CAPÍTULO 38.

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CAPÍTULO 38.

Narra Marc.

Los labios de Mackenzie se abrieron para inmediatamente volver a cerrarse. Repitió esta acción tantas veces que parecía un pez mirando con cara de perplejidad a su padre a través de un cristal. Realmente jamás la había visto tan confundida como se mostraba en aquellos momentos.

Finalmente apretó los labios en una fina línea y miró con profundidad a su padre que le mantuvo la mirada sin inmutarse. Tal vez ligeramente ruborizado.

Que familia más calmada. En la mía a este paso mi madre estaría descalza. Mi padre con un chichón en la cabeza. Yo con otro. Claudia con su tarántula en la mano. Y Alba ignorando el mundo sin parar de teclear en su móvil.

Tres años después (tiempo percibido) Mack parpadeó.

—¿Blanca?¿Mi profesora de lengua de segundo?

Oh vaya, ahora yo también estaba sorprendido.

Aunque no conocía a ninguna Blanca, claro. Pero si mi chica estaba sorprendida tendría que hacer lo propio y auto-sorprenderme.

Su padre asintió.

—Coincidimos pocos días después de que te fueras y bueno... es una mujer muy atractiva y buena. Quería decírtelo, pero, repito, no respondías nunca al teléfono.

Mackenzie resopló.

—Ya bueno. Pero no podrías haberme, qué se yo. ¿Mandarme un mensaje? ¿Ir a verme quizás?

Siguiendo un impulso que me urgía a meterme en medio tiré de Mackenzie contra mí. Ella me miró y pareció recordar el porqué de nuestra visita porque respiró profundamente.

Me apretó la mano suavemente antes de girarse de nuevo para enfrentar a su padre que nos miraba con las cejas arqueadas. Resistí el impulso de sonreír abiertamente.

—Papá ya tendremos tiempo para discutir. He venido aquí por una razón — suspiró y se frotó la nariz con la palma de la mano que no tenía agarrada — Se me han roto las gafas en un... accidente. Necesito que me compres otras.

El padre de la chica alzó las cejas sorprendido. Supongo que no era habitual que su hija se mostrase torpe en aquellos asuntos. Aunque sinceramente la culpa era mía por arrollarla en mitad del pasillo.

Pero Mackenzie no se amedrentó ni un ápice y le miró sin pestañear.

Al contrastar que su progenitor no hablaba resopló y se apresuró a replicar:

—¿Serás capaz?

—Por supuesto. De hecho podemos ir ahora mismo.

Ella puso los ojos en blanco mientras negaba con la cabeza.

—No es necesario, dame el dinero y yo me las arreglaré —olfateó al aire con atención. —Se te está quemando algo en el horno. ¿Esperas a alguien?

Se cruzó los brazos divertida.

Tuve que hacer un soberbio esfuerzo para no reír ante la tozudez de la chica. Sabía que era de armas tomar, pero no me imaginaba que con su padre pudiese actuar de aquella forma.

—Está bien. Pero el domingo ¿podrías venir a comer con nosotros? Por favor.

La chica apretó los labios y le examinó con frialdad.

—Me lo pensaré.

Por la sonrisa que se esbozó en los labios del hombro supuse que obtener eso de su hija llegó a ser, de alguna forma que yo desconocía, hasta cierto punto..hum... gratificante.

—Apago el horno y te doy el dinero.

Dicho lo cual entró corriendo en el apartamento. Aprovechando su ausencia tiré de la chica ligeramente hacia mí ay poyé los labios en su oído.

—¿Estás bien?

Sonreí interiormente por el estremecimiento más que patente que sufrió.

—Perfectamente – contestó en un susurro apenas audible.

Asentí y me aparté de ella una décima de segundo antes de que su padre regresase a la puerta con la cartera en la mano y las gafas ligeramente empañadas.

Le tendió la cartera con todo el contenido dentro.

—Está todo, no creo que necesites nada más. Cuando te las compres me lo devuelves y arreglaré el trámite con tu oculista, al que por cierto hace mucho que no acudes.

Mackenzie asintió y con un gesto firme guardó la cartera en su bolsillo. Se despidió de su padre con un gesto de cabeza y tiró de mí hacia el ascensor.

Como un chico bueno no opuse resistencia y con un movimiento de cabeza, (al igual que la chica antes) me despedí del hombre que nos miraba con los ojos achinados.

Una vez que la puertas cerradas se golpearon entre sí cerrándose tiré de la chica hacia mí. Aún tuvo tiempo para mirarme confundida antes de que pasase mis labios sobre los suyos y la besase apasionadamente todo lo que duró el breve trayecto del ascensor.

Cuando la solté me miró aún más perpleja si cabe. Era tan adorable cuando me miraba así.

—¿Y eso a qué viene? —me preguntó jadeando un poco.

Sonreí ampliamente con todos mis dientes.

—Para que dejases de poner esa cara de enfado — Me encogí de hombros y la golpeé cariñosamente en el entrecejo.

Ella bufó antes de estallar en una carcajada nerviosa.

—Eres imbécil sabías.

Ladeé la cabeza.

—Y me adoras. Lo sé.

Narra Mackenzie.

Una simple distracción de Marc provocó que impactase su pie contra el bolardo que estaba situada en la acera y por consiguiente tirase de mí tan fuerte que por los pelos no arrollé a una simpática ancianita que me miró sobresaltada.

La dirigí una sonrisa de disculpa y me volví al chico que tenía las facciones convertidas en un canto al dolor silencioso.

Y todo por fijarse que tenía una pestaña en la mejilla. Me toqué la misma percatando lo caliente que se sentían al tacto de mi mano congelada y sacudí la cabeza. Debía controlarme mejor.

—¿Estás bien?- Aunque pretendía que sonase sincero un pequeño deje de burla resplandeció entre las palabras.

El chico pareció notarlo porque compuso una sonrisa irónica.

—Perfecto, gracias princesa.

Se me aflojaron las rodillas aunque sabía que era totalmente ridículo. Simplemente aquellos ojos tan verdes en semejante rostro diciéndome princesa... eran demasiados factores como para marcar un rumbo definido por el que debía fijar mis sensaciones.

Me ajusté mis nuevas gafas sobre el puente de la nariz y acudí a su lado. La tarde se me estaba pasando volando entre unas cosas y otras. De hecho incluso habíamos devuelto la cartera a mi padre.

Bueno "devolver" consistía en dejarla en el felpudo y ser brutalmente lanzada al ascensor junto con Marc. Realmente era un broma un tanto infantil para mí, pero aquello no impidió que tuviese que sujetarme el estómago mientras intentaba que mis descontroladas risas no desembocaran en un cerdo feliz.

—¿Quieres un yogur helado?

Desplacé la mirada del infinito donde la había dejado hasta Marc. Hum... tal vez la tarde no debía acabar tan pronto.

—Sólo si me dejas echarme toppings de chocolate.

Los ojos del chico resplandecieron.

—Claro.

¡Aparta, imbécil!Where stories live. Discover now