CAPÍTULO 21.

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CAPÍTULO 21.

Narra Mackenzie.

En un primer momento me quedé aturdida. Aún tenía el cuerpo entumecido por el miedo, pero la adrenalina se encontraba en plena acción en mi sistema por lo que no puede evitar dejarme llevar. Los labios del chico eran suaves y denotaban una amplia práctica.

Primero aquella enorme bestia que un irresponsable vecino había abandonado en el portal y después eso. No es de extrañar que las rodillas me fallaran y sintiese mi cuerpo derretirse lentamente conforme la electricidad se extendía por mis nervios y llegaba a la punta de los dedos que comenzaron a hormiguear.

Las manos de Marc se engancharon en mi cadera y me atrajeron hacia él.

En la pausa que el cerebro me había ofrecido me dejé llevar enredando mis dedos en el denso cabello castaño del chico. Ni siquiera podía pararme a pensar.

Estaba loca, rematadamente loca.

Y ese beso me hizo perder la poca cordura que había conseguido acumular desterrando así, los pensamientos que me alejaban del chico en recóndito paraje apartado del sistema de mando.

De hecho, en aquellos instantes la atención de mi cuerpo se volcaba en el hecho de acercarse todo lo posible al chico.

De un movimiento del que apenas fui consciente mi boca quedó abierta a plena disposición de la juguetona lengua de Marc que no perdió tiempo. Crispé los dedos entorno a las finas hebras de su cabello y me balanceé sobre la punta de mis zapatillas con todo mi interior convulsionándose en decenas de miles de explosiones diminutas.

Durante mi adolescencia habría tenido un total de tres novios, con los que me había besado con dos de ellos, aunque ninguno le alcanzaba a la suela del zapato de aquel chico.

Había confirmado así que mi compañero de piso era un excelente besador.

Pero, lamentablemente el mundo me hizo humana y el acalorado cambio de saliva que mi cuerpo recibía de tan buena gana segregando hormonas a diestro y siniestro, estaba agotando mis reservas vitales de oxígeno y tuve que apartarme.

La burbuja explotó a mi alrededor llevándose el calor. El cerebro comenzó a funcionar de nuevo con un leve pitido y un continuado zumbido hasta que fui plenamente consciente de lo que había hecho.

Los ojos verdes de Marc estaban entrecerrados evaluando mi reacción lo que consiguió multiplicar el nerviosismo que se extendió por mi vientre exterminando a la legión de juguetonas chispas que habían tomado posiciones durante el beso.

Di un tambaleante paso hacia atrás percibiendo de nuevo el tibio aire a mi alrededor. Me mordisqueé los inflamados labios mientras continuaba retrocediendo a ciegas.

Pasé la mano por mi cabello rubio antes de probar hablar.

La teoría se formuló en mi mente:

Formular las palabras en la mente y empujarlas a la lengua para que las replicase en sonidos.

Ya, eso nunca pasó.

Tuve la imperiosa y tonta necesidad de salir corriendo por miedo a enfrentarme a aquella situación.

¿Cómo iba a salir yo de esto ahora?

Narra Marc.

Aún me hormigueaban los labios y los residuos de todo lo que había comenzado a desencadenarse en mi interior seguía demasiado presente, como una herida aún sangrando para poder pensar con total claridad.

Mackenzie seguía con su lenta huida hacia atrás buscando una respuesta que obviamente no podría darme.

Tenía los dedos prendidos en las correas de la mochila que seguían encorvando su rostro. El pelo enmarañado pegado alrededor de las mejillas y los labios hinchados y rojizos.

¿Para que mentir?

Por mí avanzaría los pasos que había retrocedido para volver a besarla pero temía que esta vez saliese corriendo.

El momento incómodo se disparó tanto que temí que jamás remitiese pero las campanas procesaban un amplio cariño a mí familia por lo que el pastor alemán, aburrido de los vacíos buzones salió a la calle probablemente a hacer de vientre.

-Mackenzie, dame la mano.

Ella me miró con recelo.

-¿Por qué?

El perro seguía avanzando a su espalda, por suerte aún no había sido captado por la chica.

-Confía en mí y por lo que más quieras no mires hacia atrás.

Reconozco que esto último lo dije para conseguir lo contrario. Efectivamente el cuello de Mackenzie se tensó un segundo antes de lanzar una rápida mirada a su espalda. No pensó a partir de ese instante y agarró mi mano, aferró los dedos y me suplicó sin emitir sonido que hiciese algo.

Sonriendo tiré de ella, el perro por sentado no nos prestó atención alguna demasiado ocupado en sus propios cacaos perrunos mentales.

Comenzamos a correr acera arriba con los libros rebotando en la espalda. La chica corría todo lo deprisa que le permitía el miedo irracional al que parecía haberla sucumbido. Al menos el momento incómodo del beso había pasado a un segundo plano.

Subimos a trompicones las escaleras de la plaza antes de doblar la esquina para bajar por la cuesta en la que me dejé la rodilla tiempo atrás. La gente no se molestaba en mirarnos. Sólo algunas señoras mayores sonrían a nuestro paso.

Cinco minutos después estábamos jadeando en las escaleras del patio.

Los dedos de la chica seguían cerrados sobre los míos.

Con un último esfuerzo tiré de ella hasta su próxima clase y como despedida, aprovechando los pasillos desérticos, deposité un beso en su mejilla.

Cuando me alejaba ya por el pasillo lateral la escuché suspirar y chillar:

-¡Idiota!



#DomingoDeInspiracion: ¡voilà!

¿Querías capítulo?¿Ehm?¿Ehm? ¡Lo tenéis!

Premio para a quién se le ocurra el mejor nombre de pareja, amigos y amigas mías, Marc y Mackenzie. ¿Complicado?¿Puede?

¿Qué os parece el capítulo?¿La historia en general?

Pasaos por mi nueva historia, trés important para mí, Música, está en mi perfil

Bueeeno.... yo me voy yap.

Os adoramo.

¡Aparta, imbécil!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora