Capítulo 37

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André apoyó la mano en la mejilla, contemplando el gráfico con indecisión. De ninguna manera los resultados podían ser correctos. No, había un error. Pero, generalmente él no cometía errores de ese tipo. ¿O sí?

Se reclinó sobre su silla, golpeteando la mesa con el lápiz que sostenía entre sus dedos. Indudablemente, había un error. Se preguntó si lo encontraría. Solía pasar que se bloqueaba si lo intentaba demasiado, así que prefería dejarlo un tiempo, con su mente ocupada en otras cosas, podía regresar y mirarlo de un ángulo diferente.

Miró el reloj. Era una buena hora para ir a comer algo y regresar. Es lo que haría.

Un suave golpe en la puerta le llamó la atención. ¿Dónde estaría su asistente para avisarle quién era? Se encogió de hombros, no es que importara demasiado.

–Adelante –contestó automáticamente, colocándose aún la chaqueta para salir, pues parecía correr una brisa fría afuera. Elevó sus ojos grises hacia la entrada y se quedó quieto, por un instante sintió que no podía moverse ni aún si su vida dependiera de ello. Alessandra.

–No había nadie afuera –explicó dubitativa– así que decidí golpear. Pensé que habías salido... pero estás aquí –Alessandra inspiró hondo–. ¿André?

–¿Ah? ¿Sí? –André habló sin sentido. Carraspeó–. Hola Alessandra, puedes pasar. Siéntate, por favor.

–Veo que estás de salida –ella sonrió levemente– no quisiera interrumpirte...

–No te preocupes, iba a comer algo. Puede esperar –contestó rápidamente.

–No es necesario. Precisamente, venía a verte para saber si existía la posibilidad de que comiéramos juntos –miró al suelo– si no tienes otros planes, claro.

–No, ninguno. Me encantaría ir a comer contigo, Alessandra.

–Bien –Alessandra sonrió ampliamente, por un fugaz momento. André casi no podía creerlo. ¿Realmente había sonreído o solo fue producto de su imaginación?

–¿Algún lugar en especial? –inquirió André, poniéndose finalmente su chaqueta.

–Que te quede cerca para que puedas regresar a tiempo. No me gustaría retrasarte en tu nuevo estilo de vida.

–Ni siquiera preguntaré a qué te refieres, Alessandra –soltó risueño.

–Trabajo – casa. Casa – trabajo –contestó Alessandra, a pesar de que André no había preguntado siquiera. Él se limitó a poner en blanco los ojos–. ¿Mujeres?

–¿Últimamente? –él entrecerró sus ojos, clavándolos con intensidad en ella, por un instante–. Solo tú.

Algo en el tono de voz que empleó André hizo que Alessandra se quedara sin habla. Sin ánimo de replicar siquiera. Y, ¿de dónde había venido ese escalofrío tan repentino? ¡Absurdo, inexplicable!

En cuanto se ubicaron en una mesa, en un restaurante relativamente cerca y no tan concurrido, Alessandra soltó el aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso empezaba a sentirse mal? Era una sensación extraña, molesta y desagradable. Porque era nueva y a la vez familiar. No le gustaba –decidió– definitivamente, no le gustaba.

–¿Está algo mal? –el mesero preguntó. Alessandra supo que el curso de sus pensamientos se había adivinado en su rostro.

–No, por supuesto que no –intentó sonreír antes de ordenar.

André la miraba con curiosidad. Alessandra no parecía la misma, bueno, desde que se rencontraron no era la misma de antes. Ni siquiera la de hacía tres años y mucho menos la joven que conoció tantos más años atrás. No obstante, ahora lucía... diferente. ¿Asustada? ¿Incrédula?

–¿Alessandra? ¿Te encuentras bien? –inquirió André preocupado.

–Sí, es solo que... –Alessandra clavó sus ojos en él– me gustaría pedirte algo. Y también, agradecerte.

–Está bien –asintió André sin saber bien qué decir.

Alessandra esperó hasta que les sirvieran lo que habían ordenado. Comieron un poco, hasta que decidió comenzar, tras ordenar sus ideas.

–Gracias por estar a mi lado aquel día, André –ella le tomó la mano a través de la mesa. André inspiró hondo, intentando con todas sus fuerzas no girar su mano para atrapar los dedos que Alessandra sostenía levemente sobre los suyos– en ese momento, no sabía que sentía. Pero, al final del día, me di cuenta que era agradecimiento. Y cariño –él levantó sus ojos de inmediato, para mirarla– no, por favor no me mires así. No es mi intención hacerte sentir comprometido de ninguna manera o que tú pienses que malinterpreté lo que hiciste. Tu gesto fue bastante claro, has demostrado que puedes ser un gran amigo. Un compañero confiable, André. Lo aprecio mucho –Alessandra sonrió, iluminando su rostro.

–Yo... –André no sabía que decir. ¿Malinterpretar? ¡Lo había errado totalmente! Lo había hecho porque la amaba, porque no se imaginaba no estando a su lado, aun cuando a él se le partiera el corazón por ver la adoración dibujada en los ojos de la mujer que amaba, dirigida a una fría lápida. Inspiró hondo, debía calmarse. Alessandra no podía entender, no tenía ni idea lo que provocaban en él sus palabras– te tengo mucho cariño, Alessandra.

–Gracias por eso –ella palmeó su mano y luego la retiró–. Ahora –buscó en su bolsa, hasta encontrar un sobre. Lo dirigió hacia él– son de un evento que organizamos para la fundación –explicó Alessandra, extendiendo un folleto hacia André– y creo que deberías asistir.

–¿Yo? ¿De pronto has visto en mí un espíritu caritativo? –inquirió, divertido.

–Imagino que probablemente tu madre ya te invitó, pero... –ignoró su réplica anterior– estoy convencida que darás una generosa donación.

André rió por su sinceridad y asintió. Claro que asistiría, por estar a su lado, haría lo que fuera.

–¿Puedo llevar una acompañante? –preguntó fingiendo desinterés.

–¿Ah? –Alessandra abrió su boca con sorpresa. No pudo pronunciar palabra, así que asintió. Inspiró hondo y añadió–: por supuesto, puedes.

–Bien –sonrió y tomó el folleto–. Alessandra, tengo que asistir a un evento que una amiga me comprometió a ir –empezó a explicar ampliando la sonrisa– y creo que deberías asistir conmigo. ¿Aceptas?

Alessandra entrecerró sus ojos azules con diversión. Sin duda, solo André podría hacer algo así. La sorprendía y tenía una sensación extraña que no acababa de gustarle cada vez que estaban juntos, pero eran amigos y no tenía nada de malo que asistieran juntos, ¿verdad? Ella de todos modos debía estar ahí. Asintió.

–Perfecto, en ese caso, tenemos una cita –soltó André sin pensarlo y se levantó. No podía creer lo rápido que había transcurrido el tiempo–. Debo irme, tengo una reunión de negocios –se despidió.

Alessandra asintió nuevamente, incapaz de hablar. La mención de la palabra "cita" le había traído recuerdos y sensaciones tan lejanas, tanto relacionadas a André como a ella misma; y, francamente, no sabía si le gustaban.

Se quedó mirando sus platos medio vacíos. André había cancelado la cuenta, notó en cuanto quiso pagar por su comida. Ni siquiera recordaba haber comido, lo que era una lástima pues parecía estar delicioso, a juzgar por los platos que les habían servido a una pareja que se encontraba en la mesa vecina.

Suspiró, recordándose que debía irse ya. En la clínica había tenido una cancelación de último minuto y por eso se había decidido a ir hasta el trabajo de André. Después de todo, ella le debía una tarde que él le había estado esperando. Solo había querido agradecerle por su comportamiento. ¿Acaso había algo de malo?

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now