Capítulo 31

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–¿Y quién es? –Alessandra interrogó, divertida–. No ha dejado de mirarte y creo que en cualquier momento se acercará a pedir mi cabeza –rió.

–¿Quién? –giró levemente y se encontró con la mirada verde, destellante de rabia de la mujer que había hablado con él–. Diane... una antigua amiga.

–Parece mucho más que eso.

–Quizá lo fue –se encogió de hombros André– es pasado.

–Amplio pasado –lo provocó Alessandra con una risita y André puso en blanco los ojos. Ella no había creído que vería el día en que André estuviera disgustado con la lista de mujeres a las que había seducido, eso era totalmente nuevo y sorprendente, por decir lo mínimo.

Bailaron en silencio por unos instantes, dejando que la música los envolviera y los llenara con su etérea presencia. Por tan solo un momento, nada parecía haber cambiado entre ellos, ni siquiera los años que habían pasado desde la última vez que se habían visto. No obstante, era tan solo una ilusión.

André abrió los ojos con rapidez, sabiendo que había estado demasiado cerca del abismo... de nuevo. Alessandra era inalcanzable. Él lo sabía. No importaba lo que sintiera, ella sencillamente era imposible.

–André, ¿has suspirado? –inquirió Alessandra con sorpresa, separándose un poco para mirarle el rostro– ¿estás bien?

–Sí, un poco cansado –mintió y como el tono no le salió demasiado sincero, añadió risueño–: demasiado trabajo, mujeres, viajes... tú entiendes.

–Sí –se encogió de hombros– quizás algunas cosas no cambian.

–Quizás –respondió, sin poder evitar que sus ojos grises revelaran por un segundo todo el torrente de emociones que sentía en su interior. ¡Era ella! En sus brazos, como nunca pensó... no de nuevo. ¡Alessandra estaba con él!

–Lo de las mujeres... –Alessandra entrecerró los ojos– ¿por qué sonaba a mentira?

–Porque... –André la giró y sonrió– te ves preciosa, Alessandra.

–Oh... gracias, André –respondió y sus palabras sonaron extrañas. ¿Por qué? ¿Acaso nadie le hacía un cumplido? Eso había parecido.

–No pretendí incomodarte –vaciló un poco– lo siento.

–No es eso... –Alessandra cerró los ojos y apoyó su cabeza en el pecho de él.

André sintió un calor agradable extenderse por su pecho, originándose exactamente en el lugar en que se encontraba la cabeza de Alessandra. Sonrió, sintiéndose feliz, porque aunque sabía que quizá no estaba correcto y no volvería a pasar, la tenía en ese instante. A su lado. Casi como si fuera suya.

–No he salido demasiado... últimamente –murmuró algo incómodo, intentando retomar el punto anterior. No sabía por qué, solo que Alessandra parecía necesitar eso, hablar de cualquier otra cosa– lo de las mujeres –aclaró.

–¿Tú? ¿André Ferraz, te sientes bien? –Alessandra soltó con tono afectado, que solo logró que él pusiera en blanco los ojos de nuevo–. Eso no es nada normal.

–Bueno, dijiste que había madurado... quizá no te equivoques.

–Quizá no –susurró Alessandra y, cuando estaba a punto de añadir algo más, la música se fue apagando. Cerró la boca, la abrió de nuevo– gracias por el baile.

–Ha sido un gusto –él le tomó la mano y le besó el dorso. No quería ni pensar por qué lo hizo–. Disfruta la fiesta, Alessandra.

–Tú también –contestó con sus ojos azules tristes. André la estudió detenidamente. Había algo que no estaba nada bien.

–¿Has venido sola? –preguntó. Alessandra asintió–. ¿Por qué? ¿Dónde está tu esposo? –era una pregunta para la que no quería respuesta, pero tuvo que hacerla.

–John... –pronunció, con voz apenas audible. André pensó que se desmayaría, por la expresión de su rostro.

–¿Estás bien, Alessandra? ¿Quieres tomar algo?

– Aire. Acompáñame al jardín –soltó con rapidez y lo tomó de la mano.

André se sintió desconcertado. Alessandra siempre había sido una persona organizada, que lo tenía todo bajo control, tanto que parecía que nada podría jamás ir mal con ella. Y, ante sus ojos, mientras caminaban con andar rápido hasta el jardín, se fue desmoronando.

Cuando estaban parados a relativa distancia del centro de la fiesta, detrás de un enorme árbol que cubría la puerta por donde habían salido, se puso a llorar con el rostro escondido entre las manos.

Él no era nada bueno en esas situaciones. Siempre estaba listo para huir o decir algo ingenioso, aunque eso era cuando las mujeres en cuestión no le interesaban en lo más mínimo. Sin embargo, ella era Alessandra. Y jamás sería una más. Era la única.

Cerró el espacio entre ellos despacio, aunque dada la fuerza de su llanto, dudaba que supiera que él siquiera seguía ahí. Se sentó junto a ella, le apoyó una mano en el hombro. Nada...

Así que hizo lo único que se le ocurrió. Le pasó una mano por el cabello con delicadeza, mientras con la otra la acercaba a él. Alessandra ni siquiera lo miró. Él la apoyó contra su costado y la abrazó aún más fuerte.

Esta vez, Alessandra bajó las manos de su rostro, pero lo ocultó enseguida en el pecho de André y se dejó abrazar. No era correcto. De hecho, seguramente era una de las cosas más inadecuadas y traicioneras que podría hacer, sin embargo no podía evitarlo. Él estaba ahí, era cálido y se sentía protegida. Del dolor, de las lágrimas, de la tristeza... por un instante, todo parecía que podría mejorar.

Le pasó los brazos por el cuello y se aferró a él. No podía ser correcto, pero estaba bien. Tenía que estar bien. Por un segundo, el mundo tenía sentido. Y terminó.

Alessandra dejó escapar una inspiración corta mientras se alejaba de él, dándole la espalda. Ahora sí, se sentía como una completa idiota. Lo era. ¿Qué estaría pensando André? Que se había vuelto loca, seguro que era algo así. ¿Por qué había llorado tanto? Como si ya no lo hubiera hecho... hasta quedarse sin lágrimas. Aunque al parecer, sí que tenía más lágrimas.

–John... –pronunció, pero la voz le salió rota. Carraspeó un poco– John, mi esposo –aclaró, aunque seguía de espaldas a él, no sabía si escuchaba– está muerto.

André no dijo nada. Se quedó aún más estupefacto. Esta noche sin duda no tenía sentido alguno. ¿Estaba soñando de nuevo? No, a pesar de todo, esto era demasiado real y demasiado trágico. Él jamás desearía... no, él había visto lo feliz que era Alessandra y ahora... ¿muerto? ¿Su esposo? ¿Cómo? ¿Por qué?

Su mente no le daba tregua, formulando mil preguntas a la vez que él no lograría poner en palabras. No estaba seguro de que su voz lograra encontrar el camino para regresar, pues no podía pronunciar una sola sílaba. ¿Muerto?

–Un accidente fatal –narró con lentitud, como si cada palabra le pesara– en una carretera de Estados Unidos mientras iba al aeropuerto para regresar a casa. Otro congreso de medicina... le encantaban. Amaba aprender.

André continuó en silencio. Porque, en verdad, ¿qué se suponía que dijera? No había nada, absolutamente nada, que él pudiera decir para que el dolor abandonara a Alessandra. Solo se le antojaba girarla, mirarla a los ojos y estrecharla contra él, asegurándole que nada malo pasaría nunca más. Que ella estaría bien, que podría superarlo y volvería a sonreír y ser feliz.

Solo que no sería correcto. Él no era nadie en su vida para asegurarle algo así. Solo la amaba, pero eso no significaba nada frente a su sufrimiento.

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now