Capítulo 6: Cómo escapar de una Amazona pelirroja

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—¿Qué haces tú aquí?
Aeryn abrió la boca para contestar, pero Madeleine la interrumpió.
—Bla, bla, bla. Sé lo que me vas a preguntar. Yo tengo mis razones y no estoy obligada a contártelas.
—Oh, vaya si lo estás —Aeryn se secó el sudor de la frente y luchó por normalizar el ritmo de su respiración.
—Está bien —Madeleine suspiró—. Vi a Ronnie salir del Bosque justo cuando volvía del cementerio, y decidí ir a visitar el lugar donde murió mi padre. Quiero ver si la vida de las Amazonas es mejor que la mía. ¿He hecho algo malo?
—Claro que no. No de momento.
Su amiga no contestó. Ambas comenzaron a caminar, hombro con hombro, hacia la Aldea de las Amazonas.
—¿Sabes? —dijo a Madeleine al cabo de unos minutos—. Estoy pensando en pedirle a Jayson una cita.
—¿A Jayce? ¿Es que te gusta?
—La verdad es que no —se encogió de hombros—. Pero es el único chico de mi edad que conozco aparte de Ronnie. No hay muchos jóvenes en el Bosque. Y no pienso quedarme sola el resto de mi vida.
—Eso no es lo que te dije sobre el amor —dijo Aeryn, suspirando—. No puedes estar con alguien si no sientes algo aquí —le dio un toquecito sobre el corazón a Madeleine.
Ella arrugó la nariz, como si Aeryn hubiera dicho alguna estupidez.
—Oh, vamos —continuó ella—. ¿No sientes nada por él? ¿No te gusta ni esto? —le mostró la mano derecha con los dedos pulgar e índice juntos.
Madeleine sonrió.
—Tal vez.
—Eso está mejor —no, no lo estaba. Aeryn supo en seguida que mentía—. ¿Vas a hacerte pasar por Amazona?
A modo de respuesta, Madeleine le enseñó la daga que llevaba sujeta a su cintura con una cuerda.
—¿Tú sientes eso por Ronnie? Lo del corazón y el amor y todo eso, quiero decir —dijo su amiga después.
Aeryn lo pensó. No se acordaba de lo que había sentido cuando la besó, eso sí, pero recordó lo feliz que se sentía a su lado. O sea, ¡llevaba enamorada de él desde que leyó el libro!
—Pues claro —contestó finalmente—. ¿Por qué lo dices?
Madeleine se encogió de hombros, en silencio, y señaló una pequeña arboleda que se encontraba a apenas cien metros de distancia.
—Seguro que Ronnie se ha escondido allí —declaró.
Aeryn suspiró.
—Está bien, correremos una vez más. Pero la próxima vez me traigo una cámara para que me vea mi prof... —aguantó la respiración—. Entrenadora —sonrió de forma inocente.
—¿Cámara? —preguntó Madeleine, visiblemente extrañada.
—¡Olvídalo! —gritó Aeryn, que ya corría varios metros por delante de la rubia.
Cuando llegaron a la arboleda, ambas guardaron silencio. No sabían si habría alguna Amazona por allí. Por suerte, encontraron a Jayce detrás de un arbusto y se acercaron a él. El muchacho pegó un respingo cuando las vio, seguramente pensando que se trataba de alguna guerrera, y suspiró aliviado cuando se percató de que no era así.
—Me vais a matar —dijo en voz baja, llevándose una mano al pecho—. ¿Se puede saber qué hacéis aquí? —miró a Aeryn frunciendo el entrecejo—. Te dije que esperaras en el Bosque.
—Ésa era mi intención —Aeryn hizo una mueca y señaló a Madeleine con el pulgar—. Pero hubo más de un contratiempo. Y haz el favor de no ponerte en plan sobreprotector, ¿vale?
—Me ofendes —dijo Jayce con una sonrisa.
—Creí que sólo había venido Ronnie —dijo Madeleine, visiblemente incómoda. Aeryn recordó la conversación sobre la posible cita—. ¿Dónde está?
—Le seguí, como el buen amigo sobreprotector que soy —Jayce señaló un arbusto unos veinte metros más cercano a la Aldea, donde Aeryn pudo vislumbrar la mata oscura y rizada de Ronnie.
—Así que estamos los cuatro. Sin poder volver al Bosque hasta la noche. Qué emoción —Madeleine cruzó los brazos y se sentó junto a Jayce tras el arbusto.
—Deberíamos ir con él —propuso Aeryn.
—Ni se os ocurra —Jayce abrió mucho los ojos y señaló hacia algo que se movía tras los árboles a varios metros de distancia—. A ver, alguien está espiándonos. Y creo —miró a Aeryn y habló en un susurro— que sé quién es.
La muchacha tardó varios segundos en comprender lo que Jayce quería decirle, justo a tiempo para ver cómo una cabellera pelirroja asomaba tras el tronco de un árbol.
Era Lorette.
Era justo como la imaginaba: de aspecto dulce e inocente, con el rostro lleno de pecas y unos penetrantes ojos verdes. Con su rostro redondo y sus labios carnosos, le pareció la chica más guapa que había visto nunca.
Miró a Jayce frunciendo el ceño.
—¿Qué haces aquí, hombre? —preguntó con una voz suave y melodiosa, aunque se notaba que intentaba parecer dura.
El muchacho se escondió tras Aeryn, y ella puso los ojos en blanco.
—Cobarde —masculló—. Esto... yo soy Aeryn... fui una Amazona hace mucho tiempo —sonrió, aunque Lorette no le devolvió el gesto—. Y ellos son Jayce y Madeleine.
—Nada de Maddie —aclaró la rubia.
—¿De dónde habéis salido? Si doy la voz de alarma estaréis muertos en cuestión de segundos —advirtió, apuntándoles con una larga espada.
—¿De donde ha sacado eso? —musitó Jayce.
—No lo hagas —suplicó Madeleine, que acababa de levantarse, y avanzó lentamente hacia ella-. Prometemos no hacerte nada. Vivimos en un refugio lejos de aquí.
Lorette retrocedió con cautela.
—Imposible —sentenció—. Habríamos visto ese refugio.
—Esa es la idea, que no se vea —declaró Jayce, asomándose tras la espalda de Aeryn.
La pelirroja frunció el ceño.
—Será mejor que os lleve ante Keira inmediatamente. A todos.
—¿Acaso hemos hecho algo malo? -preguntó Aeryn con voz dulce.
—Esto... —balbució ella.
—¿Cómo te llamas? —quiso saber Madeleine, aunque era la única de los cuatro que no conocía su nombre.
—Lorette —lo dijo con cautela, como si temiera que fueran a atacarle sólo por llamarse así.
—Por favor, Lorette, no le cuentes esto a nadie. Nos marcharemos y no regresaremos jamás, como si esto nunca hubiera pasado, ¿de acuerdo?
La pelirroja permaneció un minuto en silencio, pensándolo, supuso Aeryn.
—No quiero volver a veros por aquí. Ni a ese tampoco —advirtió, señalando a un Ronnie aún distraído a varios metros de distancia.
—Eso está hecho —dijo Aeryn, y tiró del brazo de Jayce conduciéndolo hasta el arbusto en el que se encontraba Ronnie.
—Ron, tenemos que irnos —dijo su amigo.
—¿Jayce? —dijo Ronnie, asustado—. ¡Aeryn! ¿Qué hacéis aquí?
—Seguirte. ¡Te dije que no vinieras! —Aeryn se sentía confusa. ¿Por qué no había visto él a Lorette? ¿Qué le retenía tras ese arbusto?
—Lo sé, pero tenía que verla —Ronnie sonrió y señaló a una mujer de melena negra que lanzaba cuchillos a varios metros de distancia—. ¿Veis a esa Amazona? —se volvió hacia sus amigos—. Tenías razón, Aeryn. Es mi madre.
—Tendría que habérmelo imaginado, maldita sea —musitaba Aeryn mientras se sentaba en la orilla de la Laguna esperando a que anocheciera—. Tendría que haber supuesto que se volvería real —resopló.
—Ya no hay vuelta atrás —susurró Jayce acariciando su brazo y colocándose a su lado—. Y sin el libro, es imposible saber qué va a pasar.
Ronnie llegó caminando poco después, acompañado de Madeleine. Parecían mantener una conversación agradable.
—¿Pelirroja? —oyó preguntar al muchacho.
—Ajá —asintió Madeleine—. Cuando Jayce y Aeryn fueron a buscarte, hablé con ella. Me prometió que no le diría nada a nadie pero que, de todas formas, no la escucharían. Aunque tenga dieciséis años y sea buena con la espada, no la tienen muy en cuenta. Parecía bastante cabreada —apuntó.
—¿Cómo es que te contó todo eso? —Ronnie se sentó junto a Aeryn y la rodeó con el brazo, gesto que ella agradeció apoyando la cabeza en su hombro.
—Creo que si no se lo contaba a alguien pronto, Lorette iba a explotar —ambos rieron.
Aeryn observó el sol, que por fin comenzaba a bajar hacia el oeste.
—¿Vamos a volver?
—Mentiría si te dijera que no iré de nuevo a ver a mi madre, aunque sea desde lejos —declaró Ronnie, besándola en los labios. Esta vez, Aeryn sí notó algo: una mezcla de alivio, confusión y un extraño vacío que no supo descifrar.
—Espero que esta vez sea sin secretos —advirtió cuando se separaron.
—Claro.
Jayce miró a Aeryn con una sonrisa.
—Sois tan adorables que dais asco.
Madeleine fingió que intentaba separarlos con las manos, como si estuvieran unidos con pegamento, y esbozó una mueca de rendición.
—¡Dejadnos en paz! —protestó Aeryn, muerta de risa.
Ronnie sonrió divertido.
—Podríamos volver mañana -propuso Aeryn, con el único objetivo de que Ronnie conociera a Lorette, aunque sus esperanzas de que la historia transcurriera con normalidad disminuían por momentos.
—Claro, pero, ¿qué piensas hacer respecto a tu madre? —dijo Jayce mirando directamente a Ronnie.
—No lo sé —suspiró él—. Tal vez sea una tontería, pero... sólo quiero verla. Saber que está ahí. Que no es producto de mi imaginación.
Aeryn hizo un esfuerzo por no sonreír. Si supiera las cosas que puede hacer la imaginación...
—Te entiendo —dijo, aunque no era verdad—. Volveremos mañana, entonces.
—Pues yo prefiero descansar. Podrías ir tú solo, Ron —dijo Jayce. Aeryn lo miró alarmada, pues era una idea un tanto disparatada, pero pronto comprendió las intenciones del rubio. Si iba solo, tendría que estar a solas con Lorette, ¿verdad? Además, las Amazonas no tenían por qué atacarle ya que la historia había cambiado tanto. Lorette le protegería y se aseguraría de que no le vieran.
—La verdad —dijo Aeryn, fingiendo un bostezo— es que yo también estoy bastante cansada. He corrido tanto que creo que estoy deshidratada —en efecto, tenía sed. Miró la Laguna lamiéndose los labios agrietados y se inclinó hacia delante para beber del agua dulce, formando un cuenco con las manos.
Madeleine permaneció callada, observando cómo el sol comenzaba a esconderse tras el castillo de Keira.
—Bueno, me las apañaré —dijo Ronnie encogiéndose de hombros.
Aeryn y Jayce intercambiaron miradas satisfechas, mientras la chica se secaba las gotas de agua que caían por su barbilla.
—Oye, Jayce.
El muchacho se volvió hacia Madeleine: un tanto extrañado, Aeryn supuso, por el hecho de que se dirigiera directamente a él.
—¿Sí?
—¿Crees que deberíamos tener una cita o algo?
Aeryn infló las mejillas en un intento por contener la risa. Qué directa, pensó, y volvió la cabeza para mirar al muchacho, cuya mandíbula estaba desencajada. No pudo evitarlo: soltó todo el aire de golpe en una mezcla entre risa y resoplido.
—Si quieres —dijo Jayce encogiéndose de hombros.
—Vale.
Madeleine parecía aliviada. Ronnie miró a Aeryn, a quien aún abrazaba, y ambos intercambiaron miradas cómplices.
—Bueno —dijo Jayce, levantándose y estirando los brazos—. Esto se está poniendo incómodo, y lo único que debe ponerse ahora es el sol.
Dicho aquello, se quitó la camiseta y se zambulló en la Laguna.
—¡Estás loco, Jayson! —gritó Ronnie—. ¡Te vas a congelar!
Pero el rubio no lo escuchaba, pues ya se había sumergido, así que los tres amigos se quedaron observando las ondas que creaba el muchacho en el agua con sus movimientos.
Al cabo de un rato, Madeleine se volvió hacia el Bosque, cuyo velo invisible acababa de apartarse.
—Será mejor que nos vayamos. A ver quién lo saca del agua —dijo, señalando a Jayce con la barbilla.
—Yo lo haré —propuso Aeryn sin pensarlo—. Id sin mí, os alcanzaremos luego y cenaremos juntos, ¿vale?
Ronnie asintió sin decir nada, la besó en la mejilla y se marchó con Madeleine, hablando hombro con hombro. Cuando desaparecieron entre los árboles, Aeryn se volvió para mirar la Laguna. Pero nada se movía.
Contuvo la respiración. ¿Dónde estaban las ondas que formaba Jayce al bucear? ¿Y si Lorette había vuelto y se lo había llevado en silencio? ¿Y si se había ahogado o golpeado con algo y caído inconsciente? ¿Y si...?
Algo frío le cayó en el hombro y rodó por su brazo, lo que provocó que a Aeryn se le escapara un gritito. Era una gota de agua, pero no podía tratarse de lluvia, pues cielo estaba despejado.
Y entonces lo entendió. Aeryn sonrió y miró hacia arriba, donde se encontró un rostro empapado y unos ojos como joyas.
—No tiene gracia —dijo.
—Estás sonriendo.
Eso, por supuesto, hizo que sonriera aún más, y Jayce también lo hizo, al tiempo que sus pupilas se dilataban y sus ojos pasaban a ser sólo grises.
—Vale. Pero me has asustado.
El muchacho recogió su camiseta y se sentó junto a Aeryn, sus brazos tocándose.
—Estás frío —se quejó ella.
—¿Me abrazas, Aeryn? —dijo Jayce, y la envolvió entre sus pálidos brazos.
—¡Quita! —gritó, aunque se estaba riendo.
Él sonrió y se apartó para ponerse su camiseta, ésa que en otro tiempo debió ser blanca.
—Oye —dijo—. ¿Tienes alguna idea de quién ha podido robar el libro?
Aeryn se encogió de hombros.
—Los únicos que conocen su existencia aparte de ti mismo son Ronnie y Madeleine. Ronnie apenas se fijó en él, y cuando vi a Madeleine esta mañana no lo llevaba encima.
—Esa chica es muy rara —dijo Jayce, y se tumbó apoyando la cabeza en su regazo, como solía hacer.
Aeryn comenzó a secarle las gotitas de agua que aún quedaban en su frente, apartando los mechones rubios y húmedos que se habían pegado a su rostro.
—¿Y por qué has aceptado salir con ella?
—Bueno, no pienso hacer siempre de sujetavelas en lo que os concierne a ti y a Ronnie, ¿sabes? —dijo, sacándole la lengua al terminar la frase.
—Vale, lo he pillado —dijo Aeryn entre risas, mientras deslizaba el índice por los labios húmedos de Jayce, para quitarle el último rastro de agua, y notaba su cálido aliento en las yemas de los dedos.
El muchacho sonrió ampliamente y rodó a un lado para incorporarse.
—Tengo mucha hambre —dijo, señalando al Bosque con el pulgar.
—Como me hagas correr otra vez te ataré a un poste en mitad de la Aldea —advirtió Aeryn.
—Tranquila, me he preparado para esto —Jayce le dedicó una bonita media sonrisa y se colocó de espaldas a ella, con los brazos hacia atrás. Aeryn sacudió la cabeza cuando vio lo que pretendía, pero sonrió y se levantó para posar las manos en sus hombros—. ¿Lista? ¡Arriba!
Como en el instituto, Aeryn saltó y Jayce agarró sus piernas mientras ella se aferraba a él, respirando contra su cuello. Notó cómo el muchacho se estremecía.
—¡A correr! —ordenó la chica.
Jayce salió disparado hacia el Bosque mientras Aeryn estallaba en carcajadas, al ver que su amigo no hacía más que dar bandazos y tropezar, cuando en su velocidad no había nada que envidiar.
—Te salió mejor en clase —dijo cuando entraron en el Bosque, mientras Jayce jadeaba intentando normalizar el ritmo de su respiración entrecortada.
—Era la presión de la profesora Larva.
—Es Harlan —le corrigió la chica.
—Oh, yo creo que no.
Aeryn tardó cinco segundos en entender el chiste, y aun así se rió. Jayce esbozó una sonrisa satisfecha, y ambos echaron a andar hacia la Hoguera, cruzándose con los pescadores y los lavanderos que salían en dirección a la Laguna.
—¿Cuál va a ser nuestro siguiente movimiento? —preguntó Jayce súbitamente.
Aeryn se encogió de hombros.
—No sabemos qué va a pasar. Entre la desaparición del libro, que Ronnie no haya conocido a Lorette, y que Madeleine... bueno, exista... Ya no sé qué esperar.
—Deberíamos seguir a Ronnie. No es seguro que la historia cambie también en el hecho de que le ataquen.
—Me parece bien, pero debemos asegurarnos de que Lorette le vea sólo a él.
—¿Y qué harás? ¿Romper con él?
Aeryn se paró unos metros antes de llegar al claro donde se encontraba la Hoguera. Había estado evitando pensar en ello, pero debía admitir que el momento de decidir se acercaba.
—Si lo hago, ¿todo volverá a ser como antes?
Jayce esbozó una sonrisa triste, y se inclinó para besar a Aeryn en la mejilla.
—Sólo queda la opción de arriesgarse —dijo.
La muchacha asintió, y pensó que lo mejor sería volver a aplazar el momento de elegir.
Separándose unos centímetros de forma instintiva, salieron al claro, donde encontraron a Ronnie y Madeleine charlando junto al fuego y asando sardinas.
Hemof empefado fin vofotrof —dijo Madeleine con la boca llena—. Lo femtimof.
Ronnie rió cuando vio que la rubia tragaba con dificultad, como si hubiera tomado un bocado enorme.
—Teníamos hambre —se disculpó.
—Tranquilos —dijo Aeryn con una sonrisa.
—De tranquilos nada —protestó Jayce sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo os atrevéis? ¡Nos habéis dejado sin cena! —añadió con voz dramática, y se sentó junto a Madeleine, que sonrió divertida.
Al tener entre sus manos la humeante sardina, Aeryn se percató de que no había comido nada en veinticuatro horas y su estómago se despertó de golpe. «¿Cómo he aguantado tanto sin comer?», se preguntaba mientras engullía su parte. «Estoy en un libro», se dijo finalmente, «todo es posible».
«Todo, para bien y para mal».
—¿Te has dado cuenta? —dijo Jayce cuando caminaban hacia las cabañas, pocos metros detrás de Madeleine y Ronnie.
—¿De qué?
—A Ronnie no le gusta el pescado —susurró—. ¿Por qué no ha parado de comer sardinas?
Aeryn pensó en la escena del libro, ésa en la que Jayce espantaba a los peces de la Laguna para hacerle un favor.
—Tal vez tenía hambre —sugirió, encogiéndose de hombros. Intentaba ser optimista, aunque dudaba que esa fuera la razón.
—No lo creo —Jayce negó con la cabeza—. Más bien, pienso que incluso la personalidad de los personajes está cambiando. Y yo no quiero que me pase eso -añadió-. ¿Cuántos tipos de amigo del protagonista hay?
—A ver... el que siempre tiene las ideas, el atractivo que se queda con las chicas, el que es una mala influencia —Aeryn los iba contando con los dedos—, el que resulta ser malvado y... el que no dice más que tonterías.
—Yo soy el atractivo, ¿no?
—No hagas preguntas de las que no quieres oír la respuesta, Jayson.
Jayce resopló, pero el bufido acabó convirtiéndose en una risa.
—Está bien, está bien —dijo, recogiéndole a Aeryn un mechón negro tras la oreja.
Cuando llegaron a las cabañas se separaron, sin más despedida que silencio y una sonrisa. En cambio, Ronnie se acercó a Aeryn y le cogió la mano.
—Que descanses.
—Que descanses —repitió ella.
Lentamente, Ronnie guió su mano hasta su nuca, gesto que Aeryn tomó como una invitación para aferrarse a su cuello y besarle dulcemente en los labios. Ambos sonrieron durante el beso, cosa que a la muchacha le encantó.
Sin embargo, ahí estaba.
Otra vez, ese vacío.
¿Qué era?


Cuando cerró la desvencijada puerta de la cabaña tras de sí, Aeryn se fijó en que Madeleine estaba en ropa interior.
—Hace mucho frío —advirtió, metiéndose bajo las sábanas.
Ella la ignoró y rebuscó bajo su colchón, para luego sacar un jersey rojo deshilachado y los leggins negros de Aeryn.
—¡Son míos!
—Y el vestido es mío —recordó Madeleine mientras se vestía—. Lo siento, los necesito.
—Oye... —empezó Aeryn, buscando las palabras adecuadas—. ¿Sabes algo de mi diario?
La rubia la miró con el ceño fruncido.
—Aunque reconozco que en varias ocasiones me sentido tentada a leerlo y averiguar de una vez por todas qué es el chocolate —dijo, con un toque de ironía en su voz—. Yo no lo tengo. ¿Soy la única sospechosa?
—Eso creo —reconoció Aeryn con un suspiro—. Admite que te comportas de una forma extraña...
Madeleine se levantó, ya vestida, y sonrió. Aeryn no pudo evitar devolverle la sonrisa mientras luchaba por mantener los párpados abiertos.
—Cada uno es extraño a su manera. Y la mía es de las mejores.
Dicho esto, caminó hacia la puerta de la cabaña y salió a la oscuridad de la noche.
—¿Dónde vas? —preguntó Aeryn, ya medio dormida.
—¡Tengo una cita! —gritó Madeleine con voz cantarina, y cerró de un portazo.

***

¡Hola! Estoy pensando en cambiarle el nombre a los capítulos. A todos. Que sean una frase que empiece por "Cómo". Por ejemplo (en el caso de éste), Cómo escapar de una Amazona pelirroja. ¿Os gusta la idea? ¿O los preferís tal y como están?

Por otra parte, ¿cuál ha sido vuestra primera impresión sobre Lorette? (Tenéis su foto en Multimedia). ¿Qué os parece la relación que tienen Aeryn y Ronnie? ¿Adoráis a Jayson tanto como yo? Y, sobre todo, ¿creéis que Madeleine miente? ¿O que es sincera? ¿O que no dice toda la verdad?

Os agradezco enormemente vuestras lecturas y vuestros votos, pero sobre todo quiero dar las gracias a esas personitas que usan veinte segundos de sus vidas para escribirme un comentario y alegrarme el día. ¡Os quiero, os adoro, inserta más sinónimos!

Un beso virtual ❤

«-Un momento en el que puedes elegir hacer el bien.

-Me encantan esos momentos. Los saludo con la mano mientras pasan de largo.»

(Piratas del Caribe)

El Bosque de la Noche EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora