Capítulo 33

4.2K 581 21
                                    

–Gracias por traerme de vuelta a casa, André –esbozó una leve sonrisa. André asintió, admirando la enorme casa que Alessandra habitaba. Nadie debería vivir en un lugar así de grande solo. No podía imaginar cómo debía sentirse– me gustaba pensar que tendría una gran familia.

–Comprendo –musitó André ya que Alessandra se había quedado en silencio, mirando hacia la casa.

–Buenas noches, André –sacudió levemente la cabeza– me ha encantado volver a verte –besó su mejilla.

–El gusto ha sido todo mío –André sonrió ampliamente–. Buenas noches, Alessandra –le tomó de la mano y la acercó a él– cuídate mucho.

Alessandra clavó sus ojos azules en el rostro de André. Era como mirar al pasado y querer perderse en él, olvidando todo el dolor y la tristeza. Pero no era tan fácil... y ya todo era diferente.

–Lo haré –Alessandra se incorporó con demasiada rapidez– adiós.

–Adiós... –susurró André, mirando la espalda de Alessandra. Se sentía totalmente estúpido. ¿Cómo podía pensar que él podría significar algo aun? ¿Amigo? No, ni eso sería para Alessandra. Quizá no volvería a saber de ella... seguramente. Podría ser lo mejor.

Cerró los ojos e inspiró con fuerza. Sí, lo mejor. Puso en marcha el auto y se alejó.

En cuanto abrió la puerta de su departamento, dejó la chaqueta a un lado y miró alrededor. Había vivido tantos años ahí y sin dudarlo, no los cambiaría por nada. Sin embargo, ahora, parecía tan silencioso y vacío. Nunca antes... no en todo ese tiempo. Solo en esta noche, precisamente en este instante. Aflojó la tan detestable corbata y la arrojó lejos. No volvería a usarla. No de nuevo.

Sus ojos grises se perdieron en la oscuridad mientras recorría la sala. No quería estar solo, ya no más. Pero, tampoco era como si pudiera cambiarlo. Lo había intentado... ¡cómo lo había intentado! ¿Y había servido de algo? Bien... no.

Él no era un santo. Nunca lo había sido ni había pretendido serlo. Tenía su pasado, había salido con más mujeres de las que recordaba y lo había hecho sin remordimiento alguno. Había jugado, había disfrutado y se había hastiado. Quizá por haberse enamorado... tal vez porque había perdido a quien amaba. No lo sabía, pero se había cansado de todo.

Lo que una vez había tenido sentido, ahora ya no lo tenía. Aquello que había hecho que se sintiera bien consigo mismo, no lo lograba más. Solo quería algo diferente.

No obstante, ¿qué? O... ¿quién? Solo había una persona, una sola. A quien había tenido y perdido. A quien no tendría más. No era tan ingenuo como para pensar que la pérdida que Alessandra había sufrido la acercaría a él. Quizá sí, pero de ninguna manera romántica. Ni remotamente.

Lo había visto en sus profundos ojos azules. Aun amaba a su esposo y, lo que había sentido alguna vez por él, estaba más que extinto. Era inexistente.

La parpadeante luz roja del contestador llamó su atención. Se acercó y reprodujo el mensaje. Abrió desmesuradamente los ojos mientras se sentaba con lentitud en el sofá cercano. Su voz...

"André, aun no has llegado. Bueno, solo quería asegurarme que estuvieras bien. ¿Podrías llamarme en cuanto estés en tu casa? ¿Vas ahí, verdad? Espero que sí... que tontería, estoy hablando con tu máquina contestadora. Solo... llámame. No importa la hora... ¿y cuándo iremos por ese café? (silencio) ah, soy Alessandra"

André empezó a sonreír lentamente. Se escuchaba tan insegura, como si hubiera planeado que decir, no obstante en ese instante lo hubiera olvidado todo. Casi como si estuviera nerviosa. Lo que no era posible, por supuesto. Ella no lo amaba. Quizá lo había amado una vez, pero no más. No ahora.

