Capitulo 29

12.9K 875 55
                                    

—Quiero llevarla a casa. Quiero sacarla de aquí.

Tom estaba sentado en la oficina del Doctor Carmichael. Tenía una extraña expresión en el rostro, quizás eran las últimas oleadas de alcohol en su sistema, pero el rubio jamás se sintió tan centrado en su vida, como en esos momentos.

—Es deprimente tener que venir acá todos los días —se sinceró Tom—, y como todo va a seguir prácticamente igual, prefiero que esté en casa.

El Doctor Carmichael, le miró  sin expresión alguna, con esos ojos oscuros y neutrales, como si estuvieran conversando de algo trivial.  El doctor se aclaró un poco la garganta, antes de hablar.

—Antes de que considere acondicionar su casa para el cuidado de su prometida, hay algo de lo que quiero hablarle.

—Lo escucho.

—Hace unos años, tuvimos en este hospital un caso parecido, por así decirlo. Se trataba de un joven de unos veintidós años que sufrió un accidente automovilístico —hubo una breve pausa del hombre como si estuviera rebuscando en una caja llena de recuerdos—. Yo, cómo muchos de mis colegas, le dijimos a la familia que no tuvieran muchas esperanzas.

Tom se estremeció ligeramente. Sabía lo que era escuchar esa negativa y era lo más horrible del mundo.

—Sin embargo, en ese entonces una buena noticia salió, un medicamento experimental, había hecho salir del coma a un joven en Sudáfrica. Así que decidimos intentarlo con este joven.

—¿Funcionó?

—Si.

—Entonces, usted piensa que hay una posibilidad con Celine, ¿verdad? De otro modo, no tendría porque contármelo.

—Voy a ser muy claro con usted —el hombre se inclinó un poco hacia el rubio— , el medicamento puede o no funcionar.  Las secuelas de las que hablamos, el medicamento no las resolverá.

—Entiendo su punto  —"Pero no me importa", pensó el rubio—. ¿Cuándo le dará el medicamento?

—Necesito la firma de sus padres para poder hacerlo.

¡Ahí estaba el maldito truco!

—¡¿Qué rayos?! Ella tiene treinta y dos, y yo soy su prometido.

—El procedimiento es...

—Usted dijo que puede que no pase nada —lo interrumpió—. Mire, yo soy abogado, yo bien puedo representarlo.

Carmichael negó con la cabeza.

—Haremos esto mañana a las once, asegúrese de que sus padres estén aquí, yo me encargo de la firma. No dudo de su capacidad como abogado, pero prefiero ahorrarme visitas a la corte.

—¿Y si ellos no firman?

—Entonces quizás solicite sus servicios, quizás no. Ya veremos que sucede.

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

Se quedó con la vista fija en la pantalla de su celular. Aún cuando tenía una larga lista de contactos, a ninguno parecía poder llamar. Ninguno tampoco parecía interesado en llamarle a él, ya que estaba en esas.

Distraídamente esquivó a un par de personas que entraban al hospital. Sólo veía manchas borrosas pasar a su lado.

Caminó hasta su auto, no muy seguro de lo que debía de hacer o a dónde debía ir. Quizás por eso condujo unos veinte minutos, avanzando lenta y pesadamente entre el tráfico y la gente. Cuando se adentró en la calle, notó lo distante y solitaria que se veía. Los árboles casi sin ramas, se balanceaban macabramente para ser las cinco de la tarde.

 Detuvo el auto, y volvió la vista hacia la puerta. Los débiles rayos del sol, anunciaban la despedida del atardecer, mientras que una cinta amarilla de la policía, se mecía con el viento.  El anuncio de "En Venta", aún estaba clavado en el jardín cubierto de hojarasca. Por fuera todo lucía descuidado, muerto. Quizás fuera el clima, o quizás sólo fuera su imaginación.

Amor en manos enemigas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora