Capítulo 7: Cómo insultar de forma creativa

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¡Enfundad las armas! Que ya estoy aquí... y quiero deciros que sigo esperando vuestros comentarios para el BookTrailer (ya sabéis: opinión general, no muy largos, etc.) y que podéis dejármelos tanto en los comentarios como por mensaje privado.
Ya, ya os dejo con el capítulo... ^^
***

Esta vez, fue una rama al romperse lo que despertó a Aeryn de un extraño sueño en el que se columpiaba por encima de un acantilado.
La muchacha se incorporó. Alguien andaba por ahí fuera: Ronnie, supuso. Sin embargo, se sorprendió al ver que el colchón de Madeleine estaba vacío. Y sólo había una explicación posible para que hubiera salido tan temprano.
¿Es que pensaba ir de nuevo a la Aldea? Cada día sospechaba más acerca de su comportamiento...
Con sigilo, Aeryn salió de su cabaña y entró en la que Jayce compartía con Ronnie. Pensó que tendría que despertarle, pero el rubio se hallaba arrodillado frente a su colchón, ajustándose unas zapatillas sin agujeros. Aeryn supuso que serían las que le dio su tío para ir al instituto, y por eso no estaban rotas.
—Qué madrugadora —dijo Jayce cuando la vio entrar.
—¿Sabes que Madeleine ha vuelto a marcharse?
—¿A la Aldea?
—Eso creo.
No parecía sorprendido. Jayce se levantó y salió de la cabaña, sin decir palabra, hasta que se adentraron entre la espesura. El silencio era extraño, pensaba Aeryn. Con el resto de las personas se obligaba a sacar un tema de conversación pero, allí, con Jayce, se sentía bien sólo con oír su respiración y los sonidos de la naturaleza que la rodeaban. Era como si ambos estuvieran solos, y eso los uniera. Y era un silencio maravilloso.
Pero, al cabo de unos minutos, no pudo evitar interrumpirlo.
—Me pregunto cuándo te decidirás a contarme al fin cómo fue tu cita —dijo, sonriendo de forma irónica.
Jayson giró la cabeza hacia ella y suspiró.
—Tenía la remota esperanza de que no supieras que era anoche, pero ya veo que te lo dijo Madeleine.
—Ajá.
El muchacho se encogió de hombros.
—Fue bastante divertido. Caminamos hasta la Laguna hablando de las Amazonas, y una vez allí averiguamos quién aguantaba más en el agua fría. ¿Puedes creer que me ganó? —añadió con un resoplido.
—Pues claro que puedo —dijo Aeryn, burlándose de él—. Me alegro de que os fuera bien, pero, ¿la besaste?
Jayce negó con la cabeza.
—¿No? ¿Por qué? —preguntó Aeryn, extrañada. Si les había ido bien, era lo más lógico.
—La verdad es... —empezó— que no estamos saliendo juntos —antes de que Aeryn lo interrumpiera, continuó hablando—. Aunque nos lo pasamos genial, no creo que estemos hechos el uno para el otro. Además, ella dijo... —se quedó pensativo— que no era su tipo, o algo así.
—Lo siento —dijo Aeryn.
Jayce sonrió burlón.
—Supongo que me toca hacer de sujetavelas —dijo, y se inclinó para darle un beso a Aeryn en la coronilla.
—Estamos bien sin necesidad de tu compañía, pero gracias por tu oferta —dijo la muchacha, conteniendo la risa.
—Mi compañía es muy valiosa.
—Claro.
—Que sí.
—Lo que tú digas.
—Oye, que si quieres me voy —Jayce hizo ademán de darse la vuelta.
—Adiós.
Aeryn miró por el rabillo del ojo cómo los hoyuelos de su amigo asomaban en una sonrisa y, sin decir palabra, entrelazaba los dedos de su mano con los de ella.
Le devolvió la sonrisa y caminaron juntos, en ese silencio que tanto le gustaba.
Entonces... entonces notó algo.
El vacío.
Ahí estaba.
Otra vez.

—Será posible...
Jayce mascullaba palabras imposibles de entender. Parecía molesto.
La escena que ambos observaban, a una distancia prudencial, era extraña.
Primero, una chica rubia con el pelo recogido en una trenza de la que no se escapaba ni un mechón. Estaba sentada, con las piernas cruzadas, y observaba el entrenamiento de las Amazonas con atención. Apenas unas hierbas altas la ocultaban, pero parecía ser suficiente debido a su lejanía.
Después, unos rizos negros y alborotados. Ronnie estaba de rodillas, inclinado hacia delante en la primera fila de arbustos. Miraba entrenar a esa mujer que según él era su madre y, al contrario que Madeleine, parecía inquieto. Normal, pensó Aeryn, desde esa distancia cualquier descuido podría revelar su posición. Tal vez por eso Jayce parecía tan irritado.
—¿Es que quiere que lo maten? —sus palabras confirmaron las sospechas de la muchacha.
—No sabe lo que hace —intentó defenderlo ella—. Le ciegan las ansias de ver a su madre.
—¿Acaso cree que tendrá siquiera piedad si le conoce? Es una maldita Amazona. No tendrá más remedio que encarcelarlo.
—Te recuerdo que no lo hizo cuando nació...
—Sólo era un bebé. Creyó que moriría y que tal vez ése sería un destino mejor.
—Lo que demuestra que se preocupa por él.
—Preocupaba —corrigió—. Olvídalo, Aeryn —dijo Jayce, soltando su mano de golpe y echando a andar hacia los árboles—. Tenemos que advertirle y decirle que se aleje.
Sus pisadas alertaron a Madeleine, que se volvió de golpe hacia ellos con expresión alarmada. Como si la hubieran descubierto cometiendo alguna acción prohibida. Como única respuesta, Aeryn se llevó un dedo a los labios, indicándole que guardara silencio mientras Jayce, a gatas, avanzaba muy despacio hasta su mejor amigo.
Las dos chicas se quedaron sentadas entre la hierba, observándose, hasta que Madeleine rompió el silencio.
—¿Recuerdas cuando te dije lo extraña que era?
—Ajá.
—Pues la gente extraña guarda secretos. Y me gusta ser extraña.
—Extraña —Aeryn saboreó la palabra que su amiga tantas veces había repetido. Tal vez fuera mejor así, se dijo.
Después de todo, los secretos no se revelan hasta el final del libro.
—¿Qué hace Ronnie? —Madeleine se puso alerta de repente, sacando a Aeryn de sus pensamientos.
Posó la mirada primero en Jayce, que se encontraba a apenas unos metro del muchacho. El rubio estiró el brazo hacia él, como si intentara detenerlo. Y con razón.
Había salido de su escondite.

El Bosque de la Noche EternaWhere stories live. Discover now