Aurora Borealis

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Después de años de haber estado lejos de mi hogar, pude volver a la casa donde fui criado por mis padres, la cual se encontraba en los apartados parajes de Heimaey, una isla algo cercana a Reykjavik, en Islandia. Tuvimos que irnos debido a la erupción del volcán Eldfell, el cual amenazó peligrosamente con destruir nuestra ciudad. Las oportunidades económicas empeoraron para nuestra familia, ya que nuestro pequeño taller de artesanía fue totalmente destruido en la erupción de 1973. Debido a esto y a amenazas de futuras erupciones violentas en la isla, mis padres tomaron la decisión de dejar Islandia, al menos durante unos años.

Fuimos a parar a Copenhague, mis padres parecieron adaptarse bastante bien, pero yo jamás pude. Extrañaba los fiordos, los canales, el frío extremo, la comida, pero en especial, extrañaba las hermosas auroras boreales que podían verse a veces. En Dinamarca, debido a la distancia entre el polo norte y la península, era absolutamente imposible presenciar tan bello fenómeno.

Mis padres jamás volvieron a Islandia, pero Copenhague nunca fue un hogar para mí. Mi corazón siempre se quedó en Heimaey, donde estaba la casa donde crecí.

Mis padres pasaron sus últimos días en la pacífica ciudad de Lejre, donde fueron sus funerales. Estaba devastado, esto era una llamada de atención, debía volver a Heimaey, debía sentir ese frío polar que calaba los huesos, y debía volver a ver las auroras boreales, era un deseo que debía cumplir antes de partir hacia planos existenciales superiores.

Apenas terminó mi duelo personal por la muerte de mis padres, tomé un avión hacia Reykjavik, y desde allí viajé por barco hacia Heimaey, donde me reencontré con mis recuerdos de niñez y adolescencia. Todo estaba tal cual lo recordaba, a pesar de que la ciudad había crecido enormemente, el barrio donde crecí estaba casi sin cambios.

Saqué la llave que abría la puerta de entrada a la casa, y encontré la sala de estar tal cual la dejamos, cuando tenía 14 años. Ahora, a mis 54 años, no podía evitar derramar algunas lágrimas. Por fin estaba en casa, todo estaba en la misma posición, era un lugar congelado en el tiempo. Para poder esperar las luces del norte, preparé la casa, limpié, compré comida, volví a encender las luces, reparé algunas cosas por aquí y por allá, comí, preparé mi habitación, y esperé pacientemente a que las auroras se presentaran.

Y no pasó mucho tiempo antes de que este hermoso fenómeno ocurriera de nuevo: sus tonos amarillentos, verdosos, azulados, violáceos y magentas bailaban como ondas fosforescentes en un mar invisible, a kilómetros sobre nuestras cabezas. No había visto tanta majestuosidad y belleza en la naturaleza desde el último eclipse de sol que presencié, y aunque había visto cosas hermosas en mi vida, las auroras boreales se quedaron con el primer puesto, sentía que había una conexión cósmica entre el vasto universo, los dioses nórdicos, la aurora boreal y mi persona.

Esa noche me recosté en mi vieja cama, aún mirando maravillado cómo las luces del norte se colaban por mi ventana. Había cumplido mi deseo más grande: estar en casa y ver la aurora boreal una vez más. Ahora podría descansar en paz por toda la eternidad.  

Historias Para Un Día LluviosoWhere stories live. Discover now