2. Perseguido

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  • Dedicado a Carmen Quiroz
                                    

Baviera, Alemania 2012

Alexander Branderburg corría. Era sarcásticamente su pasatiempo favorito.

Iba trotando a gran velocidad a través de una creciente multitud, en medio de una callejuela ajetreada.

Un perro le ladró a lo lejos.

El chico nunca había agradado a los canes, ni siquiera a aquellos enormes perros dóberman que hasta hacía poco, cuidaban de la mansión blanca; y él jamás llegaría a comprender si su desagrado con ellos era por su naturaleza, o por sus ridículos vestuarios.

El atuendo del chico como siempre, no encajaba para nada con el hervidero de personas que le rodeaban, vestidas con ropas ligeras y de colores claros; la estación entrante era así. Primavera, calor infernal.

Unos pants y una gruesa sudadera negra con capucha puesta, eran su simple vestimenta, a pesar de que el sol abrasador se encontraba ubicado justo en su punto medio, en un cielo azul brillante y despejado detonando toda su reactividad.

El suelo era bastante firme, pero no sus piernas, qué temblaban ligeramente como bandas elásticas a cada paso dado, sobre las ornamentadas losas de cemento en forma de obeliscos.

El chico se preguntó irónico, si alguno que otro mirón creería que él parecía demente, sobre todo, aquellos que durante meses le habían visto en sus constantes carreras, en una especie de persecución imaginaria. Cómo si alguien fuese tras él.

Pero nadie le perseguía. Alexander solo quería huir de los recuerdos, de aquellos cazadores qué aún le asechaban en sus sueños a pesar del paso del tiempo.

Las gotas intermitentes de sudor que bajaban por su frente –desde su cabeza encapuchada- hasta su cuello, no eran suficientes para nublarle la vista; ni mucho menos podrían detenerle los rayos ardientes del sol, qué bajaban en picada tostando parte de su piel desnuda.

Huir se había convertido en su vida, en una rutina diaria desde hacía ya cien años, gracias al recuerdo tan  vívido de aquella noche.

En aquella ocasión, había corrido en un escenario muy distinto a este -Recordó-. Aquel era un majestuoso bosque lleno de gigantescos robles y encinos de retorcidos troncos abarrotados de musgo, y el suelo contenía tierra húmeda mezclada con el hielo.

Pero ahora no obstante, era una simple callejuela ordinaria. Colmada de personas frívolas que avanzaban de un lado para otro con indiferencia, sin prestar atención a las pequeñas casas y tiendas de piedra grisácea y ladrillos rojizos que los rodeaban. Era un lugar apagado y sin vida.

No era una calle muy grande, apenas un par de metros de ancha, pero si excesivamente larga y con diversas salidas alternas que formaban toda una red de callejones.

Varios faroles se alzaban ostentosos, eclipsándose tras los edificios al tiempo que él avanzaba.

Un rótulo laminado sobre una de las paredes desgastadas, le informó que en ese preciso momento se encontraba en la calle <<Old Castle Avenue>>.

Algo curioso de vivir en aquel viejo y pequeño distrito de los fríos territorios alemanes, era qué todo: tiendas, hospitales, escuelas, edificios y calles, mantenían el idioma inglés, qué fue en el pasado el lenguaje original de los fundadores de "Moonsville".

Su pueblo.

Las ventanas ya se encontraban abiertas en la mayoría de las enormes casas victorianas, y al ver a esas personas tan tranquilas disfrutando del día, Alexander no pudo evitar sentir envidia.

Habían pasado cien años, un siglo en los que por más esfuerzos, Alex Branderburg no podía olvidar su infancia desastrosa.

Se había convertido en su propio trauma personal.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora