Capítulo 4: Ayer

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Era lunes a mediodía y mi estómago rugía por algo de comida. El almuerzo de ese día parecía ir bien, si lo comparábamos con otras veces donde servían estofados con carne de dudosa procedencia.

—Espera, ¿qué quieres decir con que no podrás?

—Literalmente quise decir que no podré, lo siento mucho, mi malvada madrastra nunca considera mis planes y pasa sobre ellos usando mi tiempo a su antojo. Ya estoy harta, pero ¿qué puedo hacer? Es mi media hermana, no puedo dejarla sola.

Estábamos sentadas en una de las mesas de la cafetería del instituto. Con Leah siempre nos sentábamos en el mismo sitio, no era el rincón de los populares ni de los inadaptados sociales, era algo término medio. "Término medio" era una buena manera de definirnos. No destacábamos, pero tampoco éramos fantasmas, teníamos nuestro grupo de amigos más o menos como una persona promedio.

Esa mañana estuve conversando con Alexander. De hecho, todo el fin de semana pasado lo había hecho. Ni siquiera sabía que era posible hablar tanto con una persona sin aburrirte de ella al poco rato, pero con él era así, conversamos de nuestros gustos, resulta que teníamos muchas cosas en común respecto a la música y a las películas, conversamos también de su mascota, un adorable cachorro Golden, y conversamos de la vida en general. Una gran parte de mí flipaba con toda la situación. Seguía haciéndoseme extraño que alguien como él conversase con alguien como yo. No era que atentara contra el orden natural socialmente establecido dentro del instituto, pero sí era un poco raro. Por lo mismo, no le había comentado nada a Leah, porque sentía que si lo verbalizaba entonces se desvanecería. ¿Absurdo? Puede ser, pero a veces mi mente maquinaba de una forma particular. Sin embargo, y por la misma razón de estar tan embobada mientras nos mensajeábamos por Instagram y nos enviábamos memes esa mañana, no noté que mi profesor estaba frente a mí de brazos cruzados esperando que le repitiese lo que acababa de explicar. Por supuesto, cuando no supe qué responder, me quitó el celular y lo guardó diciéndome que me lo entregaría al finalizar el día. ¿Una injusticia? Sí, con todas sus letras. Pero era la política del instituto.

Leah estaba obsesionada en echarle kétchup a todo, incluso a las pastas que habían servido ese día. A mi parecer, las pastas no se comían con kétchup, solo con salsa de tomarte, y había una gran diferencia entre ambos, pero no era quién para juzgar los gustos ajenos.

Solté un largo suspiro apoyando mis codos en la mesa y ocultando mi rostro entre mis manos.

—Mis padres no llegarán hasta mañana en la mañana —dije—, y obviamente Caleb no podrá porque no está en este pueblito de mala muerte.

Leah me sobó el hombro intentando reconfortarme, pero no servía de mucho.

Ese día, después del instituto, tenía que sacarme una muela del juicio y me anestesiarían con algo así como una droga que me haría hablar idioteces la mayor parte del tiempo. Había visto algunos videos de personas bajo los efectos de esa anestesia viralizarse muy rápido y solo podía pensar en lo patético que sería. Originalmente, Leah sería la encargada de llevarme desde el dentista hasta mi casa y cuidarme hasta que mis padres llegasen para evitar que mi yo-drogada hiciese cosas estúpidas como, no lo sé, salir a caminar desnuda por todo el condominio. O peor, subir historias en redes sociales caminando desnuda por todo el condominio. No tenía idea de cómo reaccionaría ante esa anestesia. Y, honestamente, tampoco quería saberlo.

—¿Y si le pides a tu tía que te vaya a buscar?

Mi tía estaba obsesionada con la religión, no me gustaba verla muy a menudo, solía hacer comentarios que no me gustaban. "Tu falda es muy corta, provocas a los hombres y eso es pecado", "nunca debes mentir, Dios lo ve todo", "las mujeres no deberían estar con otras mujeres, eso atenta contra la naturaleza del ser humano" o, mi favorita, "no puedes mantener relaciones sexuales hasta que te cases con un hombre". No era que hubiese roto la última indicación, no del todo. Técnicamente podía seguir considerándome virgen. Mi único encuentro sexual hasta ese momento fue un "quema-ropa" que hice con un chico del campamento de verano. Y todavía no estaba segura de en qué lugar me dejaba eso, asumía que era algo así como virgen-casi-virgen. Sin embargo, algunas personas, como mi tía, podían refutar esa afirmación en base a sus creencias tan estrictas, por lo tanto, para ella yo era una pecadora que ya no iría al cielo a menos que me confesara con algún sacerdote que, por lo demás, no conocía en absoluto. E ir a contarle mi patética experiencia casi sexual a un viejo de setenta años no formaba parte de mis planes.

Alma de acuarelas - PausadaWhere stories live. Discover now