Cap.4

59.9K 2.6K 42
                                    

– _____ – me llamaron desde la puerta. Giré mi cabeza y me encontré a mi enfermera bajo el umbral con una gran sonrisa en sus labios – ¿Crees que ya estarás lista para volver a caminar?

– Eh, no lo sé... – contesté de forma pausada, dándole vueltas a su pregunta en mi cabeza.

– Tengo una buena noticia para ti – dijo contenta acercándose hasta mi.

Dando pequeños saltitos como si fuera una niña pequeña –casi lo parecía por lo delgada y menuda que era–, se acercó por el lado derecho de la camilla y me miró con una felicidad desbordante. Sólo por su cara pude hacerme una idea más o menos de cual sería esa noticia, la que tanto ansiaba oír desde hacía días.

– El doctor ya me ha dado luz verde para que puedas ir a ver al chico.

– ¿En serio? – vocalicé irguiéndome sorprendida. 

– En serio – reafirmó alzando las comisuras de sus labios. Cerré mis ojos aliviada y festejé en mi interior aquel inminente logro. Con todo el tiempo que había pasado desde mi conversación con el doctor –fue poco, pero para mí una eternidad–, ya había descartado casi la idea de conocer a mi salvador – ¿De verdad que no lo conocías? Pareces muy ilusionada.

Abrí los ojos y me la encontré de frente con una expresión curiosa. Algo avergonzada me sentí, puesto que al no tener mucha confianza con ella no sabía si comprendería los motivos que tenía para alegrarme tanto. Meneé mi cabeza de un lado a otro al ver que continuaba esperando por mi respuesta.

– ¿Entonces? No comprendo porqué tanto interés...

Yo suspiré levantando mis hombros y dejándolos caer de golpe y sin ganas.

– Me salvó la vida, simplemente eso... – susurré sin darle mucha importancia, aunque en realidad sí que la tenía para mí –. Y sé que sigue en coma, pero me da igual. Me siento responsable de lo que le ha pasado y necesito hacérselo saber de algún modo.

– No deberías decir eso _____, tú no tienes la culpa de nada.

Después de sus últimas palabras tan serias, me quedé callada y no dije nada más. Sabía que nadie en ese momento podría llegar a comprender la culpa que me inundaba por dentro, por mucho que insistiera en ello.

Ella, centrándose ya en lo principal, apartó la sábana de mis piernas, las cuales quedaron a la vista por el corto camisón que llevaba puesto, y comenzó a dar masajes en ellas. Al primer contacto no sentí nada, como si me hubieran amputado de las ingles hacia abajo, pero tras unos minutos empecé a notar un leve cosquilleo recorriéndome desde los dedos de los pies hasta los muslos.

– ¿Sientes algo? 

– Sí, algo parecido a las cosquillas – le comenté asustada –. ¿Eso es bueno o malo?

– Tranquila, es normal – me informó sonriendo –. Cuanto más tardas en recuperar la movilidad, más intensas y duraderas son las cosquillitas.

Ella estuvo realizando aquellos masajes durante unos minutos más, tranquilamente y sin prisas, hasta que creyó conveniente y paró. Más tarde me ayudó a sentarme en la camilla para poder sentir de nuevo el suelo bajo mis pies, pero debido a mi estatura, éstas quedaron colgando.

– Dame tus manos – me dijo. Yo la obedecí –, ahora vamos a probar tu equilibrio. Si ves que no puedes y que te vas a caer, me das un apretón y yo te vuelvo a subir a la camilla. ¿De acuerdo?

Al mismo tiempo que asentía, me dispuse a apoyar mis pies descalzos en el suelo desesperada porque aquel proceso fuera rápido. Al principio parecía que todo iba bien, sentía todo el peso de mi cuerpo sobre mis piernas y creía que ya no tendría problema alguno para caminar. Pero unos segundos después, mis piernas comenzaron a fallar, el cosquilleo había vuelto a ellas y antes de que me diera cuenta, yo ya estaba tendida en el suelo maldiciéndome por haberme soltado del agarre de la enfermera.

Vuelo 1227Where stories live. Discover now