Capítulo 21

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Estaba corriendo en el pasto. Un vestido azul marino era lo que llevaba puesto. Me sentía tan feliz, era una sensación poco usual en mí, siempre estoy amargada o haciendo escándalo, pero feliz en todo el sentido de la palabra, pocas veces.

Corría y corría sin rumbo alguno, sin importarme quién pudiera verme, o los gritos de las personas cuidándome de un accidente como los que suelo frecuentar. Solo importaba lo que estaba sintiendo en ese momento: felicidad pura... hasta que de la nada un chorro de agua se estrelló en mi cara haciéndome caer.

Me pasé las manos por el rostro y escuché a lo lejos una risa. Abrí los ojos de golpe y me di cuenta que estaba toda mojada. Luego reaccioné. Estaba soñando y la mejor manera de despertarme era echándome un vaso con agua helada en la cara.

Miré furiosa a William, que se reía de pie frente a mí. No lo había visto reír así nunca. Era una risa real, que sale de lo más profundo de tu ser y es contagiosa. Lastimosamente a mí no me contagió alegría sino puro enojo.

Lo tomé de las pantorrillas y lo lancé al suelo. Su cabeza pegó en la alfombra y lo que era una sonrisa se convirtió en una mueca de dolor. Me reí ante su desgracia y me miró con ojod furiosos. Se levantó como pudo se acercó a mí, con cautela. En su mirada se veían malas intenciones, pero de esas que vienen incluidas con una pizca de picardía. No se imaginan todo lo que mi mente llegó a maquinar en ese instante.

Me empujó y se puso en frente mío, en posición para hacer «lagartijas»; su cara muy cerca a la mía. Unos cuantos segundo se quedó así, inmovilizado mirándome fijamente, detallando cada una de mis facciones. Su mirada me incomodaba de sobremanera y yo no sabía como reaccionar. De repente, sentí un cosquilleo en la nariz y comencé a respirar más rápido y más seguido para que la sensación parara y sin pensarlo, estornudé.

No fue un estornudo sonoro pero eso no ocultaba el hecho de que el ochenta por ciento de mi saliva estuviera esparcida por todo su rostro. Cerró los ojos ante el impacto y yo me puse roja de la vergüenza. Aquí estaba yo otra vez, siendo comida por la mala suerte. Lo impresionante, es que no recibí ningún comentario desagradable de parte de William, ni llegó a moverse de su lugar, simplemente se pasó la mano por el rostro y sonrió. Una sonrisa cálida y tierna, que trajo muchas emociones a mi cuerpo.

Su actitud me impresionó, es decir, es muy difícil asimilar que de una noche a otra me empezara a tratar diferente. Como si tuviera un interruptor en la espalda donde se encendiera "amabilidad y ternura hacia Caroline". Todavía seguía en shock, mejor dicho, iba a seguir en shock toda la vida. Viviría con ello. Me casaría, tendría hijos y aún estaría en shock.

—¿No vas a molestarte? Digo, acabo de escupir tres mil litros de saliva en tu cara, yo estaría furiosa —le dije, su mirada, su cercanía, todo él me ponía nerviosa. No tenía la menor idea de qué hacer o qué decir.

—Está bien Caroline, no va a ser la única vez que tenga tu saliva en mi rostro...

Se levantó con la fuerza de sus hombros. ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué carajos acabó de decir? "No va a ser la última vez". Obviamente eso era una indirecta bastante directa, lo que significaba que William no estaba enfadado conmigo, al contrario, se divertía con la situación. Yo no me divertía para nada, la estaba pasando horrible, William me ponía con cabellos de punta. Me sentía mal, tonta, todas las veces que había imaginado presenciar momentos así, llenos de confianza, amabilidad y ternura, y ahora que comenzaban a darse me sentía mal. Era una sensación extraña: no estaba segura, como si todo fuera una broma y yo fuera el centro de atención.

Pasaron alrededor de cuarenta minutos. Yo me había acomodado en piso nuevamente y mantenía mis ojos cerrados. No sé que estaría haciendo William, tal vez se habría ido a duchar, o se estaba preparando algo para comer. Era normal que estuviera en mi casa como si fuera la suya, así son todos mis amigos. Mi casa, es la casa de ellos, lo único que pido es que no rompan nada porque entonces nunca volverá a ser su casa. De pronto escuché pasos acercándose a mí y abrí los ojos de inmediato, pensando en si William quería hacerme algo como lo de hace unos instantes.

—Despertaste —me miró con una sonrisa tierna—. Preparé unos sándwiches, ¿quieres?

No sé cuánto tiempo duré sentada en piso con las sábanas cubriéndome las piernas sin decir ni una sola palabra, solo lo miraba a él, y seguía sin creerme todo lo que había pasado. Realmente no había pasado mucho, pero para mí era suficiente y sentía un granito de felicidad en mi interior.

—¿Si quieres comer o no?

Sacudí mi cabeza y pronuncié un apenas audible "sí". Me levanté del suelo, dejé la cobija en el sofá y me dirigí a la mesa de la cocina donde me esperaban dos sándwiches y un vaso de agua. Miré a William y le sonreí como muestra de gratitud y empecé a comer.

—Pensé que me odiarías, Caroline —mencionó apenado después de unos minutos en silencio, sentándose en la silla que estaba frente de mí— Soy un desastre... Digo, desde casi siempre no te traté como merecías y ahora, siento que arrepentirme no es suficiente y no sé qué más hacer. Me di cuenta muy tarde de mi actitud y si no me perdonas lo entenderé, yo...

—Déjalo ir, no es nada. Quiero creer que no lo hiciste a propósito, sino que tu idiotez no te deja ver más allá de como quieres que sean las cosas, no sé si me explico... El punto es, que intento verlo como un comienzo. Y no quiero que arruines más las cosas.

Se echó a reír. Sabía que lo que yo decía era cierto. Me tomó la mano que reposaba en la mesa y acarició todos mis dedos con su pulgar. Luego me dio las gracias y sonrió. Juro nunca haber visto la sonrisa de William de esa manera: era completamente diferente, renovada, sin culpabilidad, sincera y sobre todo hermosa.

Chica TorpeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora