Post 2

692 0 0
                                    

No me fue tan mal la otra tarde. Mamá no me regañó. Pero ahora la cosa está peor porque apenas me habla. En estos días ha pasado junto a mi un par de veces sin saludar.

Cuando le pedí el desayuno me señaló la cocina. Ahí está el refri, me dijo. También que ya habían puesto el gas y la estufa funcionaba. Por supuesto que en el refri no había ni media tortilla y apenas algo de jamón de tienda, ese feo que se compra para salir del paso. Me hice un sandwich con pan viejo y casi duro. ¿A qué horas se hizo viejo si nos acabamos de mudar? Eso desayuné.

Luego, a la hora de la comida, me encontré con que ella no estaba en casa y había un plato de carne asada en la mesa, ya frío.

Quién sabe desde qué horas estaba allí. Había estado encerrada en mi cuarto escuchando música en Internet y poniendo cuco este blog. No se lo voy a enseñar a nadie pero... es como mi libreta de apuntes. Le puse fondo morado y letras amarillas. Mis colores favoritos. Por eso no supe a qué horas se fue mamá ni desde cuándo estaba la carne ahí. Aggg, la odio.

No le voy a seguir el jueguito y voy a hacer como si no importara, porque de hecho no importa. Es su obligación darme de comer y si me ignora, mejor para mí. Al menos no me quitó el Internet.

Después de comer salí un rato a visitar el pueblo. Cosa más fea. Nada más me faltó ver a los artesanos vendiendo sus cositas de barro en la banqueta. Las calles están pavimentadas pero sucias. Todas las casas pintadas de blanco con una franja rojo óxido. A la iglesia ni de chiste pienso entrar. Y es el palacio municipal más horrendo que he visto en mi vida. Lo que me sorprendió es que hubiera no uno, sino dos cafés Internet. No entré porque sí, parece que huelen a tamales.

Me aburriré espantosamente en este lugar.

Regresé a casa. Mamá eligió, quién sabe por qué, una que está en la calle más empinada. Da güeva subir. La calle es falda de cerro. Así es, vivo en una calle empinada de cerro, como esas colonias populares que se ven a lo lejos en la carretera.

Mamá no había regresado así que volví al cerro. Ahí al menos podía hacer... no sé. Hacer algo distinto a estar encerrada en mi cuarto viendo la... Ah, no, todavía no tenemos señal de televisión. Aquí, por este pinche cerro que estorba la señal, no se ve ni el Chavo del Ocho. Ojalá por lo menos llegue el cable.

Creo que ya no le diré mamá a mamá. Desde ahora será la señora esa que me trajo a vivir al huevo del mundo.

Llegué al mirador y observé otras cosas. No he visto gente pero hay vestigios. Bolsas de papas, botellas de plástico, cagadas de perro. No hay muchas, pero hay. Creo que la gente de aquí sube a tirar su basura, pero no se quedan ni a sentarse un rato. No digo que sea por la música melódica de los pajaritos y esas mamadas, ni por la gran vista que ni tiene, porque sólo se ven otros cerros a lo lejos, y a lo cerca se ve el pinche pueblito este. Digo que ni se quedan y quién sabe por qué, ahí uno se siente, no sé... a gusto. Algo tiene. Cuando llego ya no estoy enojada con la señora esa que me trajo a vivir al huevo del mundo. No sé explicarlo. Se está bien en el cerro.

Como todavía quedaba algo de luz, no me detuve en el mirador. En cambio seguí derecho. Descubrí que más adelante el cerro comenzaba otra vez a descender. Y me dije pus qué chingaos. Mi madre, digo, la señora esa que me trajo a vivir al huevo del mundo no me va a regañar porque ni cuenta se va a dar, de pendeja le digo, y perderme está en chino. Tendría que ser muy bruta para eso, porque todo está a la vista: el pueblo y la carretera y hasta se escuchan motores de tráileres que pasan y eso.

Además, allá abajo se veía un hoyo enorme en medio del cerro. Desde la punta parecía un cráter de meteorito o algo así. Quería verlo.

Yo sabía que no era un cráter. Digo, en el pueblo no estarían orgullosos de la fábrica de champiñones, sino de su cráter que seguro sería atractivo turístico y Televisa ya les hubiera hecho un reportaje. Habría un letrero que diría, con una flecha: Al cráter. Cobrarían la entrada a diez pesos y te darían un boleto verde del Instituto Nacional de Historia, Estadística y Arte, o como se llame. (Chass, esto me hace pensar que ya no iré nunca más a una excursión escolar a unas ruinas arqueológicas, ¡ahora vivo en un pueblo que pronto será considerado ruina arqueológica!)

Magdalena Salvatierra y el coven del Tecolote.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora