Capítulo 27: Hoy

22 2 3
                                    

Hoy

Estoy en mi cama mirando una serie que no tiene sentido. Una parte de mí no está aquí, está muy lejos, lo más lejos que puede estar, ajena a todo lo que me rodea y sintiéndose libre. Libre al fin, después de tanto tiempo encadenada, enjaulada, presa de una vida que no merezco. Ahí todo es perfecto, es un lugar seguro, idóneo, donde solo hay mujeres, donde hay empatía, donde no existe el miedo, donde se puede caminar sola en la noche, donde se puede vestir como una quiera, donde no hay maldad, donde nadie le hace daño a nadie, porque todas somos hermanas, todas nos cuidamos, nos protegemos. Pero las voces que emite mi laptop me hacen volver a este lugar, a este cuarto tan frío, tan vacío, tan mío.

Sigo sin poder comer casi nada y mamá vuelve a preocuparse por ello. Caleb intenta cubrirme la espalda para que ni ella ni papá noten la razón por la cual todo me genera náuseas. Creo que he perdido peso, pues veo los huesos de mis caderas que antes no se marcaban, y también mis clavículas. La ropa ancha me ayuda a disimularlo, pero mi rostro sigue luciendo pálido y apagado, como si estuviese muriendo, consumiéndome de a poco, perdiendo la vida de una forma muy lenta y dolorosa.

Alguien toca mi puerta. Murmuro un "adelante" sin dejar de ver la pantalla, asumiendo que es Caleb quien viene a verme. Suele hacerlo cada dos horas desde que sabe la verdad. O una parte de la verdad, la más fácil de admitir, la menos vergonzosa y humillante. Sin embargo, me sorprendo al notar que no es mi hermano quien está en la entrada de mi habitación.

—¿Puedo pasar? —Leah me observa con nerviosismo. Sé cuándo está nerviosa, lo puedo detectar de inmediato, su voz se vuelve un poco más aguda y alza las cejas como un cachorrito.

Lleva el chaleco de lana que le obsequié para su cumpleaños pasado y mi corazón se entibia un poco solo por verla vestirlo.

—Sí.

Se adentra a mi cuarto y se sienta a los pies de la cama observando nuestro alrededor. Supongo que ha notado que he quitado todas mis pinturas de las paredes, porque ahora todo luce muy lóbrego, y es que esos colores no hacían más que recordarme a la chica que ya no soy, que ya no puedo volver a ser. Ya no hay colores en mí, no existe el amarillo ni el violeta, no logro encontrar el verde ni el rosa palo. No hay más que gris y negro envolviéndome. Es lo único que tengo, lo único que proyecto. Supongo que soy mezquina al hacerlo. Pero ¿soy realmente egoísta por apartar los colores de mi vida? Si estos me causan daño, si me queman por dentro por recordarme lo que no tengo, si decido vestir de gris y negro por el resto de mi vida privándole a la gente los colores que alguna vez presumí y tanto les gustaban, ¿soy egoísta?

—Feliz año nuevo —murmura cuando nota que no he dejado de observarla. Sus mejillas se tiñen de un color más rojo y veo que traga saliva.

—Feliz año nuevo.

Muerde su labio fijando su atención en mi rostro, tal vez en mis ojeras o en mis pómulos más marcados, pero no de una forma atractiva, sino alarmante.

—Tu mamá me dijo que sigues enferma.

—Un poco.

—¿Qué tienes?

—Yo... —juego con mis dedos escondiéndolos bajo las mangas de mi sudadera—, la verdad no lo sé.

—Deberías ir al doctor.

Hago una mueca y veo la pantalla de mi laptop, donde continúa visualizándose la serie que no me interesa, porque no sé mentirle a Leah, nunca he sabido cómo ocultarle la verdad, pero debo hacerlo.

Debo hacerlo.

—Ali... —la escucho suspirar—, la verdad no he venido aquí a decirte qué hacer, solo quería verte un rato. Yo también... —se reacomoda sobre el colchón—, te extraño, te extraño mucho.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Apr 12, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Alma de acuarelas - PausadaWhere stories live. Discover now