Capítulo 39

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Alessandra cerró el portón de su casa con suavidad. Al abrir la puerta, miró las cajas apiladas a un costado de las escaleras. Si las pertenencias de John debían irse, la casa se quedaría vacía, aún más. No tenía sentido permanecer ahí. Ella también se marcharía. Sentía que era tiempo de hacerlo.

Ciertamente, nunca lo olvidaría. Era su esposo, lo amaba, pero ya no estaba. Ahora se encontraba sola, enfrentándose día a día al mundo, sin él a su lado. Sin encontrar una sonrisa o un beso al llegar a casa, una palabra de consuelo o un abrazo. Nada. Únicamente soledad y vacío a su alrededor.

Si hubieran tenido más tiempo... había soñado tanto con formar una familia con John. Ver crecer juntos a sus hijos, regañarlos por las travesuras que hicieran cuando niños e intentar sanar las heridas de su corazón roto cuando fueran adolescentes. Sin embargo, no había tenido esa oportunidad. La había perdido.

Otro pedacito de felicidad que no tendría. O... quizá podría tener. Indudablemente, no volvería a casarse. ¿Un hijo?

Su instinto maternal no había estado tan a flote ni tan siquiera al transcurrir el primer año de matrimonio con John. Sencillamente, quería disfrutar el mayor tiempo posible de él, de su vida de pareja. Ahora, ya no sabía que sentía.

¿Un hijo? Sí, quería un bebé. Alguien a quien cuidar, un motivo más que la impulsara a despertar cada mañana con una sonrisa en los labios, alguien que sería parte de sí misma. Un hijo.

Era bastante consciente que para eso necesitaba un padre. Pero, no necesariamente. Habían muchos métodos, ella podría lograrlo sola. Relativamente.

No se sentía segura de asistir a ellos, aun siendo doctora. ¿Un desconocido siendo el padre de su bebé? No, no le agradaba la idea.

Aunque, si no era un desconocido, ¿a quién podría pedirle semejante cosa?


***

André se sentía expectante tras recibir la llamada de Alessandra. El beso compartido en el evento lo había confundido enormemente; además que tras notar lo que había hecho, ella se había vuelto fría, colocando distancia entre ellos. Él no lo entendía. ¿Qué había ido mal? No era como si él la hubiera besado. Ni siquiera había tenido tiempo de reaccionar ante el breve e inesperado roce de sus labios.

–Tengo una propuesta para ti –Alessandra lo miró con seriedad– quizá te parezca una locura, pero debo preguntar.

–Está bien –André la escuchó con atención, dejando sus anteriores pensamientos.

–Puedo ver que has cambiado. Quizás eso influya bastante en... –suspiró– bueno, lo cierto es que quiero tener un hijo, André.

–¿Es eso una propuesta? –bromeó, sin entender a donde se dirigía.

–¿En realidad? Sí, lo es –confirmó Alessandra. André abrió los ojos con sorpresa–; pero, déjame aclarar las reglas que...

–Espera un momento –André sacudió la cabeza, aun confundido– pensé que bromeabas y...

–No, es en serio –cortó sin dudar.

–¿Quieres tener un hijo conmigo? –recapituló, incrédulo.

–No necesariamente –suspiró con cansancio– quiero tener un hijo, André. A ti te conozco, o al menos lo hacía. No eres un hombre de familia y yo...

–Te tengo una contraoferta –elevó la mano para detenerla– cásate conmigo y tendrás la familia que quieres.

–Sigues siendo idiota, André –entrecerró sus ojos azules aunque una ligera sonrisa curvó sus labios, restándole efecto a sus palabras–; lo siento, es solo que no quiero que malinterpretes lo que he dicho.

–¿Cómo podría malinterpretarlo? –cuestionó extrañado.

–Pues, por si no lo notaste, me acabas de pedir matrimonio –rió Alessandra, divertida–; por supuesto, es algo que no esperaba y siendo sincera, no pienso casarme nunca más, André. Y contigo, mucho menos. No lo tomes como algo personal, pero...

–¿Por qué habría de tomarlo como algo personal? –preguntó sarcástico–; entonces, tú solo quieres un hijo... no una familia.

–No una familia –repitió ella y lo miró– no un esposo.

André asintió en silencio. El rechazo de la mujer que amaba era doloroso en extremo, aunque sabía que era lógico. Él podía haber cambiado todo, pero había algo que seguía ahí, sin importar lo que hiciera. El pasado. Su pasado en común jamás se borraría y no que él pretendiera que eso sucediera.

La amaba, en tiempo presente, pero no podía decírselo. Quería casarse con ella como nunca antes había deseado nada, sin embargo no pasaría. Soñaba con tenerla en sus brazos y solo era eso, un anhelo, un sueño.

–Lo entiendo –André se encogió de hombros y sonrió, aquella sonrisa despreocupada que a Alessandra la transportó al pasado– ¿te llevo a casa?


***

Alex intentó mantener el gesto serio durante todo el relato. Al inicio estaba haciendo un trabajo pasable, pero cerca del final no pudo soportarlo más. Empezó a toser levemente, más fuerte y finalmente sonoras carcajadas se dejaron escuchar.

–Lo siento –se disculpó, con lágrimas en los ojos de la risa– ¿qué esperabas? ¡Esto no es algo que se ve todos los días!

–No es gracioso –André frunció el ceño, lo que provocó más risas de parte de Alex– ¿puedes tomarlo en serio?

–Lo hago... y es por eso que no lo creo –respondió e inspiró varias veces para no reír más–. Jamás pensé que dirías que amabas a alguien, mucho menos que pensabas casarte; y, que la única mujer que te provoca estos sentimientos, te diga que no se casará nunca y mucho menos contigo, bueno, compréndeme, tiene su gracia. Retorcidamente, pero es gracioso.

–No es nada gracioso, Alexandre –exclamó André furioso y eso hizo que Alex entrecerrara los ojos–; no voy a golpearte, no te preocupes.

–Menos mal, no me gustaría hacerte daño. Tú sabes, eres de mi familia y no se vería bien.

–Sí, mi cuñado –elevó una ceja André– y mejor amigo. ¿Sabes que debí golpearte cuando empezaste a salir con Danaé? No es demasiado tarde... –murmuró, sopesando sus posibilidades.

–Llevamos varios años casados, tenemos un hijo, ¿y apenas quieres hacer algo al respecto? Creo que...

–¿Deberías callarte? –André se pasó una mano por el cabello y lo miró con una sonrisa burlona–. Realmente, pensé que me ayudarías.

–No sé qué hizo que creyeras eso –Alex bromeó; sin embargo, a continuación lo miró con seriedad y dijo–: nadie podrá ayudarte más que tú.

–¿Yo? ¿Cómo?

–Arréglalo. Tú lo dañaste, ¿no?

–¡Hace más de siete años! –exclamó con desesperación– ¿cómo se supone que arregle algo que pasó hace tanto tiempo?

–Busca la manera –Alex se encogió de hombros– siempre hay una forma.

–Era una persona diferente –insistió André impaciente.

–No, no eras otro. Eras tú, solo que maduraste, sigues siendo el mismo, André.

–¿Qué les sucede a todos con lo de madurar? ¡Estoy cansado de...!

–Calma –Alex le puso una mano sobre el hombro– piénsalo, encontrarás algo.

–Eres de gran ayuda, amigo –sonrió con un toque irónico– creo que mi hermanita ha empezado a contagiarte lo enigmática.

Alex se limitó a encoger sus hombros, mientras esbozaba una sonrisita tonta, la misma que se dibujaba cada vez que alguien le hablaba de Danaé, según había observado André. Esto se estaba poniendo insoportable. O conseguía ser feliz o tendría que irse para siempre de Italia, tanto amor podía ponerle a uno enfermo.

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now