17. Ataque

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— ¿Pero qué...?

— No te muevas— Repitió de nuevo Alex, con la voz aguda por el terror.

En ese momento un sonido gutural cortó el aire en la oscuridad.

Era un gruñido; estridente, profundo y resonante. Un sonido aterrador que apestaba a bosque, a la sed de sangre y venganza. Retumbó en la cabeza de Alexander e hizo vibrar sus huesos.

El gruñido volvió a escucharse, terrible y salvaje, y con él se oyeron también pisadas pesadas que surgían del oscuro bosque a su alrededor.

Ángela intentaba calmarse pero solo conseguía temblar descontroladamente, sin un atisbo de tranquilidad. Desde la oscuridad entre los altos y retorcidos árboles algo iba hacia ellos, una criatura que se movía con agilidad y un esbelto movimiento lupino.

Alex tembló entonces nuevamente, cuando reconoció finalmente aquel gruñido siniestro. Era el sonido de la muerte. El más grande de los depredadores se agazapó entre las sombras, listo para saltar, y sus enormes ojos refulgieron amarillos al contemplar a su presa.

Y entonces todo ocurrió a la vez.

El salto del gigantesco lobo fue conciso y directo, con sus poderosos músculos elevándolo por los aires. Alexander notó que aquella bestia iba directo a la muchacha rubia y sin pensarlo dos veces empujó a la chica nueva hacia un lado para quitarla de en medio.

Un potente golpe de fuerza sobrehumana colisionó contra el hocico de la criatura, cuando con una fuerza antinatural el chico lo golpeó para evitar su ataque.

El lobo de figura cuasi humana cayó de costado sobre la dura tierra y las hojas secas pero en menos de un minuto ya estaba de nuevo en pie, mirando con ojos enfebrecidos y gruñendo de rabia a su atacante.

En ese instante, el muchacho reparó en las delgadas y relucientes patas con garras del lobo, en la flexibilidad de sus movimientos y en el pelaje de la criatura, de un tono gris perlado. Ninguno de la manada tenía aquellas características, fue entonces cuando Alexander supo de quién se trataba.

— Charlotte— susurró para sí mismo, escupiendo de rabia sobre el suelo.

Solo cuando el grisáceo y temible lobo saltó una vez más con decisión para ir sobre su presa, el chico percibió que solo tenía una meta fija: Ángela.

El ataque de la licántropa quedó frustrado por la intervención del chico lobo cuando en un acto reflejo saltó también hacia la chica rubia, oponiéndose entre ella y el animal salvaje. Ángela sintió como Alex la arrancaba de dónde estaba fija y petrificada, empujándola una vez más para ponerla a salvo.

Un grito de horror hendió en la oscuridad.

Los músculos de la muchacha se habían entumecido, y cedió irremediablemente ante el miedo que sentía. No comprendía nada; la confusión burbujeaba en sus oídos, en parte con terror y en parte desconcierto. Hacía solo un momento había estado segura que las historias de Alexander eran solo eso, leyendas, y sin embargo la sed de sangre que manaba de aquel lobo cuasi humano era inconfundible y muy real. Eso era lo que los había estado acechando y que ahora rugía por matarlos.

Era un combate desigual. El muchacho, aun con lo fuerte y agresivo que pudiera ser, no tenía la menor oportunidad contra una criatura de aquella magnitud.

El lobo estaba desquiciado, sediento de venganza, y Alexander estaba seguro de que su objetivo principal era matar a aquella chica de cabellos rubios que le había arruinado la vida. Un zarpazo de las afiladas garras de la loba desgarraron el hombro del chico hasta el hueso, y las fauces de la bestia se abrieron con un rugido amenazador mientras intentaba cerrarlas como una trituradora sobre el cuello de la chica rubia.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora