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Owen disparó por enésima vez, eliminando a otra discípula de Pandora, y retrocedió un par de pasos para evitar sentirse presionado por la situación. No habían avanzado mucho, y la Ciudadela aún quedaba a unos diez kilómetros de su posición actual.

Las granadas de portal no habían servido de mucho. El único que había usado tal armamento fue Patrick, para moverse de un costado al otro del río, para así evadir a un par de discípulas de Pandora en cuanto salieron de la nada. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del grupo, más y más adversarios seguían apareciendo al frente, obstaculizando el camino.

El grupo aún no se separaba. Owen iba al frente, eliminando cuantas discípulas de Pandora apareciesen, con Bill a unos metros de él, cubriendo sus costados. Para su sorpresa, algunos Pasajeros de Tinieblas también aparecieron en el medio. Allori, quien a pesar de estar herida los apoyaba desde atrás, eliminó a dos de ellos con cuatro o cinco ráfagas, con tiros de escopeta.

—¡Tenemos que seguir avanzando! —gritó Owen—. ¡Esto es para hoy, señores!

No les costó demasiado a partir de ahí. Los numerosos grupos de defensa que había puesto Ben en el suelo fueron derrotados conforme el grupo de Owen avanzaba. Las discípulas de Pandora no se retiraron al instante, pero con la fuerza de ataque implementada por los disparos de Owen, y los movimientos rápidos de Bill, no tuvieron otra opción que retroceder.

Después de un par de horas sin descanso, lo lograron.

Habían llegado a la Ciudadela.

Sus calles, que por lo general estaban vacías y sus edificios en ruinas, habían cambiado por completo. Había todo tipo de personas, desde discípulas de Pandora, hasta Pasajeros de Tinieblas. Lo que quedaba de las fuerzas bien pagadas de Patrick, es decir, mercenarios, se encontraban bajo el control de la mujer que lideraba todas aquellas fuerzas oscuras. Cada hombre tenía un profundo rasguño en el pecho, cadera, pierna o abdomen, y aunque la sangre salía como si se tratara de una cascada, a ellos ya no parecía importarles. Estaban bajo el mando de Pandora.

—Las cosas se ponen serias de verdad —dijo Owen, alzando el rifle.

Bill apareció a su lado, y juntos eliminaron las primeras filas de ataque, o de defensa, para poder entrar poco a poco a la Ciudadela.

—Me estoy quedando sin munición —soltó Bill.

—Aún tienes tus brazos, ¿no? —Owen apartó el rifle y golpeó a la primera discípula que apareció al frente—. Piernas, dientes... ¿te suena?

Bill sólo puso los ojos en blanco, y tiró la pistola al suelo, para entrar en un duelo cuerpo a cuerpo con la gran cantidad de enemigos que había al frente. Owen, por su lado, vació su último cartucho del rifle, y sacó la pistola que tanto tiempo lo había acompañado. Debía medir bien sus tiros, cuidar sus balas, porque no sabía qué más podía encontrar en los interiores de la Ciudadela. ¿Qué otras amenazas podría haber puesto Ben?

La última vez que Owen había estado dentro de la Ciudadela fue varios años atrás. De hecho... siglos atrás. En sus tiempos de gloria, donde Pandora había sido la líder de la Isla, y por sus calles, los Habitantes de la Isla tendían a ser felices. Ahora... todo estaba de cabeza. Los edificios tenían un aspecto extraño, triste, vacío, podrido. Las seguidoras de Pandora, y los Pasajeros de Tinieblas también cambiaban el ambiente. Claro, cuando Owen visitó el pasado, los que vivían ahí no intentaban matarlo o atacarlo con grandes zarpazos.

Bill se adelantó, y a los pocos segundos, Owen lo perdió de vista. No le preocupó en absoluto, sabía que su hermano sabía cuidarse, y aunque aún le era extraño trabajar a su lado después de todo lo que había hecho, sabía que si lograban sobrevivir, tendrían una plática muy interesante después de que todo eso terminara. Si es que llegaba a terminar.

Paralelo [Pasajeros #4]Where stories live. Discover now