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La ciudad de San Francisco nunca se había visto tan sombría, a pesar de que el reloj marcaba casi las diez de la mañana. Las pocas nubes que había no cubrían en su totalidad a las capas de Tinieblas que se expandían por los cielos, con la Pirámide Invertida en el interior de sus aires de oscuridad. Desde muy temprano, las calles comenzaron a movilizarse, y el cuerpo de la policía y el ejército comenzaron a evacuar a los ciudadanos. No había tiempo que perder.

—La buena noticia es que el hotel se está quedando vacío —musitó Cooper, mientras entraba a la habitación donde Luna seguía siendo atendida por Jeremías y por Gabriel—. Podremos asaltar la cocina cuando eso pase.

—¡Cuenta conmigo! —dijo Han.

—Sería interesante ver si hay pastel de chocolate —musitó Luna.

—Demonios, ya empezó con sus antojos —soltó Max.

—¿Qué es lo que pasó ahí atrás? —preguntó James.

Dianne y Allori no se encontraban en la habitación, al igual que Chase. El líder de los Pasajeros y Owen se encontraban frente a la cama improvisada. James estaba sentado en la silla del escritorio, mientras que Owen, recargado en la pared con los brazos cruzados, prestaba atención a todo lo que estaba pasando dentro de la sala de urgencias.

—¿Cómo pudo sobrevivir al zarpazo de una discípula de Pandora y no a dos simples balas? —añadió Owen.

—Sus heridas son superficiales —Jeremías estaba sentado en la cama de al lado a la de Luna, tenía ambas manos sobre las heridas de la chica—. Armas hechas por el hombre.

—Las discípulas de Pandora no son armas hechas por el hombre —dijo James, comprendiendo—. ¿Será eso? ¿Es vulnerable ante el mundo, pero puede sobrevivir a los ataques sobrenaturales?

—Así parece —corroboró Owen—. Esto es muy extraño.

—No quiero interrumpir la terapia de grupo —murmuró Max—, pero tenemos una pirámide sobrenatural entrando al Océano Pacífico.

El muchacho, al igual que Han, estaban sentados en el suelo, atentos a cualquier cosa que pudiese ocurrir en el momento.

—¿Puedes calcular el tiempo que le tomará llegar a su centro? —preguntó James.

—La distancia entre San Francisco y Sidney es de casi quince horas —Max tenía una computadora en sus piernas, y rápidamente comenzó a buscar información para ello—. Serían siete horas al punto medio del Pacífico. La Pirámide Invertida no va a la velocidad de un avión, así que deduzco que tardaría un día y medio, quizá de dos a tres, en llegar al punto central.

—Ese es el tiempo que disponemos —Owen dio un paso al frente y bajó los brazos—. Muy bien. Iré por el avión.

—¿Avión? —preguntó Cooper.

—El Atlantic de tu dimensión está en China, ¿no? —la pregunta iba dirigida a los Salvadores, quienes asintieron con rapidez—. Iré por él, y debo ir solo.

—¿Por qué ser el llanero solitario del siglo veintiuno? —inquirió Max, alzando la vista.

—Porque China es uno de los países donde tengo prohibido entrar... en cualquier dimensión posible —después de esas palabras, Owen soltó una risita nerviosa un tanto sospechosa—. No quiero poner en riesgo a nadie más. Además, ustedes tienen ya bastante trabajo aquí, necesitamos saber cómo derribar esa cosa.

Hizo un ademán, señalando hacia el cielo, rumbo al oeste.

—¿Derribar la Pirámide Invertida? —preguntó Han—. ¿Con misiles o qué?

—¿El plan no era conseguir ayuda del ejército? —añadió Cooper.

—No creo que dispongamos del tiempo necesario para eso —indicó James—. Ya es tiempo de que dejemos de trabajar en hacer planes, y comencemos a llevarlos a cabo.

—Así me gusta —terció Owen.

—Derribar la Pirámide...

Sonaba bastante loca esa idea. De hecho, era casi imposible. Sería robar un vehículo del ejército, cargarlo con un misil o algo lo suficientemente potente para provocar una explosión que fuera capaz de destruir un monumento sobrenatural que no era de ese mundo... si fuera posible, lo llevarían a cabo, pero eso implicaba un par de días para planearlo, y otro par en realizarlo. No tenían tiempo.

—Necesitamos destruir esa cosa —dijo James.

—¿Quieres que le aventemos una piedra? —soltó Cooper—. James, por si no lo viste, ¡esa cosa estaba flotando por encima de nosotros! ¡Es imposible que...!

—No desde aquí —terció James—. Podemos hacerlo volar desde su interior.

Ni él había creído una sola palabra de aquella oración. ¿Volarlo desde su interior? Eso implicaba, del mismo modo que el plan anterior, en volar y aterrizar en ella, enfrentarse a Pandora y a sus discípulas, vencerlas y, como ya había dicho, hacerla volar.

—Necesitamos una bomba.

—James, demonios, ¿te estás escuchando? —farfulló Cooper—. Estamos hablando del fin del mundo.

—¿Quieres entrar a esa cosa y explotar una bomba? —saltó Max.

—Es el plan más loco que he oído en mi vida —se bufó Owen—. Pero puede resultar. ¡Rayos! ¡Puede resultar!

—Hay una falla en el plan, genios —terció Allori, recargada en la puerta de la habitación. A sus espaldas, Chase y Dianne escuchaban todo con suma atención. Era el momento de planear lo que sería el último plan en un intento de salvar a la existencia de una vez por todas—. Cruzar las cortinas de Tinieblas es una cosa, pero pasar una bomba... Ben nos descubriría.

No podían arriesgarse. Detonar una bomba en el interior de la Pirámide era su último ataque, el último gran paso para detener a Ben para siempre. Necesitaban planearlo de cabo a rabo sin que los descubrieran. ¿Cómo meter una bomba en la Pirámide Invertida?

—Han, ¿qué sabes de construcción de bombas?

Era lo único que se le ocurrió en el momento. Han sabía de armamento, y aunque nunca había hablado de su pasado, James apostaba a que tenía conocimientos en el tema. Quizás experiencia propia.

—Necesitaríamos... plutonio, TNT, , controlador de radio, pegamento... puedo hacer una lista. El problema es el contorno. El lugar donde depositaremos su cuerpo explosivo.

—¿Qué necesitas? —preguntó James—. Haremos una bomba casera de gran magnitud. La haremos volar en el interior de la Pirámide Invertida. Dará resultado, lo sé.

Aquellas palabras darían miedo, pero los Pasajeros seguían a su líder. Le eran fieles, y no había ni una sola pizca de temor en él. Aquello, como bien había dicho James, daría resultado.

—Necesitaremos un mecanismo metálico capaz de soportar sus materiales en el interior, y que no exploten al momento —explicó Han—. Algo grande, un motor especializado.

—¿De auto? —inquirió Allori.

—No, claro que no —respondió Han—. Ni de auto, ni de un avión. Algo un poco más antiguo. Un motor de los del siglo veinte, donde se fabricaban con el propósito de almacenar la presión en su interior sin que volaran en pedazos al instante. Así podremos pasar todo desapercibido...

—¿Qué clase de motor? —insistió James.

Tenían por máximo tres días. Tres días para conseguir absolutamente todo y dirigirse hacia la Isla.

—Un motor diésel... puede ser Sulzer de tres mil ochocientos caballos de vapor.

—¿Dónde demonios vamos a conseguir algo así? —le espetó Chase.

—Eran muy comunes en los submarinos de la primera guerra mundial... en los años veinte. El problema es que no conocemos de algún lugar que tenga un submarino francés anclado esperando por nosotros.

James y Max se miraron al momento. Claro que tenían un submarino así a disposición, el problema era su ubicación. Y el traidor que lo comandaba.

—Sí, tenía que ser.

Paralelo [Pasajeros #4]Where stories live. Discover now