Y sin embargo... No que tuviera esperanzas. Era solo un mensaje, no muy claro, pero se había preocupado por él. ¿Cómo podía evitar sentir una burbujeante alegría en cada terminación nerviosa? No, imposible. Esto era más de lo que había pensado que jamás pasaría. Tan cerca... escuchó una vez más su voz antes de decidirse a llamarla.

***

–André... –pronunció Emma con desinterés. Le sirvió un trozo de pastel de fresa a Alessandra y volvió a mirarla–. André ¿Ferraz?

–¿Acaso no me has estado escuchando? –Alessandra torció el gesto con irritación–; y déjame recordarte que eres doctora, jamás pensé verte horneando pasteles y galletas como una buena ama de casa.

Emma se encogió de hombros con una sonrisa divertida. Desde que se había enterado de que estaba esperando un bebé, había decidido dejar de ejercer la medicina indefinidamente, decidida a convertirse en una mamá tradicional o algo por el estilo. Alessandra aún no lograba entender la lógica que había llevado a Emma a decidir algo así, pero no pensaba discutirlo en ese momento.

–Te escuché, solo que no estaba segura de haberlo hecho correctamente. Hum... ¿desde cuándo no he visto a André? Creo que ya varios meses... ¿un par de años?

–¡Emma, ese no es el punto! –puso en blanco los ojos con exasperación.

–¿Cuál es el punto, entonces?

–¡No lo sé! –Alessandra probó un trozo de pastel–. Eres buena, ¿cómo has aprendido tan rápido? ¡Pensé que se te daba fatal la cocina!

–Yo también, pero resultó que estaba equivocada.

–Y mucho –saboreó Alessandra un poco más– me encanta. Debes darme para llevar, está delicioso.

–Gracias –Emma sonrió encantada–. A Nick le encanta los dulces. ¿Quién lo imaginaría?

–¿Quién habría imaginado que tú, de entre todas las personas, estarías encantada porque a tu esposo le gustaran los dulces que preparas? ¡No te reconozco, Emma!

Alessandra le sonrió a su amiga, jamás había pensado verla tan feliz y realizada. En casa, nada más y nada menos. Se despidió con un abrazo, sabiendo que aunque Emma parecía no haber escuchado ni la mitad de lo que le había contado, sí que había puesto atención. Y lo estaría pensando. Pronto escucharía lo que había concluido de lo sucedido la noche anterior.

Al despedirse de André, había entrado a su casa con lentitud. Se sentía tan extraña. Desde la muerte de John, había dejado de ser su hogar. Simplemente estaba vacía, como ella. Tan sola... pero no tenía el valor suficiente para dejarla. Le costaba desprenderse de los recuerdos, de lo que había sido su vida con John. De lo que podía haber sido y ya no sería... no estaba lista para renunciar.

Aun soñaba con ver llegar a John, esbozando su característica sonrisa amplia y tomándola entre sus brazos. Pronto serían dos años y aún no lograba hacerse a la idea de que se había ido. Para siempre.

No para ella. Él viviría en su corazón mientras tuviera aliento en su cuerpo. Lo recordaría. Lo amaría. Cada día.

Eso no significaba que quería aislarse del mundo y vivir del pasado. No. Quería encontrar un punto intermedio. Había estado atascada en su dolor por demasiado tiempo. Y ahora, precisamente cuando había pensado que estaba lista para salir y tratar de retomar su vida normal, encontraba a André. Quien había aceptado ser su amigo. Ella necesitaba un amigo. Y él estaba ahí, la conocía. Era perfecto.

Por eso no había dudado. Lo había llamado, aun antes de pensarlo bien. Él no estaba en casa todavía, lo que era mejor. Empezó a decir lo primero que le venía a la mente. Y, una de las cosas que la sorprendió, era que quería verlo de nuevo. Le gustaba estar en su compañía. Hacía tanto que no se sentía ella misma.

Y André le había devuelto la llamada. En un par de días, lo volvería a ver. André...

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora