Capítulo 1: Cómo lograr que te lleven a caballito

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Cuando Aeryn Lapworth abrió los ojos, no le sorprendió encontrar la lámpara encendida, ni tampoco un libro abierto sobre su pecho: no era la primera vez que se quedaba dormida mientras leía. En cualquier caso, esperaba que su madre no la hubiera visto. Era una de las pocas que pedían a su hija que parase de leer en lugar de lo contrario.
Se incorporó, haciendo que la obra resbalara y cayera perfectamente cerrada sobre su regazo. Sonrió por la ocurrencia: El Bosque de la Noche Eterna era un libro muy impredecible en todos los sentidos.
Trataba de un pequeño país llamado Mulier (mujer en latín), dominado por Keira, también conocida como la Emperatriz de las Amazonas. Su apodo era debido a que despreciaba como nadie a los hombres: los consideraba estúpidos e inferiores hasta tal punto que los encerraba y, cada noche, organizaba peleas a muerte entre ellos y varias mujeres que ella entrenaba personalmente: las Amazonas.
Obviamente, siempre ganaban ellas.
Sin embargo, también había chicas que aún creían en el amor, y se escapaban a un lugar seguro con los hombres que lograban escapar de las garras de Keira.
Este lugar se llamaba el Bosque de la Noche Eterna, y era un monte que poseía un poder mágico y especial: cada día se volvía invisible junto con los que lo habitaban. Por la noche, cuando reaparecía, Keira y sus Amazonas estaban demasiado ocupadas con la batalla diaria para descubrirlo.
El protagonista se llamaba Ronnie y era un chico nacido en el castillo de Mulier. Su madre era una de las guerreras de la Emperatriz, y su padre uno de los esclavos que las Amazonas liberaban y engañaban cuando les daba el capricho de tener una hija.
Su progenitora, al ver que él era niño, lo abandonó en el campo en lugar de mandarlo a prisión, como las madres piadosas solían hacer. Normalmente los bebés morían allí, pero Ronnie tuvo la fortuna de ser hallado por una de las mujeres que habitaban en el Bosque de la Noche Eterna. La muchacha lo cuidó como si fuera suyo y, gracias a ella, Ronnie creció feliz.
Cuando cumplió dieciséis años, el protagonista decidió ir a explorar a la Aldea de las Amazonas, desobedeciendo así a su madre adoptiva. Allí conoció a Lorette, de quien se hizo muy amigo y más tarde se enamoró locamente. Ellos, junto con el mejor amigo de Ronnie (que le salvó la vida en una ocasión), consiguieron poner fin al cruel reinado de Keira y construyeron un hogar justo y agradable: el típico final feliz pero que no se hacía nada pesado, solía decir Aeryn.
Aeryn pensaba en el argumento del libro mientras desayunaba, lista para el primer día de clase tras las Navidades. Era la tercera vez que lo leía, y se estaba convirtiendo en su obra favorita, a pesar de que tenía muchísimos libros en casa y le era difícil decidirse.
Sentada a la derecha, su madre, Savannah, despotricaba sobre los alumnos de su clase de música, y elogiaba a Aeryn por su talento con el piano. Ella asentía, intentando parecer atenta, pero en realidad pensaba en los ojos celestes y el pelo negro de Ronnie, su amor platónico. ¿Que no existía? Vale, pero eso no era un obstáculo para Aeryn. A veces encontraba más amigos en un libro que en la vida real.
La sobresaltó el portazo de su padre, Eustace, al salir en dirección a su consulta de psicología. A veces, Aeryn se preguntaba si necesitaba un psicólogo. Es decir, amaba a personajes imaginarios. ¿Era eso normal?
A diferencia de los protagonistas de la mayoría de los libros, Aeryn no había perdido a un familiar en un trágico accidente ni había sido criada por un pariente lejano y huraño. En lo que respectaba a la familia, era totalmente normal. No es que eso le disgustara, claro, pero a veces detestaba estar tan lejos de vivir como en los libros.
—Mamá —interrumpió, ya que Savannah seguía hablando sin parar.
—¿Sí?
—Me voy al instituto. Puedes seguir hablando con el café, si quieres —bromeó.
Su madre frunció el entrecejo.
—Muy graciosa —admitió con cierto sarcasmo—. Vete, no vayas a llegar tarde.
Aeryn obedeció, y fue al cuarto de baño para asearse.
Mientras cepillaba su melena negra, observó el rostro que le miraba desde el espejo  con desagrado: piel muy blanca, ojos marrones (a ella le gustaba decir que eran color chocolate para que sonara más bonito, pero no engañaba a nadie). Era bajita, y tenía la nariz demasiado larga para su gusto. Tampoco le gustaba su pelo liso y sin volumen, que parecía pegársele a la cara. Y por si fuera poco, sus facciones eran suaves y le daban un aspecto aniñado.
En resumen, no era nadie digna de destacar.
Aeryn se despidió de su madre y cerró la puerta tras ella, mochila al hombro, preparada para otro día completamente habitual en una vida completamente ordinaria.
Bueno, no podía estar más equivocada.
Cuando entró en clase de alternativa a la religión, hizo lo mismo de todas las mañanas: se sentó en la tercera fila (según ella, un lugar estratégico: ni demasiado vigilada, ni excesivamente distraída). Se acomodó en la silla y esperó a un compañero de al lado que no llegó.
¿Por qué me entristezco?, pensó Aeryn. Ya debería estar acostumbrada. Desenterró su libro del fondo de la mochila y comenzó a leer. Bueno, razonó, así no hay nadie que pueda molestarme.
Volvía a equivocarse.
—Niños, un poco de atención.
El murmullo continuo que inundaba el aula cesó de golpe. Aeryn levantó la cabeza de El Bosque de la Noche Eterna, visiblemente molesta.
—Sé que normalmente dedicamos esta clase al estudio y al trabajo —explicó el profesor, un hombre mayor con gafas redondas que resbalaban continuamente por su nariz aguileña—. Pero tengo el deber de presentaros a un nuevo alumno... ¿Louis?
Oh, genial, pensó Aeryn. Un novato que no hará más que hacerme perder el tiempo.
La puerta se abrió, dejando entrar al supuesto Louis, y la clase permaneció callada. El chico, vestido informalmente con una camiseta y unos vaqueros, se encaminó hacia el centro del aula y miró al profesor con la cabeza ladeada, como si no supiera qué hacer. ¿Es que era de otro país?
Aeryn se desesperaba por momentos. Encima, el nuevo era tonto.
—Preséntate —le animó el profesor.
Louis abrió mucho los ojos y asintió levemente, girándose hacia los alumnos.
—Esto... —balbució—. Me llamo Louis. Tengo dieciséis años —pasaba la mirada de un alumno a otro, atónito. ¿Pero a este chico qué le ocurría?—, y ya está.
Aeryn esbozó una media sonrisa: había que reconocer que el muchacho resultaba divertido.
El profesor entreabrió la boca, sin saber que decir.
—Bueno —declaró al fin—. Puedes sentarte, Louis. Al lado de... esa chica de la tercera fila —¿En serio? ¿Aún no se había aprendido su nombre? Debía ser la edad— hay una mesa libre.
No, no, no, pensó Aeryn. Si hace unos minutos se había lamentado por estar sola, ahora sentía todo lo contrario. Además, ¡ese chico era estúpido!
Pero antes de que pudiese abrir la boca para protestar, Louis ya se había dejado caer sobre la silla con un golpe sordo.
Los alumnos volvieron a charlar entre ellos, y Aeryn miró a su derecha para observar a Louis con atención. Se hallaba encorvado sobre la mesa, apoyando la barbilla en una mano, y miraba a su alrededor con expresión desorientada.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Aeryn, que ya empezaba a sentir pena por el muchacho.
Él se giró hacia ella y asintió, aunque con la mirada igualmente perdida.
—Claro. ¿Por qué no iba a estarlo? Este sitio es genial, aunque en el lugar de donde vengo no suelen juntar a chicos y chicas —Louis sonrió, enseñando los dientes más blancos que Aeryn había visto en su vida.
Ella arqueó las cejas. ¿Pensaba que la escuela era genial? ¿Antes iba a un instituto sólo para chicos? Definitivamente, era extranjero.
La chica se encogió de hombros y volvió a fijar la vista en el libro.
Iba por su parte preferida: cuando Ronnie desobedecía a su madrastra y se escapaba a la Aldea junto a su mejor amigo. Allí conocería a Lorette. Maldita sea, pensaba Aeryn, ojalá tuviera la suerte de esa muchacha.
Pero algo fallaba: había leído ese libro tres veces, y estaba seguro de que el amigo de Ronnie le acompañaba en esa aventura.
Entonces, ¿por qué no se le mencionaba en ninguna parte?
Aeryn sacudió la cabeza. La llegada de Louis la había desconcentrado, y no había nada que pudiera ponerla más furiosa.
Se giró hacia el muchacho, dispuesta a echarle un buen sermón, pero se detuvo de improviso. Y volvió a observarle.
Brillantes mechones de pelo rubio caían sobre su frente en forma de rizos descuidados, como si (¿Louis?) hubiera olvidado peinarse esa mañana. Sus facciones le daban un aspecto dulce y antes, cuando le había sonreído, Aeryn había vislumbrado unos graciosos hoyuelos acompañando el gesto, dibujados en su pálido rostro. Pero, sin duda, lo que más le llamó la atención fueron sus ojos: unos ojos plateados que, en la parte más cercana a la pupila, estaban salpicados de ámbar, como el rastro de agua que la marea deja en la orilla.
Aeryn estuvo a punto de desmayarse. Las ideas empezaban a unirse en su mente, como un rompecabezas cuyas piezas la golpeaban por dentro al encajar.
La cabeza le comenzó a doler a horrores.
—¿Estás...? —susurró.
Louis la miró confundido.
—¿Me hablas a mí?
Aeryn asintió débilmente.
—¿Estás...? —continuó— ¿Estás seguro de que tu nombre es Louis?
El muchacho abrió los ojos como platos, y tardó algunos segundos en asentir, lo que no hizo más que confirmar lo que Aeryn sospechaba.
Louis bajó la vista hacia el libro.
—¿Qué lees? —torció el gesto, como se hubiese arrepentido de la pregunta.
—Es mi obra preferida. Se llama "El Bosque de la Noche Eterna".
La chica observó a Louis para captar su reacción, pero él sólo frunció los labios.
—Claro —dijo—. ¿De qué trata?
Aeryn arrugó la nariz.
—Creo que lo sabes.
—No.
Parecía algo imposible; sin embargo, la rotunda negación del muchacho sólo reafirmó sus presentimientos. Se encogió de hombros y le explicó el argumento a Louis, que parecía cada vez más pálido.
—¿Desde cuándo te gusta tanto leer? —preguntó él.
—Desde que aprendí —le explicó Aeryn—. No es algo que ayude a hacer amigos. Y aún menos a atraer a los chicos. Aunque eso no me importa —añadió segundos después.
—¿Por qué?
Aeryn resopló. Acababa de tocar su punto débil.
—Porque tengo las expectativas demasiado altas.
—¿Cómo de altas?
A modo de respuesta, la muchacha señaló el libro.
Miró a Louis en busca de una contestación, pero el chico se hundió en su asiento. Abrió la boca para decir algo, no obstante la risa de Riley (un compañero de clase) la interrumpió.
—Así que Aeryn ha hecho un amigo.
—¡Por fin! —exclamó una chica rubia que estaba a su lado, y el resto de la clase soltó una carcajada.
Ni siquiera el profesor pudo reprimir una sonrisa, y esta vez le tocó a Aeryn hundirse en la silla. Bueno, al menos Riley se había acordado de su nombre.
Cuando el ambiente de clase volvió a la normalidad, Louis se dirigió a ella con una mirada confusa.
—¿Soy tu primer amigo? —preguntó.
—Yo no he dicho que seas mi amigo —declaró Aeryn.
—Oh —Louis parecía decepcionado—. Pues no me importaría serlo. A menos —añadió— que estés demasiado ocupada reflexionando sobre mi procedencia.
—¿Crees que sé quién eres? —inquirió la muchacha.
—Sé que lo sabes. Eres lista, ¿no?
Aeryn sonrió. Aquel estúpido acababa de dar con una de las pocas cosas de las que se sentía orgullosa.
—Así que, Jayson, mejor amigo de Ronnie, nacido en el Bosque —dijo—. ¿Qué te trae por el aburrido mundo real?

El Bosque de la Noche EternaWhere stories live. Discover now