Capítulo 11

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Capítulo 11

Jose Carlos se sentó en uno de los sillones de cuero negro que Rosa tenía en la estancia, necesitaba relajarse; era el despacho en el que ella trabajaba la mayor parte del tiempo para su periódico, y lo tenía decorado al milímetro. Tres de las cuatro paredes estaban cubiertas por una enorme biblioteca con miles de libros que llegaban hasta el techo, y en la que quedaba libre se ubicaba una enorme ventana junto a una preciosa chimenea rustica, además de un mueble lleno de ficheros.

El suelo como en el resto de la casa era de un parqué reluciente, sin moqueta que lo cubriera, teniendo en el centro de la habitación un gran escritorio, construido en madera de nogal que debía rondar los tres metros de largo, por uno, o uno y medio de anchura. En él se podía ver una lámparita, un ordenador portátil cerrado, unas plumas, y unos cuantos libros desordenados, así como un pequeño marco del que solo podía ver la parte trasera.

Era una habitación sumamente confortable, de eso no cabía duda. Él se encontraba en unos de los sillones que estaban frente al gran escritorio, acompañado por Simón a su izquierda, Rosa estaba frente a ellos, sentada sobre el mueble central.

—¿Me lo podéis explicar de nuevo por favor? —pidió lleno de angustia—. Creo que no lo he entendido bien.

Simón mostraba un gesto apaciguador y al mismo tiempo cansado, y haciendo un evidente acopio de paciencia volvió a repetir por tercera vez:

—He ido esta tarde a casa de Elizabeth a aceptar el caso y hacer las preguntas pertinentes, para intentar sacar algo en claro de su implicación en todo este asunto. Cuando llegué me estaba esperando con Carlos, el cual me advirtió que en el cuerpo hay hombres de Fornieles trabajando, que sabían nuestros movimientos hasta Sanlucar de Guadiana y que tuviera mucho cuidado con la familia Harriero, en clara alusión a Juanjo. Además, Rosa habló con este esta mañana y asegura que actuó de forma sospechosa.

—Es decir —continuó Rosa—, si Juanjo efectivamente es el I.J Harriero de los papeles de Ángel —señaló a la mesa donde se encontraban los listados del delincuente—, en estos momentos debe de saber que esas muestras son las de Sanlucar de Guadiana, pues ayer estuve en el mismo cementerio haciendo bastantes preguntas, preguntas que no habría hecho de haber sabido todos los detalles de vuestra investigación —miró con mirada acusadora a Simón, que compuso un semblante de culpabilidad.

»Si por otro lado, I.J Harriero es Carlos, significa que está jugando con nosotros y trata de ganarse nuestra confianza, confundirnos o algo parecido. O eso, o aún desconoce que tenemos los papeles que lo incriminan. En cualquier caso, quiere manipularnos —Rosa dio un pequeño suspiro y concluyó—. Lo que está claro es que si sabe vuestra aventura de Guadiana, tiene que saber que yo estuve el día siguiente en el mismo pueblo haciendo preguntas.

Jose Carlos no se encontraba bien, no importaba oir la misma conclusión, una, dos o tres veces, siempre le producía el mismo efecto; una angustia que le aprisionaba el estomago de forma abrasadora. Le costaba respirar y hasta pensar.

Él, que se había llegado a sentir seguro tras conocer el destino de Ángel S esa misma tarde. Él, que había logrado obtener toda la información referente a los nombres apuntados en la lista del mismo sospechoso. Él, que hasta hace un rato se había sentido dichoso y más cercano a la resolución del caso... Pero ahí estaba, desconcertado; se acababa de estrellar contra un muro de hormigón forjado.

—Estamos muertos —dijo con un lastimoso hilo de voz.

—Por favor... ¿Que ha sido del detective que una vez fue mi compañero? —se quejó Simón—. Ese que siempre iba un paso por delante y no le importaba jugarse la vida para resolver un caso.

La profanación (Paralizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora