Capítulo 2: Cómo caer con estilo

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—Vamos, no es tan difícil.
—Esto está mal.
Jayce animaba a Aeryn a subir por la reja que limitaba el patio del instituto, en una zona donde no había nadie vigilando. Ella, que nunca había pasado un recreo fuera de la biblioteca ni incumplido una norma, vaciló.
—¿Quieres vivir aventuras en Mulier, pero no te atreves a saltarte las clases? —dijo Jayce, poniendo los ojos en blanco.
Aeryn le sacó la lengua y reunió valentía para poner un pie en la valla e impulsarse hacia arriba con fuerza. «Mano derecha, pierna izquierda, mano izquierda, arriba», pensaba mientras subía. Cuando quiso darse cuenta, ya bajaba por la cara exterior del muro.
Jayce, que aguardaba fuera, se ofreció para sujetarla, pero ella rechazó su mano y saltó elegantemente cuando se encontraba a un metro y medio del suelo.
Jayce se rascó la nuca.
—Bueno, vale —se disculpó—. Estás lista para vivir una aventura.
Aeryn sonrió con orgullo. Lo que el muchacho no sabía es que las rodillas le dolían a horrores después del salto.
Caminaron algunos minutos sin un rumbo fijo, deambulando por las calles y evitando a la gente que pudiera preguntarse qué hacían dos adolescentes fuera del instituto. Al final decidieron que lo más sensato que podían hacer era ir a visitar al tío de Aeryn, para preguntarle si sería seguro que viajaran los dos dentro del libro.
Se pusieron en marcha y, al poco tiempo, Aeryn dijo:
—¿Jugamos a las diez preguntas?
Jayce la miró como si estuviese hablando en otro idioma.
—¿Qué?
-Es fácil —explicó ella—. Yo te hago una pregunta sobre ti y la respondes, luego tú me preguntas otra cosa a mí, y lo repetimos hasta llegar a diez cuestiones cada uno.
Jayce miró la acera durante unos segundos, pero finalmente asintió.
—Empiezo —dijo—. ¿Cómo se escribe tu nombre?
—A-E-R-Y-N.
—Interesante y exótico —Jayce sonrió.
—¿Ya has probado la pizza?
—Lo mejor del mundo culinario —Jayce soltó un suspiro soñador, lo que le arrancó a Aeryn una sonrisa—. ¿Edad?
—Quince —respondió Aeryn rápidamente—. Mi cumpleaños es el seis de abril —añadió—. Me toca. ¿Cuál es tu apellido?
Aeryn quería averiguar cómo se apellidaba Jayce porque sabía algunas cosas sobre él, pero al ser un personaje secundario el libro se centraba sobre todo en Ronnie. Observó al muchacho, que fijó sus ojos plateados y ambarinos en los de ella con una sonrisa triste.
—No lo sé —confesó Jayce—. El Creador no me dio un apellido, así que no tengo. Soy sólo Jayson.
Aeryn quería decirle algo que lo consolara, pero no supo dar con las palabras adecuadas por muchas que hubiera leído en su vida. Así que permaneció en silencio; un silencio apesadumbrado y solemne como el que inunda un cementerio al amanecer, y que se mantuvo hasta que ambos amigos se encontraron cara a cara con la humilde casa del tío de Aeryn (Philip para los amigos, o el Creador para los personajes ficticios). Tenía dos plantas y las persianas del piso superior parecían estar a punto de caerse, al igual que la pintura amarilla que cubría la vivienda.
Llamaron a la puerta y alguien gritó desde dentro.
—¿QUIÉN ES?
Aeryn abrió la boca para contestar, pero Jayce se le adelantó.
—¡Jayson! —contestó—. Y Aeryn —añadió después.
—¡Hola, tito! —exclamó ella cariñosamente. Philip era definitivamente su familiar preferido: como un padre mejor que su padre de verdad.
Pensó que su tío le contestaría, pero en el interior de la casa se hizo el silencio. Segundos después, escuchó sus pasos a través del pasillo. La puerta de madera se abrió con un quejido y el rostro lleno de arrugas de su tío les recibió con una sonrisa cansada. Aeryn observó sus ojos violetas con la misma admiración que sentía siempre que los miraba.
—Pasad —dijo simplemente, dejando a la vista su brillante dentadura que, al contrario de lo que la gente solía pensar, no era postiza.
Jayce pasó primero con la confianza de alguien que llevaba varios días viviendo allí, pero Aeryn se detuvo en el pasillo para observar las viejas fotos de Philip. En el interior de los marcos de todos los colores imaginables aparecía él, ya fuera de joven o con Aeryn en sus brazos. La muchacha respiró el aroma de los recuerdos, reviviendo aquella época en la que era una niña y su tío, sin rastro de arrugas o canas en su pelo negro, le leía cuentos que él mismo escribía con la esperanza de publicarlos algún día. Aeryn se sintió invadida por orgullo y nostalgia al mismo tiempo y continuó su camino por el pasillo, sacudiendo la cabeza para apartar esos pensamientos. «No he venido aquí para ver fotos», se dijo.
Philip les condució al salón y les invitó a sentarse en el viejo sofá mientras iba a por algo de comer. Aeryn acarició la áspera tela del asiento, recordando de nuevo varios episodios de su infancia. Jayce, mientras tanto, tamborileaba con los dedos sobre su propia rodilla.
El tío de Aeryn regresó al cabo de dos minutos con un plato de galletas y tres tazas de chocolate caliente. Aeryn miró a Jayce, que se relamió. Apostaba a que en el Bosque no tenían esas cosas.
—Gracias —dijo Jayce, mientras agarraba la taza por el asa y se la llevaba a los labios.
—De nada, Jayson —contestó Philip—. Dejadme adivinar a qué habéis venido. Queréis ir a Mulier, ¿verdad? La historia ha cambiado.
Aeryn se estremeció. Su tío parecía diferente, más distante y misterioso. Pero, sobre todo, parecía cansado.
—En realidad —dijo—, también queríamos saber si Jayce tiene un apellido.
Jayce abrió mucho los ojos: estaba claro que no esperaba esa frase.
—Sí —Philip se echó hacia atrás en su sillón—. Al principio tenía pensado incluirlo en el libro, pero luego prescindí de él. Tu nombre completo —dijo, dirigiendo la vista hacia el muchacho— es Jayson Rivenstone. El apellido es el de tu padre, Malcolm. Naciste en el Bosque y tuviste un padre y una madre, algo que Ronnie envidiaba.
—Lo sé —dijo Jayce.
Aeryn le miró. A simple vista no parecía afectado, pero le conocía lo suficiente (aunque no fuera en persona) como para distinguir el brillo orgulloso de sus ojos grises y ambarinos, que indicaba lo feliz que se sentía de tener un apellido.
—Philip —dijo la chica, absteniéndose de llamarle "tito"—. ¿Cómo sacaste a Jayce del libro?
El hombre la miró entrecerrando sus ojos violetas, como si estuviera intentando enfocar la imagen de Aeryn. Ella se imaginó que tantos años escribiendo delante de una pantalla debían de haberle pasado factura.
—Con mi portátil —explicó encogiéndose de hombros, como si la gente hiciera eso a diario.
Jayce tomó un sorbo de chocolate y se pasó la lengua por los labios, eliminando los restos de la dulce bebida que se habían adherido a su piel.
—Entonces —dijo—, ¿cree que podrá introducirnos a nosotros en la historia?
—Claro —afirmó Philip—. ¿Por quién me tomas? En seguida vuelvo.
Dicho esto desapareció de nuevo tras la puerta del salón. Aeryn alargó la mano para coger una galleta, y saboreó de nuevo los recuerdos que ésta le transmitía (mezclados con azúcar y un poco de vainilla).
—Entonces —dijo—, ¿mi tío es una especie de brujo?
—Bueno — eclaró Jayce—, no todo el mundo tiene los ojos violetas. Ni un portátil embrujado. Ni pronuncia sortilegios.
—¿Tú te has mirado al espejo? —preguntó Aeryn, refiriéndose a los ojos de Jayce.
—Eso es diferente. Yo... no soy real. Mi apellido ha dependido de una simple decisión —dijo él, y bajó la mirada.
Aeryn cerró la boca. ¿Cómo podía ser tan estúpida? Se acercó a Jayce dando botes por el sofá y lo rodeó con un brazo, dispuesta a consolarlo.
—Oh, vamos —dijo—. No pretendía...
Se calló. ¿Qué se suponía que tenía que decir ahora? En los libros siempre se dejaba esa frase en suspense, antes de que la otra persona interrumpiera. Pero Jayce no dijo nada, así que respiró hondo y se obligó a continuar:
—¿Sabes? Siempre me he preguntado por qué no conseguía hacer amigos, aparte de Elina. Luego descubrí que lo que nos unió fue compartir la misma preocupación, una preocupación no muy común que digamos. ¿Sabes cuál era?
Jayce no habló, pero negó con la cabeza, haciendo que el pelo rubio le cayera desordenado sobre las sienes.
—Ansiar vivir en un mundo de ficción —explicó Aeryn—. Querer respirar el mismo aire que los chicos de los que estábamos enamoradas. Que no eran precisamente gente como Riley —frunció el entrecejo al acordarse de la burla de su compañero esa misma mañana—, sino personajes ficticios. ¿Eso nos impedía amarles? No —dijo con seguridad—. Porque la gente perfecta sólo existe en los libros, Jayce —retiró el brazo de sus hombros y le dio un golpecito en la mejilla con el dedo índice—. Y tú eres una de esas personas.
Jayce sonrió, dejando a la vista sus hoyuelos.
—Vale —dijo—. Me has convencido. Pero ese discurso no te servirá para enamorar a Ronnie, que él no sabe nada de esto.
Aeryn soltó una carcajada, justo al mismo tiempo en el que su tío entraba por la puerta con un portátil blanco bajo el brazo. Jayce se echó a un lado para que pudiera sentarse entre los dos.
—Gracias, Jayson —dijo Philip, acomodándose en el centro-—. Este portátil... bueno, obviamente no es un ordenador cualquiera.
—¿Eres un brujo, tito? —preguntó Aeryn sin poder contenerse.
El rostro de su tío, hasta ahora tenso, se relajó, y él soltó una carcajada.
—Sólo un buen inventor —declaró, guiñándole un ojo.
Aeryn sonrió. Bien, volvía a ser el de siempre.
Observó la pantalla: había un archivo abierto, una imitación de papel blanco con muchas letras en él. Aeryn leyó un fragmento:

El Bosque de la Noche EternaWhere stories live. Discover now