizo dar un giro y la volvió a atrapar entre sus brazos.

Alessandra se apoyó en su pecho, escuchó sus latidos acompasados y adivinó la sonrisa que André dibujaría al saberla rendida a sus encantos por unos minutos.

Y no le importaba, porque en ese instante, se sentía tan correcto que no pudo evitar esbozar una sonrisa y cerrar los ojos, para entregarse al momento.

–Me gustó bailar contigo aquella noche –André sonrió, con sus ojos grises llenos de alegría– no veo razón para no repetirlo.

Alessandra no contestó. Ella veía miles de razones para no repetirlo, no obstante todas ellas se quedaban en nada. ¿Por qué? Por la sencilla razón que ella quería repetirlo. No debía hacerlo, pero quería. ¡Cómo lo quería!

Y, de preferencia, que no terminara nunca. Estaba perdida.

Comieron con calma, rieron y disfrutaron de la compañía del otro. Alessandra estaba sorprendida, gratamente sorprendida por lo buen conversador que podía ser André. Sin duda era inteligente y carismático, se había equivocado con él. Pero es que él se había comportado tan... ¿Quién, en verdad, diría que él era agradable?

La tarde casi había concluido cuando André miró su reloj. No podía creer que pronto anochecería y ellos seguían ahí, juntos. Alessandra le contaba sobre su familia y él también lo hizo, para su propia sorpresa. ¿Él hablando de su familia con una chica? Algo no estaba del todo bien. Sin embargo no importaba demasiado. No cuando estaba con Alessandra, no cuando ella le sonreía de esa manera.

–Deberíamos volver a hacerlo muy pronto –André habló cuando Alessandra ya se alejaba a la facultad–. ¿Te gustaría? ¿Mañana?

–No puedo –Alessandra habló indecisa y él entrecerró los ojos–. No, no es una excusa.

–Claro que no –soltó con tono incrédulo.

–No lo es –afirmó acercándose a él–. Debo ir a la fundación. Tenemos una mañana de actividades con los niños.

–Bien –asintió André decepcionado y se despidió.

–Espera –Alessandra lo detuvo. Sabía que no debía, pero ¿qué más daba ya?–. ¿Te gustaría venir?

–¿De verdad? –André no ocultó su sorpresa y su gusto por la invitación–. Claro que sí, me encantaría.

–Excelente –ella le brindó una gran sonrisa–. Vivo cerca de aquí, podríamos encontrarnos en el mismo lugar de hoy.

–¿La banca en la que estabas sentada? –preguntó y Alessandra asintió–. Perfecto. Entonces, ¿a qué hora?

–Debemos llegar a las ocho, por lo tanto... ¿qué tal te viene las siete y treinta?

¿Las siete y treinta de un sábado por la mañana? Sí, le venía perfecto –pensó con ironía André y decidió que pasaría la noche en la Mansión Ferraz.

–Aquí estaré –confirmó André y se despidieron.

Decidió ir a su departamento por algo de ropa y se encontró con un mensaje en su contestadora. Aparentemente, Natalia había retrasado su viaje un día más.

Se debatió entre llamar o no. Su historia había sido intensa e infantil. Ella era cinco años mayor que él, por lo que había tenido apenas catorce años cuando empezaron a salir. Ella tenía diecinueve. Se había enamorado y, quizá, sería la única vez que lo había hecho. No lo volvería a hacer. Había sido una locura y una estupidez.

Natalia era una joven sofisticada, divertida y algo alocada. Él había querido ser lo que sea que ella quisiera. Y ese había sido el gran error. Claro, dejando de lado el amor que había creído sentir. ¿Realmente le había dicho una vez que la amaba? Si, le parecía que lo había hecho.

–"Mi pequeño André" –había sido su respuesta mientras reía y le pasaba un dedo por la mejilla–. ¿Amor? Eres un niño adorable.

Él había cruzado los brazos, ofendido y sin notar que esa actitud, sin duda, era propia de un niño caprichoso. Natalia le había dado un beso apasionado y se había separado. André había decidido que haría todo por ella.

Una locura, por supuesto. Al cumplir veintiún años, Natalia se había esfumado de su vida. Volvía de vez en cuando a Italia y viajaba la mayor parte del tiempo. André había decidido que no quería esperar por ella. ¿Por qué tenía que esperar?

Podían disfrutar el tiempo que estuvieran juntos y cuando estuvieran separados, él disfrutaría la vida por su cuenta. Lo había hecho. Y le había funcionado muy bien. Había crecido y había aprendido que el amor no era nada. Si es que existía.

–André –fue el inesperado saludo de Natalia, cuando él abrió la puerta para irse.


***

–Pensé que no vendrías –Alessandra le brindó una sonrisa amplia y él le devolvió la sonrisa–. ¿Listo?

–¿Para qué? –inquirió ante la diversión de Alessandra.

–Para el día que nos espera –ella elevó sus manos como si fuera obvio– niños... una mañana... juegos... ¿crees que será fácil o divertido?

–¿No? –preguntó él, con tono de dramática sorpresa.

–Claro que no –Alessandra se cruzó de brazos pero una sonrisa aun iluminaba su rostro– ¿vamos?

Llegaron a la Fundación, donde un grupo de diez niños los esperaba. André giró hacia Alessandra, con cara de suficiencia. Ella se encogió de hombros.

–¿Solo diez? ¿Y cuántos adultos más vienen? –André rió.

–Oh no, diez nuestros –Alessandra rió también– los demás ya están con sus respectivos directores.

–¿Debemos hacernos cargo de entretener a diez niños?

–Básicamente, si no vienen más... –André le envió una mirada de aprensión y Alessandra no puedo evitar reír–. ¿Te gustan los niños, André?

–Yo... no son mi especialidad –murmuró.

–¿Y por qué has venido, entonces? –inquirió divertida Alessandra mientras se alejaba para abrazar a los niños y saludarlos por sus nombres. André la alcanzó tras un momento.

–Él es André y ha venido conmigo –pronunció Alessandra, presentándole a cada uno de los niños. Los pequeños le dirigían miradas beligerantes, lo que le hizo suponer que más de uno estaba enamorado de Alessandra. ¿Y cómo no, si se notaba lo bien que se le daban los niños?

En cuanto a las niñas, que eran seis en total, se mostraron encantadas con él; básicamente, porque aceptó sentarse con ellas y ponerse a dibujar. Algo que no recordaba haber hecho nunca. ¿Rompecabezas educativos? ¿Muñecas que cantaban en distintos idiomas?

André giraba a momentos hacia Alessandra, como pidiéndole ayuda y sorprendiéndose de que, ella también, lo miraba. Diferente. Lo miraba diferente.

–He venido por ti –André se acercó al final del día, agotado hacia Alessandra– solo por ti –susurró. Alessandra giró y le tomó la mano. André la estrechó con fuerza.

Casi amor (Italia #11)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon