CAPITULO 9: EL DESPERTAR DE LOS SENTIMIENTOS

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El teléfono sonó antes del amanecer del sábado. Malhumorada, lo alcance preguntándome quien se atrevería a llamar a estas horas.

— ¿Hola?

— ¿Natalie? Habla Joe. Sé que es muy temprano y probablemente estés muy cansada por la salida de anoche, pero tenemos una epidemia de gripe en la escuela y todo el mundo está culpándome a mí. También los maestros y los padres cayeron enfermos con el virus.

Esto no tenía sentido. Me deslice para erguirme sobre las almohadas y parpadee para ver con mayor claridad.

—Uh... ¿Joe? No estoy muy lucida por la mañana. Pero... ¿por qué me llamas a mí? No soy médica.

El rio tímidamente.

—Ya sé, también sé que esto no tiene mucho sentido. Seré directo. Necesito ayuda. Ahora mismo. Soy el único adulto supervisando quince muchachos de diecisiete años en este comedor. Pensaba -deseaba- que quizás me podrías sacar del apuro.

— ¿No puedes conseguir a ninguno otro que te ayude?

Se hizo un largo silencio.

—Bueno... No alguien con el que me gustaría compartir un día difícil.

Entonces, me embargo una ola de placer y, a pesar de que él insistía en que no estaba interesado en un romance, no pude evitar preguntarme si quizá el romance no estaba interesado en él.

Una esperanza imposible ahondo en mi corazón. En especial, cuando pensé en la noche anterior. Meneé la cabeza. Qué extraña noche. Tenía que acordarme de contarle a Joe mi experiencia de la última cita.

— ¿A qué hora y donde me necesitas?

— ¡Me salvaste la vida! —exclamo él— Si me das tu dirección, pasare por ti a las siete y media. Estamos preparando la comida, ¿me entiendes?

De repente, sintiéndome mucho más despierta, le di las indicaciones, luego corté y corrí a la ducha. Mientras me enjabonaba, recordé tramos de la convención que había tenido, frases descolgadas que había recogido de nuestras charlas del viernes en la iglesia. La búsqueda de la voluntad de Dios había protagonizado el discurso de Joe.

¿Cómo llega uno a conocer la voluntad de Dios para nuestra vida?, me pregunte alisándome el cabello. ¿Dios realmente se preocupa por las pequeñas cosas? ¿Cosas más pequeñas que los Diez Mandamientos? ¿Tales como con quien salir y que hacer un domingo en la mañana? ¿Era ese el deseo de Dios que yo ayudara en el comedor hoy?

Tendría que discutirlo con Joe. Desde que lo conocí había empezado a considerar temas más profundos con mayor frecuencia que antes. Tuve una fuerte sensación de que a él le encantaría hablar sobre esto tanto como había disfrutado la salida a esquiar.

Solo una cosa más, había comenzado a interesarme en él.

♥♦♥

Horas más tarde, supervisaba las tareas parado en la puerta de entrada al salón comedor. Mis muchachos lo estaban haciendo fantástico, y sabía que lo hacía de todo corazón.

Luego la vi. Natalie estaba sentada a una mesa alejada al lado de la frágil anciana, la señora MacArthur.

Al haber trabajado aquí como voluntario muchas veces me permitía reconocer a los feligreses. La pequeña señora era mi favorita, su naturaleza delicada y frágil despertaba mi lado protector.

Natalie, con sus rizos rojizos y su suéter verde esmeralda, presentaban un radiante constante con los grises y rosas de la señora. Con gestos vivaces, ella charlaba animadamente, ganando risas amables de su compañera, y al mismo tiempo cortaba el pavo, las papas al horno y el brócoli humeante en porciones. La señora MacArthur, quien nunca pedía ayuda, estaba tan concentrada en la conversación que parecía olvidar la severa parálisis que normalmente la mortificaba. Los bocados que se caían de su tenedor eran recogidos discretamente por la mano de su compañera recubierta con una servilleta y devueltos a su plato, o bien empujados en una ordenada pila a los pies de Natalie.

No es coincidencia©Where stories live. Discover now