CAPITULO 2: ENFERMO Y ¿REGALOS?

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El teléfono sonó y sonó. Ahora es el momento para los buenos. Me di vuelta, no hice caso al llamado y proteste.

Odiaba estar enfermo. No tenía tiempo para perder, especialmente cuando lo único malo que me pasaba era tener un tonto resfrío.

¡Biiiip! "Hola, acabo de conseguir tu nombre..." dijo una voz femenina en mi maquina, una voz desconocida. Me gire nuevamente y recibí fragmentos del mensaje, "Encuentro mi pareja...parece interesante...espero que estés de acuerdo...espero saber de ti..."

Número equivocado, pensé, me sentía atontado y con la cabeza aturdida como consecuencia del fuerte jarabe para la tos. Me estire y alcance el botón de "borrar mensaje" en mi contestador automático e intente volver a dormir, sin éxito pues los tambores en mi cabeza continuaban al ritmo de la rumba. Mi frustración creció.

Había comenzado en mi nuevo empleo como director de la Academia de Cristo en Nueva York, el pasado verano, y tenía mucho trabajo que hacer como para estar acostado sonándome la nariz y sintiéndome desgraciado. En Lucy Ryder, mi secretaria, había encontrado a mi compañera. Ante la primera señal de un estornudo y ojos vidriosos, ella me persiguió a mí y a mis gérmenes y nos hecho de la oficina.

— ¿No sabes el tipo de epidemia que podemos tener si te quedas aquí compartiendo tu riqueza? —Me preguntó ella mientras me arreaba hacia mi auto-—Sinceramente, un hombre maduro debería saberlo. Y con más razón un director de escuela.

Obediente, acate sus ordenes, sabiendo que por lo menos por un corto plazo, la escuela funcionaria con tranquilidad bajo la cabal dirección de Lucy. Ella era la secretaria más eficiente, trabajadora y atenta que jamás había tenido. Y amaba a los niños. Había criado cinco hijos, sabía entonces cuando consolarlos, mimarlos y cuando ser severa con ellos. Así también hacia siempre conmigo. Lucy me recordaba a mi madre muerta y yo me había comenzado a interesar bastante en ella.

Me había pasado meses orando por un nuevo trabajo, en una escuela que necesitara a alguien con visión para guiarla en un mejor servicio en Cristo. Me encantaba el desafío que representaba una escuela casi nueva, una en la cual los parámetros no se hubieran fijado aun y donde pudiera realmente hacer marcar la diferencia.

Dios había contestado mis oraciones con la oferta de la academia. Implicaba una reducción pequeña en mi ingreso, pero dado a que tenía pocos gastos, la oportunidad de colaborar en la construcción de una escuela cristiana fuerte compensaba la disminución en mi salario.

Tenía tantos planes para llegar a la comunidad de creyentes... Quería que cada cristiano de la ciudad se diera cuenta que esta opción existía para sus hijos. Y deseaba alentar a mis maestros y alumnos de la Academia de Cristo a superarse y convertirse en todo lo que el Señor había creado para ellos.

Pero aquí me encontraba, acostado de espaldas -o de costado- quedándome sin pañuelos de papel, respirando con dificultad y tosiendo como mi castigado Chevy '57 que como yo, necesitaba reparación. Oraba para que el Señor me curara rápidamente, así podría también reparar mi auto.

Aquella tarde, al sonar el timbre, me deslice de la cama, me incorpore y camine pesadamente hacia la puerta.

Apenas sorprendido, encontré a Lucy cargada de regalos.

Ella paso apresuradamente a la cocina.

— ¡Vuelve a la cama, joven! Sería mejor que me dieras la llave de tu casa antes de que me vaya hoy, así no tendrás que levantarte cuando venga a verte mañana.

Yo no sabía si reír o llorar. No estaba seguro de cómo comportarme al ser tratado como una mezcla entre niño malcriado y octogenario enfermo. Me empujo suavemente hacia mi habitación y dijo:

No es coincidencia©Where stories live. Discover now