CAPÍTULO 25.

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CAPÍTULO 25.

Narra Mackenzie.

Mordisqueé la tapa de plástico del bolígrafo mientras meditaba exactamente lo que pretendía plasmar en la hoja. Irene cuyos esfuerzos habían culminado en un inmenso borrón de tinta azul sobre el folio, se dedicaba ahora a observar las puntas de su cabello a la luz del flexo.

Mateo había vuelto con cara de pocos amigos pero lentamente se había ido calmando. Al parecer había visita y a pesar de haber rehusado dos veces a la invitación de quedarme durante la cena, no había sido aceptada. A la tercera vez decidí no llevar la contraria por educación.

—¡No puedo más! —Mascullé echándome hacia atrás.

Mateo bufó y también lanzó lejos su cuaderno que se topó con el frasquito donde guardaba los bolígrafos desperdigando todos por la mesa.

Reí entre dientes y comencé a reagruparlos con la ayuda de mi amiga que había rehusado de seguir buscándose puntas abiertas en su cuidada melena.

—Es un puto rollo esto, ¿eh?

Me encogí de hombros terminando de guardar los bolígrafos en el tarro.

—Estamos algo espesos los tres, amigos míos.

Mateo frunció los labios, pensativo.

—Tengo una idea —aplaudió mostrando los dientes en una amplia sonrisa.

Irene y yo le miramos expectantes.

—¿Cuál?

—¿Y si nos desahogamos? Quiero decir, lo contamos y ya está.

Atrapé el interior de mi mejilla con los dientes meditando la propuesta. No era el tipo de persona que le gustaba hurgar en la herida y revolver el dedo en la llaga. Pero a la vez estaba el hecho de conocer por fin lo que perturbaba al chico.

—Por mí bien. — Acepté echándome hacia atrás en la silla de ruedas de su habitación.

Los dos miramos a Irene que tenía la vista clavada en la alfombra azul de pequeños cohetes. Ella también guardaba algo en un lugar recóndito de su mente.

—Venga va, empiezo yo. —Bramó Mateo decidido.

Me quité las gafas una vez que no me hicieron falta y las guardé en la mochila que había subido hasta el cuarto del chico. Me peiné los mechones rubios hacia atrás y esperé.

—Bien, Mackenzie, tú conoces a Alejandro, ¿no?

Alcé las cejas confundidas.

—¿Qué Alejandro?

—El Traficante – musitó Irene que se había inclinado hacia delante y observaba con los ojos entrecerrados a nuestro amigo. — El chico que se cambió por ti.

Asentí lentamente procesando la nueva información.

—Bueno el caso es que... es que hablamos diariamente por chat y digamos que me gusta. —Confesó el chico sin ruborizarse un ápice. — Pero la zorra de mi hermana ha tenido que intervenir y le ha dicho que soy gay.

Abrí los labios para decir algo. Pero los volví a sellar cuando ninguna palabra me acudió a la mente. No tenía nada inteligente que decir, por lo que mejor era callarse antes de decir cualquier gilipollez.

—Vaya... ¿y qué te ha dicho él? - Intervino Irene.

—No hemos hablado desde entonces — dijo él sonando, ahora, derrotado.

Me rasqué el cuero cabelludo antes de soltar atropelladamente:

—Creo que me gusta Marc.

Mateo sonrió de lado ante las cuatro palabras que habían salido de forma estrangulada de mi boca que mi cerebro se negaba a admitir. Admitirlo en voz alta era extraño. Rematadamente extraño. Muy, muy, extraño.

¡Aparta, imbécil!Where stories live. Discover now