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Le dije a mamá que se fuera a la chingada. ¿Qué se cree? Me jode la vida (bueno, me la jodieron entre los dos), pero al menos papá me regaló esta lap top y el Internet portátil.

Para que estemos en contacto, me dijo. Sí cómo no. Como si quisiera verle la jeta por Skype luego que se fue tan lejos.

Mamá dijo que me iba a quitar los juguetitos y me dejaría usarlos el fin de semana. Por eso le dije que se fuera a la chingada. Son míos. Chingá.

Ahora me da un poco de risa. Nunca había dicho groserías delante de mamá. Pobre, todavía cree que soy bien portada.

Mamá se puso blanca y hasta eso, me dio gusto. Luego sentí un pequeño mareo y dolor en la panza, arriba del estómago. Al poco rato se me pasó. Salí corriendo de la casa, eso que mamá quiere que llame hogar (que no mame con sus palabritas domingueras), y entré al parque que está al cruzar la calle.

Es un parque pequeño, tal cual. La gente de aquí, dice mamá, lo llama reserva ecológica. Que no jodan. Es un cerro. Se llama Cerro del Chapulín, como ese que está en el DF, pero nada que ver. Hay pinos y otros árboles que no reconozco, hay pájaros y la jalada.

Un caminito inicia casi frente a la casa donde ahora vivimos y sube hasta la punta del cerro. No es muy largo ni está tan pesada la subida. En cinco minutos ya llegaste hasta arriba, a un mirador abandonado, bien cucho, que tiene una cruz de piedra en el mero centro.

Creo que nadie viene para acá, o muy pocos. En el camino hacia arriba están construidas algunas palapas de cemento, feas hasta su madre, en ruinas. Nadie las ha usado en años, han de ser de la época de la revolución.

Ahora estoy sentada en el último escalón del mirador y no me interesa ver todo eso que mamá me contó: que es el ombligo del Valle de Toluca, que allá están el volcán y que se pueden ver cerros y montes que son la barda del Valle. A la chingada.

Quisiera decirle a mamá que estoy encabronada con ella y con papá por separarse, y también porque me trajo a vivir a este pueblo bicicletero. ¿Qué nunca se dio cuenta que me costaba socializar? Ya tenía al menos una amiga en la otra escuela.

¿Y ahora? ¿De qué quiere que hable con los chavos de este pueblo?, ¿de maíz?, ¿de los bailes?, ¿del patrono de la iglesia? ¡Que no me chinguen, carajo! ¡Y quiere que vaya a una escuela pública! Ha de ser una telesecundaria.

Lo que veo desde aquí es el pinche pueblo y nada me gusta. Hay un panteón y un chorro de campos para maíz o papa o nopales o qué sé yo; está la iglesia con su cúpula y enfrente el palacio municipal con su reloj, ¡puf! También hay una fábrica.

Ah, la fábrica es otra cosa espantosa. Según mamá producen champiñones. ¡Champiñones!, ¡hongos! ¿Cómo se puede fabricar algo que se cultiva?, ¿están tontos? Creo que todos los de este pueblo se suben en su bici y van a la fábrica a trabajar de obreros.

Por la fábrica de hongos el pueblo huele a perro muerto, a rayos. Dice mamá que lo que huele es la mezcla de cosas orgánicas que usan para sembrar el hongo. Y también que es una de las fábricas más grandes del país. ¿Qué quiere que haga? ¿Que me sienta orgullosa de vivir aquí?

Luego, para acabarla, mamá casi ni va a estar en casa. Sus horarios son de sol a sol. Debo portarme bien, hacer la cama, lavar trastes (que, obvio, todavía no están desempacados y seguro quiere que los saque de sus cajas) y prepararme para la escuela que, claro, ya está empezada. Sí cómo no, voy a entrar a la mitad del curso con la mini HP y todos me van a ver con envidia o no sé.

Seguro en la clase de inglés están viendo el I am you are (si es que les enseñan inglés), a lo mejor tengo que entrar a un taller de manualidades donde aprenderé a usar una máquina de coser para luego pedir trabajo de costurera.

Seguro nadie de aquí conoce el Internet o tienen que ir a un café Internet (si es que hay, porque no he entrado al centro del pueblo) que seguro es lentísimo y ha de oler a tamales o qué sé yo.

Cuando llegué aquí arriba me dije ahora qué hago. Prendí el módem wifi portátil y la computadora (me los traje, no vaya a ser que mamá cumpla eso de quitármelos). Abrí este blog para escribir lo que siento. Así no tengo que mentar la madre a mamá otra vez. No lo voy a hacer público, no vaya a ser que papá navegue, me cache y ¡zas!, se jode más la vaina.

Lo malo es que ya tengo que regresar, seguro me espera la regañada de mi vida, porque hace frío. Este pueblo es helado. Y todavía estamos en invierno.

(No se lo voy a decir a nadie, pero creo que este cerro me gusta).

Magdalena Salvatierra y el coven del Tecolote.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora