La Edad Moderna

117 14 0
                                    

La Santa Inquisición.

Por la introducción que había dado Irving antes de entrar al mini-juego en realidad la inventó un papa sádico que mataba en nombre de Dios, y había comenzado en 1231, en Francia.

Misión 1°

Salva a todos los indigentes que puedas

Otra vez éramos un equipo de 12, con una misión mucho más difícil y menos controlable que la anterior, en especial porque teníamos que entrar a ciertas casas en donde estaban ciertos instrumentos de tortura, y como eran demasiadas tuvimos que repartirnos el área.

Zury nos dio una lista (y no pequeña) de todos los instrumentos que tenían y qué hacían, y nosotros teníamos que descubrir cómo destruirlas sin ser lastimados.

La Hoguera.

La Rueda.

La cigüeña.

La doncella de hierro.

La tortuga.

El garrote vil.

Entre otros.

-¿Sabías que en la Primera Cruzada cuando los cristianos llegaron a la Ciudad Santa se comieron a los cadáveres de los conquistados? –dijo Irving con una sonrisa.

-Qué sádico. –espeté asqueado.

-Pues, el hombre no ha cambiado mucho en los últimos siglos, no importa por cuanto pase el ser humano, siempre tendrá esa naturaleza cruel y sádica en él, alimentado por la locura y el poder. –sermoneó quemando una hoja de papel. El humo subió por el cielo y me quedé viéndolo...

Pronto, adopté la manía de quemar cada cosa de papel que viera, que me recordara algo doloroso, o que simplemente estuviera feo. Me encantaba verlo, sentir el calor... 

Cómo el  papel dejaba de existir para volverse ceniza.



En las calles de París también había humo, pero no olía a papel quemado, olía a cuerpos quemados. Mientras el humo se desplazaba en el aire pensé en las guerras, en la corrupción, en nuestro gobierno, en lo oculto, en las mentiras...

No hemos cambiado para nada.

La única diferencia a través del tiempo fue la tecnología...

Sino es que eso nos hace peores.

-¡Bien equipo! –Gritó Kyle alzando su banderita (hecha improvisadamente) blanca -¡Que esto sea rápido y efectivo! ¡Salvemos a la gente inocente!

Todos gritaron con júbilo, excepto yo.

Me sentía asqueado por la humanidad, me sentía en la discordia y el caos, una rabia por lo que somos y por el daño que le hacemos a los que pensamos que son inferiores a nosotros.

Blandí mi espada.

Ahora mataría al que yo consideraba un sádico demente, ¿pero matarlos no me haría exactamente igual a ellos? Y la respuesta era sí, quitar la vida se me hacía un peso considerable en mi pecho.

El mundo siempre estuvo bajo el poder y la muerte.

Me seguía sintiendo despreciable, y fue por eso que sonreí...

Todos moriríamos, tarde o temprano.

Sangre, sangre, sangre.

Fuego, hierro, humo.

Between Games! Where stories live. Discover now