Capítulo 26

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–Siempre me he interesado en mí –rió André.

–En la forma equivocada –cortó Danaé poniendo en blanco los ojos–; pero bueno, creo que he terminado por aquí.

–¿Así de fácil? –André la miró detenidamente– ¿a dónde vas?

–Iré por Alex para comer –contestó Danaé levantándose– lo sorprenderé.

–¡Ya están casados! ¿Por qué lo haces? ¿No te cansas? Deberían ser como las demás personas casadas normales.

Danaé lo miró con diversión. La aversión de André hacia el matrimonio aún estaba latente, pero no tanto como él pensaba. Ese escudo caería también.

–¿Y cómo debería ser, André? ¿Qué otras personas casadas "normales"? –inquirió divertida–. ¿Mamá y papá?

–Ellos no... –André bufó cruzando los brazos– son una excepción.

–Ah... ¿quizá como Sebastien y Doménica?

–Otra excepción –contestó con sarcasmo– tenían que ser sus hijos. Alex y tú... tal para cual.

–Te recuerdo que mis padres también son los tuyos –Danaé dijo, risueña– adiós, hermanito.

–Adiós, Danaé –se volvió a sentar y ella asomó su cabeza por el umbral.

–¿André?

–¿Sí?

–¿Mel y Daniel? –lo fastidió, en referencia a otra feliz pareja que formaban su tía y su esposo.

André puso en blanco los ojos una vez más y escuchó las risas de su hermana menor mientras se alejaba.


***

Las horas pasaban con lentitud, en realidad, el reloj no parecía avanzar y él continuaba preguntándose qué estaba haciendo ahí. No tenía la menor idea. Su padre le había dicho que debía averiguar que sentía. Y realmente lo iba a hacer.

El consultorio estaba prácticamente desierto. Alessandra abrió la puerta y lo vio.

André se puso de pie, esperando que ella firmara el historial clínico que tenía entre manos y se despidiera de su paciente, una niña que curiosamente era muy parecida a su sobrina Liz. Agitó brevemente su cabeza, intentando recordar lo que iba a decir. Lo había ensayado tantas veces...

–Adiós –escuchó que susurraba Alessandra con una leve sonrisa. A continuación, clavó sus ojos azules en él– ¡André! ¿Qué haces aquí?

–Pensé que estarías fuera –murmuró, inseguro.

–Ya no, he regresado hace un par de días.

–Sí –André se pasó una mano por el cabello intensamente negro– me siento tan idiota, parado aquí sin decir nada.

–Pues entonces... di lo que tengas que decir –sonrió un poco.

–Bien –tomó aire despacio– es complicado.

–Complicado... –Alessandra se movió a un costado– ¿quieres hablar en mi consultorio?

–Sí, creo que tomará un tiempo –asintió.

Alessandra se giró y él la siguió. Estaba preciosa y se veía tan radiante. André se sentía totalmente deslumbrado, como la primera vez que la vio.

–¿Recuerdas cuando nos conocimos? –empezó André y eso le ganó una mirada curiosa de Alessandra–. Jamás imaginé que pasaría algo así.

–¿A qué te refieres, André? –cruzó sus brazos y en su rostro se reflejó turbación.

–Siempre fuiste hermosa, Alessandra, pero eso no era todo. Tú eras algo más. Siempre lo serás...

–André, no creo que esto sea...

–Por favor, déjame continuar –pidió en tono suplicante–; de alguna manera, creo que siempre lo supe, ¿sabes? No creí que pudiera ser... bueno... amor. No obstante se sentía así, antes lo era y ahora, que te encontré nuevamente, estoy total y absolutamente enamorado de ti. No, no te alejes –le tomó de la mano cuando ella se giraba– sé que no está bien decirlo... no, sí lo está. Solo que no es el momento adecuado. Pero a pesar de todo, permíteme decirte que te amo, y sé que es egoísta de mi parte decirlo, sin embargo pensé que necesitabas saberlo. No espero una respuesta, ni tan siquiera un asentimiento. Solo debías escucharlo.

Alessandra se mantuvo en silencio. Su semblante impasible, como si no lo hubiera escuchado. Pero André observaba la inquietud en sus ojos. Sí que lo había escuchado. Suspiró y se sentó frente a él. Se mordió el labio, indecisa.

–André, no sé qué decirte... –su voz sonaba suave, lejana– jamás... yo no lo esperaba. Esto es... sin duda complicado –rió, nerviosamente– no sé qué hacer con lo que me has dicho. Yo...

–No tienes que decir nada, Alessandra –inspiró hondo André y sonrió tristemente– sé que es más que imposible. Tú no me amas... quizá nunca me amaste. Lo sé.

–Yo sí... es diferente. Es pasado y...

–Lo entiendo. Como te dije, es muy egoísta de mi parte decírtelo pero no podía guardármelo. No quiero perderte y saber que no hice nada para impedirlo.

–Ya me perdiste, André –sus ojos azules se clavaron con decisión en los grises– yo amo a mi esposo. Siempre será así.

–Siempre... –repitió André, sintiendo el amargo sabor de la palabra en su boca.

–André, escúchame... –las palabra de Alessandra se vieron interrumpidas por unos toques en la puerta del consultorio. A continuación, un hombre se abrió paso con una sonrisa.

–Alessandra, ¿estás muy ocupada? –preguntó mirando a André con curiosidad. La tensión era latente en el aire.

–Eh... no, pasa –pidió con voz vacilante–. André, él es...

–Su esposo –le extendió la mano con una sonrisa franca– mucho gusto.

–Un gusto –murmuró André, apretando la mano extendida. Sus palabras surgieron forzadas– soy André Ferraz.

Tanto Alessandra como su esposo intercambiaron miradas que hicieron sentir a André totalmente fuera de lugar. Se giró hacia Alessandra.

–Debo irme...

–Espera... ¿has dicho André Ferraz? –inquirió el esposo de Alessandra con una extraña mirada. André sintió que una tormenta se formaba sobre su cabeza– ¿qué haces tú aquí?

Su tono cortante, en sustitución del anterior amable, le mostró a André que sin duda el esposo había escuchado hablar de él.

–Yo...


André abrió los ojos de un solo golpe, para darse cuenta que se encontraba de vuelta en su habitación. Todo había sido una pesadilla. Y quizás, era la pesadilla más vívida que había tenido. Era lo que debió hacer, ir por Alessandra, pero no lo había hecho. No tenía nada que ofrecerle. Quizá la amaba. Un quizá no servía.

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora