4 Destello ha nacido

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Mi esposa Cielo era una mujer muy buena. Ella siempre se mostró dispuesta a ayudarme cuando caí en depresión al darme cuenta que estaba totalmente enamorado de alguien que ya no existía, que creí que sí, pero que se había desvanecido en medio de las aguas del mar. La amabilidad de Cielo me acompañó muchos años, hasta darme cuenta que nunca iba a volver a verlo.

"No es real", me decía cuando salía con mi amiga. Mi mente siempre estuvo con él en cada cita e incluso en el día más importante para Cielo: Nuestra boda. Frente al altar con ella, me di cuenta que no podía seguir engañándome, que vivía una fantasía, y lo único que estaba logrando era estropear los sueños de la dama a quien le estaba poniendo el anillo que nos uniría para siempre.

Con la gran noticia de que iba a ser padre, comprendí que tenía que terminar con aquella fantasía que vivía cada vez iba a la playa para sentir la brisa en mi piel, como si fueran las caricias de aquel hombre rubio de ojos verdes.

"Destello", el nombre de ese hombre, el nombre de quien sería mi hijo.

Desde que el mocoso se le había presentado a Cielo, ella comenzó a llamar "Destello" a nuestro bebe. Mis cabellos se ponían de punta cada vez que la escuchaba, porque ese nombre era el nombre de ese hombre de la playa, de quien estaba enamorado.

—Mira, Destello, papá se va a trabajar. Dile chau a papá.

Cielo solo lo había llamado "bebé", pero desde que el mocoso de la túnica le dijo que lo tenía que nombrar "Destello", como el nombre de una estrella celestial, ella se tomó en serio esa petición al llamarlo cariñosamente de esa manera.

— ¡Mocoso! ¡Dónde estás, mocoso!

De regreso a casa me desvié hacia a la playa. Había decidido no regresar, pero era necesario encarar al mocoso por haber ido a mi casa para presentársele a mi esposa con ideítas que complicaban más mi vida. La playa lucía solitaria, como siempre, tan tranquila como me gustaba.

Los minutos pasaban y él no aparecía. Nuevamente dudé de todo lo que me estaba pasando, hasta que alguien tiró arena fina a mi espalda. De inmediato me volteé para descubrir al mocoso recogiendo otra porción de arena.

—Qué divertido, mira, la arena se corre entre mis dedos.

—Deja la arena y dime porqué rayos te presentaste a mi esposa con sugerencias que no me ayudan en nada.

— ¡Realmente esta grande! —Me dijo con sorpresa, dejando de tomar atención a la arena—. Su vientre, donde está Destello, está grande. Ya quiero verlo, estoy que cuento los días.

—Ya tiene ocho meses, falta poco para que nazca.

—El pequeño Destello está creciendo tan saludable. Que adorable.

—Espera —dije recordando mis intenciones—, anoche...

—Sí —me interrumpió—, anoche fui a ver a tu esposa para pedirle que llame Destello a Destello, porque, ¿acaso no es un bonito nombre? , además, es su nombre, por eso no merece ningún otro más que ese ­—él me miró satisfecho—. No tienes porqué agradecerme. Lo hice desinteresadamente por la gran amistad que siento por Destello.

—Eso mismo, eso es lo que me está molestando. Está bien, lo hecho, hecho está, pero ya no te presentes ante ella, ni ante mí, ni ante nadie que conozco.

El mocoso se puso muy serio, y aun estando frente a él, con los ojos desprotegidos, me tiró la arena en la cara con toda su fuerza.

— ¡Idiota! ¡Yo solo quiero ayudar a Destello! ¡Él confía en mí, no lo vas a arruinar!

UNA ESTRELLA ENAMORADA |1ra parte|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora