25. Ángel de Muerte

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Cuando Alexander abrió los ojos sintió que el mundo le daba vueltas, literalmente hablando. Con los ojos borrosos y totalmente mareado intento mirar a su alrededor, preguntándose mentalmente en dónde mierdas estaba.

Sé lo que dijiste sobre esto Brunette, pero no fui yo quién lo trajo hasta mí ¿o sí? — Alex escuchó aquella voz como en la lejanía, la voz de una mujer podía asegurar, pero no lograba entender de qué demonios hablaba; ni con quién lo hacía puesto que no escuchaba más voces.

No, no, ya te he dicho que no. No pienso desacatar las reglas impuestas por la Orden, haré todo conforme al código te lo aseguro. Además, para serte franca, el tipo no me parece muy... peligroso, que digamos; aunque mi verdadera duda recae en el hecho de saber porqué está buscándome— bufó la mujer molesta, y Alex pudo percibir un resoplido de insolencia— ¿Crees tú que sea posible, que sepa sobre mí? Sí Brunette ya te lo dije, David fue claro, éste me estaba buscando a mí personalmente.

En ese instante fue como si una cubeta de agua helada cayera sobre la cabeza de Alexander, y entonces recuperó parte de sus recuerdos.

— David— susurró en un sibilante quejido apenas audible para sí mismo. David, ese maldito mocoso ladrón y mentiroso, él era quién con engaños lo había metido en ese bochornoso lío. Pero... ¿qué rayos había pasado en realidad?

"Ah, claro" —pensó— "Ese infeliz chiquillo me guió por los... cientos de escalones hacia la torre de la catedral y entonces, alguien apareció, como si me hubiera estado esperando y me golpeó en la cabeza apenas cruzar la puerta, pero... ¿quién o qué tuvo tanta fuerza para dejar inconsciente a alguien de mi naturaleza?

Descuida Brunette, sé perfectamente lo que estoy..., ah, ya ha despertado la bestia durmiente. Te llamo más tarde— musitó la voz de la mujer, y se escuchó el clic de cierre de un aparato telefónico.

El muchacho continuaba mareado y con la vista nublada cuando una figura alta se colocó frente a él, tomándolo del cabello castaño y enmarañado con fiereza y obligándolo a mirarla.

— ¡Vaya, vaya! Si no eres tan mal parecido después de todo—. Arguyó la voz seductora y fría de aquella tipeja, cuyo rostro aun borroso para los acaramelados ojos del chico, era difícil de distinguir con claridad.

— ¿Quién... quién es usted? — preguntó con un tartamudeo tembloroso el muchacho, parpadeando furiosamente para intentar lubricar sus ojos y recuperar así la nitidez de su visión.

La mujer volvió a soltar un resoplido.

— Buena pregunta, pero estúpida a la par— espetó ella, chasqueando la lengua— ¿Qué acaso no eras tú quién venía en mí busca? Entonces deberías saber quién soy.

Un escalofrío recorrió la medula espinal del chaval, y pudo sentir como sus mejillas ardían al subirle la sangre al cobrizo rostro.

— ¿Lynn... Lynnete Sialfax?

La mujer soltó una risita de burla, pero se contuvo de responder. En ese momento, tras una gran cantidad de parpadeos el chico por fin pudo ver a su alrededor y lo primero que consiguió mirar con claridad lo dejó petrificado. Era como revivir una vieja pesadilla. En un intento de tallarse los ojos, Alexander terminó dándose cuenta de que sus manos y brazos –ambos- estaban atados con fuerza por grilletes de acero y gruesas cadenas en los reposabrazos de una dura silla metálica, anclada al suelo de madero con gruesos clavos, y en la cual caía en la cuenta, había estado retenido durante todo ese tiempo de inconsciencia.

Lleno de repentina sorpresa y horror, Alexander comenzó a sacudir las manos intentando liberarse de sus ataduras, pero por más forcejeos y brusquedad sus intentos fueron en vano ya que éstas no lograron ceder.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora