Capítulo 12

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Capítulo 12

Le dolía la cabeza horrores, en la noche había dormido poco y mal, y su migraña se ensañaba con ella. Esa mañana lucía un cielo azul esperanzador, aunque la ciudad aún tenía el aspecto húmedo de la última tromba de agua, con charcos formados por la lluvia en las aceras y carretera.

La incomodaba el bulto que escondía bajo la chaqueta; le costó aceptar la vieja semiautomática la noche anterior —Simón le insistió tanto que finalmente la aceptó a regañadientes—, pero ahora se sentía más segura con ella; era una mujer fuerte por si sola, pero una mujer con un arma de fuego lo era más que otra sin ella.

Se encontraba caminando hacía el viejo edificio —otrora mucho mejor conservado—, con un montón de papeles en la mano, su grabadora y una libreta donde anotar información relevante. Se había puesto ropa cómoda ese día; prefería tener un buen calzado y unos pantalones algo holgados por si tenía que huir de algún sicario de Fornieles. Ella era fuerte sí, pero también precavida. Aceptaba el peligro, pero se preparaba para afrontarlo.

Dejó atrás la soleada mañana cuando entró en el hospital público donde habían ingresado a la chica de Ángel, y se acercó al mostrador de información de la entrada.

—Buenos días —saludó a la recepcionista—. Estoy buscando a una joven, de pelo oscuro y víctima de la violencia machista; apareció ayer tarde junto al cadáver de su pareja que se había suicidado cuando la dio por muerta. —Ante la mirada inquisitiva de la trabajadora, le mostró su acreditación del periódico y el permiso que había obtenido esa mismo día para entrevistar a los pacientes dentro de la institución hospitalaria—. Soy periodista —aclaró—, y trabajo en una serie de artículos para denunciar el maltrato de género en la sociedad, acusando al mismo tiempo a los políticos por su complicidad silenciosa ante estos viles asesinatos y su permisividad legislativa.

Esto allanó considerablemente el camino; la muchacha que la atendía se solidarizó inmediatamente en su lucha —las mujeres hacían piña entre ellas para estas cosas—, y le indicó la planta, así como la habitación donde se encontraba la chica de Ángel S. Además le dio el parte médico sin necesidad de pedírselo inclumpliendo las normas legales del hospital. Con un poco de suerte podría sacarle algo a Macarena —así se llamaba la joven—, aunque fuera a despecho de haber recibido tal paliza.

El hospital estaba atestado de gente; las salas de espera repletas de madres con los hijos que se le habían acatarrado estas últimas semanas de lluvia. Los pasillos de urgencia que pudo ver cuando se dirigía a las escaleras —los ascensores le producían pánico, no soportaba los espacios cerrados; bastante había tenido con su tormentoso matrimonio—, estaban ocupadas por camillas que sostenían a decrépitos ancianos más cercanos a la muerte que a la vida. Los escasos médicos que el gobierno se atrevía a retener en nómina corrían de un lugar para otro, fatigados por las largas jornada de trabajo. Sí, todo estaba tal y como lo recordaba, es decir, un autentico caos que la ponía nerviosa, y le despertaba el deseo irrefrenable de salir de allí a toda prisa. No le gustaban nada los hospitales, tal vez por eso nunca había llegado a tener hijos.

Llegó y subió los peldaños a ritmo ligero, el suficiente como para terminar algo falta de resuello al llegar arriba. La habitación de la chica estaba en la tercera planta, así que tampoco se sorprendió del cansancio una vez hubo subido. Caminó sobre el limpio suelo de losas azules, algo desgastadas, que cubrían el largo corredor repleto de habitaciones a ambos lados del pasillo. Las puertas eran blancas, de madera prensada y no muy buena calidad. Tras ellas, se amontaban enfermos y familiares; cada sala podía albergar cuatro o cinco pacientes cuando estaban pensadas para una máximo de tres.

A Rosa le hizo gracia imaginar que en una de las clínicas privadas de Fornieles el ambiente debía ser muy diferente al de este hospital publico, donde decenas de pacientes moría de sida y tuberculosis a diario apiñados como presos. No, la gente que se podía permitir asistir al privado no tenía este tipo de enfermedades de clase baja. Le pareció injusto que la pobre chica de uno de los sicarios del afamado doctor, tuviera que contentarse con una mugrienta habitación, más si cabe, cuando su ingreso se debía a una paliza de uno de sus perros.

La profanación (Paralizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora