Post 4

596 0 0
                                    

Siguen pasándome cosas raras. Voy a detallar.

Estaba sentada sacándome los mocos (es un decir, estaba sin hacer nada, pues), cuando entró mamá a decir bien seria que no saliera de casa. Aunque este sea un pueblo tranquilo, dijo con voz de adulta, nada garantiza que estés a salvo. Tal vez no sea el DF, siguió con su sermón, pero aquí también suceden cosas, por ejemplo andan diciendo que ya se perdió un jovenci...

Me dio tanto coraje escucharla que la dejé hablando sola. Subí al cuarto. Tomé la compu, el Internet, y salí. Había estado sentada sin intenciones de salir ni nada, y viene a exigir que no salga, ¿qué le pasa?

¿A dónde vas ahora?, preguntó al verme en la puerta. Iba decirle que al mismo lugar donde la mandé aquella vez, pero me contuve. Al cerro, contesté. ¿A qué?, insistió. Ashhh, pues a buscar camaleones, le dije mientras le cerraba la puerta en la cara.

¿Quién carajos se cree? Me dice que sea adulta pero me trata como bebé. ¡Ya tengo quince años! ¿No se acuerda de la fiesta que hizo para celebrarlos? Salón, chambelanes, baile, vestido de pastel y pastel de caramelo sobre caramelo sobre caramelo. El peor oso de la vida, pero por aquellos tiempos no andaba diciéndole a mis jefes que se fueran a la burguer. Ese día papá dijo que ya era una señorita. ¡Pues que lo cumplan! Ah no, ya recordé. Mis jefes solo dicen mentiras. Dizque el divorcio era para que pudieran vivir mejor. Ajá. Ojalá papá viniera y se diera cuenta en qué fachas y con qué ojeras anda mi madre.

Iba así, pensando todas estas cosas, tan absorta que no me percaté que de verdad había entrado al cerro. Me di cuenta hasta el mirador, y eso porque una ráfaga me hizo sentir escalofríos. Uta, pensé. Y yo sin chamarra. Estaba anocheciendo. Las veces que estuve en el parque me regresé apenas unos minutos luego de haber comenzado la noche.

Quise quedarme más rato. Me puse a observar cómo comienzan a iluminarse los pueblos y las ciudades cercanas. Desde aquel pueblo habrán creído ver brujas hace un siglo, imaginé. Entonces les di la razón: de haber visto esas luces, yo habría creído lo mismo. Aquella ciudad es Toluca, deduje. Todo eso me abstrajo un rato.

Hasta que resolví que lo mejor sería hacer justo aquello que no debía hacer. Ya estaba ahí, ¿no? Caminé sobre la espalda del cerro, luego bajé con rumbo decidido a la barranca. Observé algunos tecolotes merodear por el cielo, me parecieron hermosos. En realidad lo son. Vuelan sin hacer el menor ruido, son blancos incluso en la oscuridad, cantan misteriosamente. Había dos que volaron bastante cerca. No hacen círculos como los zopilotes (ah, sí, por la noche vuelan tecolotes, durante el día hay zopilotes, unghh), así que sólo los observé pasar como flechas en dirección a sembradíos cercanos. Buscarán ratas, les deseé mucha suerte.

¿Cómo podía hacer enojar más a mamá? Pues claro, haciendo algo que me pusiera en peligro. Al menos algo que yo suponía peligroso. Buscar a los chicos que se ponen a bailar en la barranca cuando anochece me pareció una estupenda idea.

Ahora ya conocía el terreno, anduve menos temerosa a pesar de que estaba oscureciendo rápido y el resplandor del pueblo no era suficiente para alumbrar mis pasos. El cielo, sin luna. Nada me distrajo, ni perras amamantadoras ni camaleones arrastrados por el viento.

Llegué hasta el mismo punto de la vez anterior e hice exactamente lo mismo: tumbarme sobre el suelo para asomar la cabeza al fondo de la barranca. No alcancé a verlo, pero sólo recordar la altura a la que me estaba asomando me generó un leve mareo. No creo que estén bailando abajo, pensé. Retrocedí unos metros hasta ponerme en pie sin sentir amenaza, planeé mi siguiente paso.

El siguiente paso era, por supuesto, buscar la forma de caminar hacia un costado de la barranca para bajar por el acceso que había visto. No se me ocurría nada más peligroso en ese momento. Ese era el punto más lejano al que había llegado nunca y seguir adelante significaba explorar. Era de noche, no traía lámpara, cargaba una computadora en la espalda y a unos metros había un hueco enorme hecho por bulldozers. Aunque mamá no se enterara jamás de esto, ¡era la mejor forma de hacerla rabiar!

Magdalena Salvatierra y el coven del Tecolote.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora